– No, es imposible. La memoria no tiene cubo de la basura.
– ?Y que hace uno entonces, si no los quiere?
– Una de dos: o los acechas para matarlos, como hace Danglard, o no les haces caso.
En el metro, Adamsberg se preguntaba en que lugar de su memoria iban a colocarse los detestables pies de Londres, en que rama de las estrellas, y cuanto tiempo iba a pasar antes de que fingiera haberlos olvidado. Y adonde irian a alojarse el armario comido, y el oso, y el tio, y las jovencitas que habian visto al Ente y desearon reunirse con el. ?Y que habia sido de la que iba sola hacia el sepulcro? ?Y del Iluminado? Adamsberg se froto los ojos, tentado por una larga noche de sueno. De diez horas enteras, por que no. Solo tuvo tiempo de dormir seis.
6
Anonadado, sentado en una silla a las siete treinta de la manana, el comisario contemplaba la escena del crimen bajo las miradas preocupadas de sus subordinados, por lo anormal que resultaba que Adamsberg estuviera anonadado, y mas aun sentado en una silla. Pero alli permanecia, con el rostro inmovil y la mirada errabunda, la de un hombre que no tiene ganas de ver y que se va lejos, no sea que alguna parcela se deslice en su memoria. Se esforzaba en pensar en el tiempo pasado, cuando solo eran las seis, cuando aun no habia visto esa habitacion anegada de sangre. Cuando se habia vestido a toda prisa tras la llamada del teniente Justin, poniendose la camisa blanca del dia anterior y la elegante chaqueta negra que le habia prestado Danglard, totalmente inapropiada para la ocasion. La voz entrecortada de Justin no anunciaba nada bueno, era la voz de un tipo estomagado.
«Sacamos todas las pasarelas», habia precisado. Es decir las placas de plastico con pies que se repartian por el suelo para no contaminar los restos. «Todas las pasarelas.» Eso significaba que la totalidad del suelo debia de haber quedado impropia para la circulacion. Adamsberg habia salido a toda prisa, habia evitado a Lucio, sorteado el trastero, la gata. Hasta entonces todo habia ido bien, hasta entonces aun no habia entrado en ese salon, no habia estado sentado en esa silla frente a las alfombras empapadas de sangre, sembradas de entranas y de astillas de huesos, entre cuatro paredes maculadas de elementos organicos. Como si el cuerpo del anciano hubiera explotado. Lo mas repulsivo era sin duda los trozos de carne depositados en la laca negra del gran piano, abandonados como desperdicios en el mostrador de una carniceria. Habia sangre en las teclas. Una vez mas, faltaba la palabra adecuada, la palabra para definir a un hombre que reduce el cuerpo de otro a un amasijo de trizas. El termino de homicida era insuficiente e irrisorio.
Al salir de la casa, habia marcado el numero de su teniente mas poderosa, Retancourt, capaz a sus ojos de resistir todos los caos de la creacion. Incluso de desbaratarlos o de orientarlos segun sus deseos.
– Retancourt, reunase con Justin, han sacado todas las pasarelas. No lo se. Una casa en una avenida privada, barrio residencial de Garches, un anciano ahi dentro, una escena indescriptible. Por la voz de Justin, parece muy serio. Date prisa.
Con Retancourt, Adamsberg alternaba sin pensar los tratamientos de tu y de usted. Ella se llamaba Violette, lo cual resultaba bastante inadecuado para una mujer de un metro ochenta y ciento diez kilos. Adamsberg la llamaba por su apellido o por su nombre, o por su grado, segun predominara en el la deferencia hacia sus capacidades enigmaticas, o la ternura por el inexpugnable refugio que ofrecia cuando queria, si queria. Esa manana, el la esperaba, pasivo, suspendiendo el tiempo, mientras los hombres susurraban en el salon y la sangre oscurecia en las paredes. Quiza algo se hubiera cruzado en su camino y la hubiera retrasado. Oyo su paso pesado antes de verla llegar.
– Todo el bulevar taponado por una puta misa -rezongo Retancourt, a quien no gustaba que le bloquearan el camino.
