semana. Ocurrente y sensual, indiferente a la acritud politica de aquellos tiempos, como si su reino no fuera de este mundo. Amigo de unos y otros sin tomar nunca en serio a ninguno, constructor de planes soberbios, siempre con la palabra justa, el gesto exacto para cada momento. Dinamico, esplendido, contrario al acomodamiento. Hoy gerente de una firma italiana de maquinas de escribir, ayer representante de automoviles alemanes; anteayer que mas daba y el mes que viene sabria Dios.

?Que vio Ramiro en mi, por que se encapricho de una humilde modista a punto de casarse con un funcionario sin aspiraciones? El amor verdadero por primera vez en su vida, me juro mil veces. Habia habido otras mujeres antes, claro. ?Cuantas?, preguntaba yo. Algunas, pero ninguna como tu. Y entonces me besaba y yo creia bailar al filo del desmayo. Tampoco me seria hoy dificil confeccionar otra lista con sus impresiones sobre mi, las recuerdo todas. La aleacion explosiva de una ingenuidad casi pueril con el porte de una diosa, decia. Un diamante sin tallar, decia. A ratos me trataba como una nina y los diez anos que nos separaban parecian entonces siglos. Anticipaba mis caprichos, colmaba mi capacidad de sorpresa con los ingenios mas inesperados. Me compraba medias en las Sederias Lyon, cremas y perfumes, helados de Cuba, de chirimoya, de mango y coco. Me instruia: me ensenaba a manejar los cubiertos, a conducir su Morris, a descifrar las cartas de los restaurantes y a tragarme el humo al fumar. Me hablaba de presencias del pasado y artistas que algun dia conocio; rememoraba a viejos amigos y anticipaba las esplendidas oportunidades que podrian estarnos esperando en alguna esquina remota del globo. Dibujaba mapas del mundo y me hacia crecer. A ratos, sin embargo, aquella nina desaparecia y entonces yo me erguia como mujer de una pieza, y nada le importaba mi deficit de conocimientos y vivencias: me deseaba, me veneraba tal cual era y se aferraba a mi como si mi cuerpo fuera el unico amarre en el vaiven tumultuoso de su existir.

Me instale desde el principio con el en su piso masculino junto a la plaza de las Salesas. Apenas lleve nada conmigo, como si mi vida empezara de nuevo; como si yo fuera otra y hubiera vuelto a nacer. Mi corazon arrebatado y un par de cosas que ponerme encima fueron las unicas pertenencias que traslade a su domicilio. De vez en cuando volvia a visitar a mi madre; por aquel entonces ella cosia en casa por encargo, muy poca cosa con la que obtenia apenas lo justo para poder sobrevivir. No apreciaba a Ramiro, desaprobaba su forma de actuar conmigo. Le acusaba de haberme arrastrado de una manera impulsiva, de utilizar su edad y posicion para embaucarme, de forzarme a prescindir de todos mis anclajes. No le gustaba que viviera con el sin casarme, que hubiera dejado a Ignacio y ya no fuera la misma de siempre. Por mucho que lo intente, nunca consegui convencerla de que no era el quien me presionaba para actuar asi; de que era el simple amor incontenible lo que me llevaba a ello. Nuestras discusiones eran cada dia mas duras: nos cruzabamos reproches atroces y nos aranabamos una a otra las entranas. A cada envite suyo replicaba yo con un desplante, a cada reprobacion con un desprecio aun mas feroz. Raro fue el encuentro que no acabo con lagrimas, gritos y portazos, y las visitas se hicieron cada vez mas breves, mas distanciadas. Y mi madre y yo, cada dia mas ajenas.

