Ocho dias me acoste con la esperanza de que el amanecer siguiente fuera distinto y las ocho mananas posteriores desperte con la misma obsesion en la cabeza: Ramiro Arribas. Su recuerdo me asaltaba en cualquier quiebro del dia y ni un solo minuto consegui apartarlo de mi pensamiento: al hacer la cama, al sonarme la nariz, mientras pelaba una naranja o cuando bajaba los escalones uno a uno con su memoria grabada en la retina.
Ignacio y mi madre se afanaban entretanto con los planes de la boda, pero eran incapaces de hacerme compartir su ilusion. Nada me resultaba grato, nada conseguia causarme el menor interes. Seran los nervios, pensaban. Yo, entretanto, me esforzaba por sacarme a Ramiro de la cabeza, por no volver a recordar su voz en mi oido, su dedo acariciando mi boca, la mano recorriendome el muslo y aquellas ultimas palabras que me clavo en los timpanos cuando le di la espalda en el cafe convencida de que con mi marcha pondria fin a la locura. Vuelve otro dia, Sira. Vuelve.
Pelee con todas mis fuerzas para resistir. Pelee y perdi. Nada pude hacer para imponer un minimo de racionalidad en la atraccion desbocada que aquel hombre me habia hecho sentir. Por mucho que busque alrededor, incapaz fui de encontrar recursos, fuerzas o asideros a los que agarrarme para evitar que me arrastrara. Ni el proyecto de marido con el que tenia previsto casarme en menos de un mes, ni la madre integra que tanto se habia esforzado para sacarme adelante hecha una mujer decente y responsable. Ni siquiera me freno la incertidumbre de no saber apenas quien era aquel extrano y que me guardaba el destino a su lado.
Nueve dias despues de la primera visita a la casa Hispano-Olivetti, regrese. Como en las veces anteriores, volvio a saludarme el tintineo de la campanilla sobre la puerta. Ningun vendedor gordo acudio a mi encuentro, ningun mozo de almacen, ningun otro empleado. Tan solo me recibio Ramiro.
Me acerque intentando que mi paso sonara firme, llevaba las palabras preparadas. No se las pude decir. No me dejo. En cuanto me tuvo a su alcance, me rodeo la nuca con la mano y plasmo en mi boca un beso tan intenso, tan carnoso y prolongado que mi cuerpo quedo sobrecogido, a punto de derretirse y convertirse en un charco de melaza.
Ramiro Arribas tenia treinta y cuatro anos, un pasado de idas y venidas, y una capacidad de seduccion tan poderosa que ni un muro de hormigon habria podido contenerla. Atraccion, duda y angustia primero. Abismo y pasion despues. Bebia el aire que el respiraba y a su lado caminaba a dos palmos por encima de los adoquines. Podrian desbordarse los rios, desplomarse los edificios y borrarse las calles de los mapas; podria juntarse el cielo con la tierra y el universo entero hundirse a mi pies que yo lo soportaria si Ramiro estaba alli.
Ignacio y mi madre comenzaron a sospechar que algo anormal me pasaba, algo que iba mas alla de la simple tension producida por la inminencia del matrimonio. No fueron, sin embargo, capaces de averiguar las razones de mi excitacion ni hallaron causa alguna que justificara el secretismo con que me movia a todas horas, mis salidas desordenadas y la risa histerica que a ratos no podia contener. Logre mantener el equilibrio de aquella doble vida apenas unos dias, los justos para percibir como la balanza se descompensaba por minutos, como el platillo de Ignacio caia y el de Ramiro se alzaba. En menos de una semana supe que debia cortar con todo y lanzarme al vacio. Habia llegado el momento de pasar la guadana por mi pasado. De dejarlo al ras.
Ignacio llego a casa por la tarde.
–Esperame en la plaza -susurre entreabriendo la puerta apenas unos centimetros.
