asustada como un raton, muerta de miedo, lamentando haber aceptado aquella peticion insolita. Por la mirada de mi madre al llegar, deduje que el hecho de que Ramiro apareciera a mi lado no le resultaba en absoluto grato. Al entrever nuestra intencion de entrar juntos, atajo sin miramientos.
–Esto es un asunto de familia; si no le importa, usted se queda aqui.
Y sin pararse a recibir respuesta, se giro y atraveso el porton imponente de hierro negro y cristal. Yo habria querido que el estuviera a mi lado, necesitaba su apoyo y su fuerza, pero no me atrevi a encararla. Me limite a susurrar a Ramiro que era mejor que se marchara y la segui.
–Venimos a ver al senor Alvarado. Nos espera -anuncio al portero. Asintio este y sin mediar palabra se dispuso a acompanarnos hasta el ascensor.
–No hace falta, gracias.
Recorrimos el amplio portal y empezamos a subir la escalera, mi madre delante con paso firme, sin rozar apenas la madera pulida del pasamanos, embutida en un traje de chaqueta que no le conocia. Yo detras, acobardada, agarrandome a la baranda como a un salvavidas en una noche de tempestad. Las dos mudas cual tumbas. Los pensamientos se me acumulaban en la cabeza a medida que ascendiamos uno a uno los escalones. Primer rellano. Por que se desenvolvia mi madre con tanta familiaridad en aquel lugar ajeno. Entreplanta. Como seria el hombre al que ibamos a ver, por que ese repentino empeno en conocerme despues de tantos anos. Principal. El resto de los pensamientos quedaron agolpados en el limbo de mi mente: no habia tiempo para ellos, habiamos llegado. Gran puerta a la derecha, el dedo de mi madre sobre el timbre apretando seguro, sin la menor senal de intimidacion. Puerta abierta con inmediatez, criada veterana y encogida dentro de un uniforme negro y cofia impoluta.
–Buenas tardes, Servanda. Venimos a ver al senor. Supongo que estara en la biblioteca.
La boca de Servanda quedo entreabierta con el saludo colgando, como si hubiera recibido la visita de un par de espectros. Cuando consiguio reaccionar y parecia que por fin iba a ser capaz de decir algo, una voz sin rostro se superpuso a la suya. Voz de hombre, ronca, fuerte, desde el fondo.
–Que pasen.
La criada se hizo a un lado, aun presa de un nervioso desconcierto. No necesito indicarnos el camino: mi madre parecia conocerlo de sobra. Avanzamos por un pasillo amplio, evitando salones con paredes enteladas, tapices y retratos de familia. Al llegar a una puerta doble, abierta a la izquierda, mi madre giro hacia ella. Percibimos entonces la figura de un hombre grande esperandonos en el centro de la estancia. Y otra vez la voz potente.
–Adelante.
Despacho grande para el hombre grande. Escritorio grande cubierto de papeles, libreria grande llena de libros, hombre grande mirandome, primero a los ojos, despues hacia abajo, otra vez hacia arriba. Descubriendome. Trago saliva el, trague saliva yo. Dio unos pasos hacia nosotras, poso su mano en mi brazo y me apreto sin forzar, como queriendo cerciorarse de que en verdad existia. Sonrio levemente con un lado de la boca, como con un poso de melancolia.
–Eres igual que tu madre hace veinticinco anos.
Retuvo su mirada en la mia mientras me presionaba un segundo, dos, tres, diez. Despues, aun sin soltarme, desvio la vista y la concentro en mi madre. Volvio a su rostro la debil sonrisa amarga.
–Cuanto tiempo, Dolores.
No contesto, tampoco esquivo sus ojos. Despego entonces el su mano de mi brazo y la extendio en direccion a ella; no parecia buscar un saludo, solo un contacto, un roce, como si esperara que sus dedos le salieran al encuentro. Pero ella se mantuvo inmovil, sin responder al reclamo, hasta que el parecio despertar del encantamiento, carraspeo y, en un tono tan atento como forzadamente neutro, nos ofrecio asiento.