Hasta que llego por su parte un acercamiento. Tan solo lo provoco en calidad de persona interpuesta, cierto, pero aquel gesto suyo -como podriamos haberlo previsto- derivo en nuevo giro en el rumbo de nuestros caminos. Aparecio un dia en casa de Ramiro, era media manana. El ya no estaba y yo seguia durmiendo. Habiamos salido la noche anterior, vimos a Margarita Xirgu en el teatro de la Comedia, fuimos despues a Le Cock. Debian de ser casi las cuatro de la manana cuando nos acostamos, yo exhausta, tanto que ni tuve fuerzas para limpiarme el maquillaje que en los ultimos tiempos usaba. Entre suenos oi marchar a Ramiro sobre las diez, entre suenos oi llegar a Prudencia, la muchacha de servicio que se encargaba de poner orden en nuestro desbarajuste domestico. Entre suenos la oi salir a por la leche y el pan y entre suenos oi poco despues que llamaban a la puerta. Primero suavemente, despues con rotundidad. Crei que Prudencia habia vuelto a dejarse la llave, ya lo habia hecho otras veces. Me levante aturullada y con humor pesimo acudi al reclamo insistente de la puerta gritando ?ya voy! Ni siquiera me moleste en ponerme algo encima: la torpe de Prudencia no merecia el esfuerzo. Abri adormilada y no encontre a Prudencia, sino a mi madre. No supe que decir. Ella tampoco, en principio. Se limito a mirarme de arriba abajo, deteniendo su atencion sucesivamente en mi pelo revuelto, en los trazos negros de mascara de pestanas corrida bajo los ojos, en los restos de carmin alrededor de la boca y en el camison procaz que dejaba a la vista mas carne desnuda de la que su sentido de la decencia podia admitir. No fui capaz de aguantarle la mirada, no pude hacerle frente. Tal vez porque aun estaba demasiado aturdida por el trasnoche. Tal vez porque la serena severidad de su actitud me dejo desarmada.

–Pasa, no te quedes en la puerta -dije intentando disimular el desconcierto que su llegada imprevista me habia causado.

–No, no quiero entrar, voy con prisa. Tan solo me he acercado para darte un recado.

La situacion era tan tensa y extravagante que jamas habria podido creer que pudiera ser cierta de no haberla vivido aquella manana en primera persona. Mi madre y yo, que tanto habiamos compartido y tan iguales eramos en muchas cosas, pareciamos habernos convertido de pronto en dos extranas que recelaban una de otra como perras callejeras midiendose suspicaces en la distancia.

Permanecio frente a la puerta, seria, erguida, peinada con un mono tirante en el que empezaban a vislumbrarse las primeras hebras grises. Digna y alta, sus cejas angulosas enmarcando la reprobacion de su mirada. Elegante en cierto modo a pesar de la sencillez de su indumentaria. Cuando por fin acabo de examinarme a conciencia, hablo. Sin embargo, y pese a lo que yo temia, sus palabras no tuvieron la intencion de criticarme.

–Vengo a traerte un mensaje. Una peticion que no es mia. Puedes aceptarla o no, tu veras. Pero yo creo que deberias decir que si. Piensatelo; mas vale tarde que nunca.

No llego a cruzar el umbral y la visita duro apenas un minuto mas: el que necesito para darme una direccion, una hora de aquella misma tarde y la espalda sin el menor ceremonial de despedida. Me extrano no recibir algo mas en el lote, pero no tuve que esperar demasiado para que me lo hiciera llegar. Apenas lo que tardo en empezar a bajar la escalera.

–Y lavate esa cara, peinate y ponte algo encima, que pareces una fulana.

Comparti con Ramiro mi estupor a la hora de la comida. No veia sentido a aquello, desconocia que podria haber tras un encargo tan inesperado, desconfiaba. Le suplique que me acompanara. ?Adonde? A conocer a mi padre. ?Por que? Porque el asi lo habia pedido. ?Para que? Ni en diez anos de cavilaciones habria logrado yo anticipar la mas remota de las causas.

Habia quedado en reunirme con mi madre a primera hora de la tarde en la direccion fijada: Hermosilla 19. Muy buena calle, muy buena finca; una como tantas aquellas que en otros tiempos visite cargando prendas recien cosidas. Me habia esmerado en componer mi apariencia para el encuentro: habia elegido un vestido de lana azul, un abrigo a juego y un pequeno sombrero con tres plumas ladeado con gracia sobre la oreja izquierda. Todo lo habia pagado Ramiro, naturalmente: eran las primeras prendas que tocaban mi cuerpo y que no habia cosido mi madre o yo misma. Llevaba zapatos de tacon alto y el pelo suelto sobre la espalda; apenas me maquille, no queria reproches esa tarde. Me mire en el espejo antes de salir. De cuerpo entero. La imagen de Ramiro se reflejaba detras de mi, sonriendo, admirando con las manos en los bolsillos.

–Estas fantastica. Le vas a dejar impresionado.

Intente sonreir agradecida por el comentario, pero no lo logre del todo. Estaba hermosa, cierto; hermosa y distinta, como una persona ajena a la que habia sido tan solo unos meses atras. Hermosa, distinta y

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