Pese a su considerable volumen, paso facilmente las pasarelas y se coloco ruidosamente a su lado. Adamsberg le sonrio. ?Sabia Retancourt que representaba para el un arbol auxiliador, de frutos correosos y milagrosos, ese tipo de arbol que uno abraza sin poder abarcarlo, al que uno se apresura a trepar cuando surge el infierno y en cuyas ramas altas se construye uno la cabana? Poseia su fuerza, su rugosidad, su hermetismo, encerraba su monumental misterio. Su mirada eficaz recorrio el salon, los suelos, las paredes, los hombres.
– Carniceria -dijo-. ?Donde esta el cuerpo?
– Por todas partes, teniente -dijo Adamsberg abriendo los brazos y senalando con un movimiento la estancia entera-. Despedazado, pulverizado, esparcido. Dondequiera que ponga la mirada, se ve el cuerpo. Y cuando se mira el conjunto, ya no se ve. Aqui no hay otra cosa, y sin embargo no esta.
Retancourt inspecciono el lugar de un modo mas sectorial. Aqui, alla, de un lado al otro del salon, fragmentos organicos aplastados cubrian las alfombras, pendian pegados a las paredes, formaban cumulos de inmundicias, se arracimaban al pie de los muebles. Hueso, carne, sangre, un monton quemado en la chimenea. Un cuerpo desperdigado que ni siquiera suscitaba repugnancia por lo imposible de asociar esos elementos a alguna parte que pudiera sugerir un ser. Los agentes se desplazaban con cautela, arriesgandose con cada gesto a llevarse algun fragmento del cadaver invisible. Justin hablaba en voz baja con el fotografo -ese que tenia pecas y cuyo nombre nunca memorizaba Adamsberg- y su pelo menudo y claro se le pegaba a la cabeza.
– Justin esta fuera de servicio -constato Retancourt.
– Si -confirmo Adamsberg-. Fue el primero en entrar, sin idea preconcebida. El jardinero habia dado la voz. El centinela de Garches llamo a su superior, que recurrio a la Brigada en cuanto comprobo los desperfectos. Justin se lo ha tragado todo de lleno. Relevelo. Usted coordinara el informe con Mordent, Lamarre y Voisenet. Necesitamos una identificacion de las materias metro a metro. Cuadricular, tomar muestras de los vestigios.
– ?Como lo habra hecho el tipo? Menuda faena.
– A primera vista, con una sierra electrica y un mazo. Entre las once de la noche y las cuatro de la madrugada. Con toda tranquilidad, puesto que cada casa esta separada de las demas por un gran jardin y un seto. No hay vecinos cerca, la mayoria pasa el fin de semana fuera.
– ?Y del anciano? ?Que se sabe?
– Que vivia aqui, solo y rico.
– Rico desde luego -dijo Retancourt senalando los tapices que cubrian las paredes y el piano, uno de media cola que ocupaba el tercio del salon-. Lo de solo es otra cosa. A uno no lo machacan de esa manera cuando esta solo de verdad.
– Suponiendo que sea el el que tenemos ante los ojos, Violette. Pero es casi seguro: los pelos corresponden a los del cuarto de bano y la habitacion. Y, si es el, se llamaba Pierre Vaudel, tenia setenta y ocho anos, habia sido periodista especializado en casos judiciales.
– Ah.
– Si. Pero, segun el hijo, no hay ningun enemigo de verdad a la vista. Solo unos cuantos lios gordos y hostilidades.
– ?Donde esta el hijo?
– En el tren. Vive en Avinon.
– ?No ha dicho nada mas?
– Mordent dice que no ha llorado.
El doctor Romain, el forense que habia vuelto al trabajo tras un largo periodo de evanescencia, se planto delante de Adamsberg.
– No vale la pena hacer venir a la familia para la identificacion. Nos arreglaremos con el ADN.
– Esta claro.
– Es la primera vez que te veo sentado en una investigacion. ?Por que no estas de pie?
– Porque estoy sentado, Romain. No tengo ganas de estar de otra manera, eso es todo. ?Que encuentras en esta carniceria?
– Hay partes del cuerpo que no estan totalmente deshechas. Se reconocen trozos de muslo, de brazo, solo aplastado con unos cuantos mazazos. En cambio, el triturador se ha esmerado particularmente con la cabeza, las manos, los pies. Totalmente despachurrados. Los dientes tambien, pulverizados, hay esquirlas aqui y alli. Un