En vez de dirigirse a la gran mesa de trabajo donde se acumulaban los papeles, nos invito a acercarnos a otro angulo de la biblioteca. Se acomodo mi madre en un sillon y el enfrente. Y yo sola en un sofa, en medio, entre ambos. Tensos, incomodos los tres. El se entretuvo en encender un habano. Ella se mantenia erguida, con las rodillas juntas y la espalda recta. Yo, mientras tanto, aranaba con el dedo indice la tapiceria de damasco color vino del sofa con la atencion concentrada en la labor, como si quisiera hacer un agujero en la urdimbre del tejido y escapar por el como una lagartija. El ambiente se lleno de humo y volvio el carraspeo como anticipando una intervencion, pero antes de que esta pudiera ser vertida al aire, mi madre tomo la palabra. Se dirigia a mi, pero sus ojos se concentraban en el. Su voz me obligo a levantar por fin la vista hacia los dos.
–Bueno, Sira, este es tu padre, por fin le conoces. Se llama Gonzalo Alvarado, es ingeniero, dueno de una fundicion y ha vivido en esta casa desde siempre. Antes era el hijo y ahora el senor, como pasa la vida. Hace mucho tiempo yo venia aqui a coser para su madre, nos conocimos entonces y, en fin, tres anos despues naciste tu. No imagines un folletin en el que el senorito sin escrupulos engana a la pobre modistilla ni nada por el estilo. Cuando empezo nuestra relacion, yo tenia veintidos anos y el, veinticuatro: los dos sabiamos perfectamente quienes eramos, donde estabamos y a que nos enfrentabamos. No hubo engano por su parte ni mas ilusiones que las justas por la mia. Fue una relacion que termino porque no podia llegar a ningun sitio; porque nunca tendria que haber empezado. Yo fui quien decidio acabar con ella, no fue el quien nos abandono a ti y a mi. Y he sido yo la que siempre se ha empenado en que no tuvierais ningun contacto. Tu padre intento no perdernos, con insistencia al principio; despues, poco a poco, fue haciendose a la situacion. Se caso y tuvo otros hijos, dos varones. Hacia mucho tiempo que no sabia nada de el, hasta que anteayer recibi un recado suyo. No me ha dicho por que quiere conocerte a estas alturas, ahora lo sabremos.
Mientras ella hablaba, el la contemplaba con atencion, con serio aprecio. Cuando callo, espero unos segundos antes de tomar el relevo. Como si estuviera pensando, midiendo sus palabras para que estas expresaran con exactitud lo que queria decir. Aproveche esos momentos para observarle y lo primero que me vino a la cabeza fue la idea de que jamas podria haberme figurado un padre asi. Yo era morena, mi madre era morena, y en las muy escasas evocaciones imaginarias que en mi vida hubiera podido tener de mi progenitor, siempre lo habia pintado como nosotras, uno mas, con la tez tostada, el pelo oscuro y el cuerpo ligero. Siempre, tambien, habia asociado la figura de un padre con las estampas de la gente de mi entorno: nuestro vecino Norberto, los padres de mis amigas, los hombres que llenaban las tabernas y las calles de mi barrio. Padres normales de gente normal: empleados de correos, dependientes, oficinistas, camareros de cafes o duenos como mucho de un estanco, una merceria o un puesto de hortalizas en el mercado de la
Cebada. Los senores que veia en mis idas y venidas por las calles prosperas de Madrid al repartir los encargos del taller de dona Manuela eran para mi como seres de otro mundo, entes de otra especie que en absoluto encajaban en el molde que en mi mente existia para la categoria de presencia paterna. Delante, sin embargo, tenia a uno de aquellos ejemplares. Un hombre aun apuesto a pesar de su corpulencia un tanto