Mi madre se habia enterado a la hora de comer; el ya no podia seguir sin saberlo. Baje cinco minutos despues, con los labios pintados, mi bolso nuevo en una mano y la Lettera 35 en la otra. El me esperaba en el mismo banco de siempre, en aquel pedazo de fria piedra donde tantas horas habiamos pasado planeando un porvenir comun que ya nunca llegaria.
–Vas a irte con otro, ?verdad? – pregunto cuando me sente a su lado. No me miro: tan solo mantuvo la vista concentrada en el suelo, en la tierra polvorienta que la punta de su zapato se encargaba de remover.
Asenti solo con un gesto. Un si rotundo sin palabras. Quien es, pregunto. Se lo dije. A nuestro alrededor continuaban los ruidos de siempre: los ninos, los perros y los timbres de las bicicletas; las campanas de San Andres llamando a la ultima misa, las ruedas de los carros girando sobre los adoquines, los mulos cansados camino del fin del dia. Ignacio tardo en volver a hablar. Tal determinacion, tanta seguridad debio de intuir en mi decision que ni siquiera dejo entrever su desconcierto. No dramatizo ni exigio explicaciones. No me increpo ni me pidio que reconsiderara mis sentimientos. Solo pronuncio una frase mas, lentamente, como dejandola escurrir.
–Nunca va a quererte tanto como yo.
Y despues se puso en pie, agarro la maquina de escribir y echo a andar con ella hacia el vacio. Le vi alejarse de espaldas, caminando bajo la luz turbia de las farolas, conteniendo tal vez las ganas de estrellarla contra el suelo.
Mantuve la mirada fija en el, contemple como salia de mi plaza hasta que su cuerpo se desvanecio en la distancia, hasta que dejo de percibirse en la noche temprana de otono. Y yo habria querido quedarme llorando su ausencia, lamentando aquella despedida tan breve y tan triste, inculpandome por haber puesto fin a nuestro proyecto ilusionado de futuro. Pero no pude. No derrame una lagrima ni descargue sobre mi misma el menor de los reproches. Apenas un minuto despues de desvanecerse su presencia, yo tambien me levante del banco y me marche. Atras deje para siempre mi barrio, mi gente, mi pequeno mundo. Alli quedo todo mi pasado mientras yo emprendia un nuevo tramo de mi vida; una vida que intuia luminosa y en cuyo presente inmediato no concebia mas gloria que la de los brazos de Ramiro al cobijarme.
3
Con el conoci otra forma de vida. Aprendi a ser una persona independiente de mi madre, a convivir con un hombre y a tener una criada. A intentar complacerle en cada momento y a no tener mas objetivo que hacerle feliz. Y conoci tambien otro Madrid: el de los locales sofisticados y los sitios de moda; el de los espectaculos, los restaurantes y la vida nocturna. Los cocteles en Negresco, la Granja del Henar, Bakanik. Las peliculas de estreno en el Real Cinema con organo orquestal, Mary Pickford en la pantalla, Ramiro metiendo bombones en mi boca y yo rozando con mis labios la punta de sus dedos, a punto de derretirme de amor. Carmen Amaya en el teatro Fontalba, Raquel Meller en el Maravillas. Flamenco en Villa Rosa, el cabaret del Palacio del Hielo. Un Madrid hirviente y bullicioso, por el que Ramiro y yo transitabamos como si no hubiera un ayer ni un manana. Como si tuvieramos que consumir el mundo entero a cada instante por si acaso el futuro nunca quisiera llegar.
?Que tenia Ramiro, que me dio para poner mi vida patas arriba en apenas un par de semanas? Aun hoy, tantos anos despues, puedo componer con los ojos cerrados un catalogo de todo lo que de el me sedujo, y estoy convencida de que si cien veces hubiera nacido, cien veces habria vuelto a enamorarme como entonces lo hice. Ramiro Arribas, irresistible, mundano, guapo a rabiar. Con su pelo castano repeinado hacia atras, su porte deslumbrante de puro varonil, irradiando optimismo y seguridad las veinticuatro horas del dia los siete dias de la