CAPITULO I
Una figura alta y encapuchada se apresuraba por la penumbra del corredor. Las suelas de las sandalias restallaban con tal intensidad contra las losas de granito, que podrian haber despertado a toda la abadia. Llevaba una gruesa vela de sebo encendida que, aunque titilaba por la corriente de aire, proporcionaba la luz necesaria para iluminar el camino. Esta revelaba unos rasgos demacrados, que acentuaba y distorsionaba hasta conceder al rostro el cariz espectral de un demonio surgido del averno, y no el de un siervo de Dios que era.
El hombre se detuvo de golpe ante una maciza puerta de madera y vacilo un instante. Cerro la mano en un puno, dio dos golpes y, sin esperar respuesta alguna, abrio el seguro redondo de hierro y entro.
La habitacion estaba a oscuras, pues el manto de la noche aun velaba la abadia. Aguardo en el umbral, alzando la vela para iluminar la sala. En un rincon dormia en un camastro una persona tapada con una manta. A juzgar por la respiracion, honda y regular, el religioso advirtio que de nada habian valido los golpes en la puerta ni su brusca entrada para despertar al unico ocupante del cuarto.
Se aproximo a la cama y dejo la vela sobre la mesita. Se inclino y sacudio del hombro al durmiente.
– ?Padre abad! -le acucio con la voz quebrada por la emocion contenida-. ?Padre abad! ?Despertaos!
El hombre que dormia refunfuno primero y luego se desperto de mala gana, parpadeando para fijar la vista en la penumbra.
– ?Pero que…? ?Quien…?
Al volverse, el abad vio la alta figura del clerigo de pie junto a la cama. Este se retiro la capucha para permitir que le reconociera. Las facciones aquilinas del desvelado mudaron en un gesto cenudo.
– Hermano Madagan. ?Que sucede? -pregunto incorporandose con dificultad, mirando al cielo nocturno de la ventana-. ?Que sucede? ?Acaso me he dormido?
El monje sacudio la cabeza con un movimiento rapido y nervioso, y con una expresion lugubre a la luz de la vela.
– No, padre abad. Aun falta una hora para que las campanas toquen a laudes.
Las laudes marcaban la primera hora del dia en la iglesia, cuando los hermanos de la abadia de Imleach se reunian para cantar los salmos de alabanza que daban paso a las oraciones del dia.
Segdae, abad y obispo de Imleach, y
– ?Que inconveniencia os obliga a despertarme antes de la hora acostumbrada? -exigio con petulancia.
El hermano Madagan inclino la cabeza ante el grave tono increpante del abad.
– Padre abad, ?recordais que dia es hoy?
Segdae se quedo mirando al hermano Madagan, al tiempo que la expresion cenuda se tornaba en gesto de perplejidad.
– ?Que clase de pregunta es esta, por la cual me despertais? Es el dia del fundador de nuestra abadia, el Santisimo Ailbe.
– Perdonadme, padre abad. Pero, como sabeis, este dia, despues de las laudes, llevamos las Santas Reliquias del Santisimo Ailbe de la capilla a los jardines de la abadia, donde se halla su sepulcro y donde vos las bendecis, y damos las gracias por la obra y vida que Ailbe dedico a convertir a la Fe este rincon de la tierra.
El abad Segdae estaba cada vez mas impaciente.
– Id al grano, hermano Madagan, ?o acaso me habeis despertado para contarme cosas que ya se?
–
– ?Hacedlo ya! -insto el abad con irritacion-. Y mas os vale que tengais una buena explicacion.
– Como administrador de la abadia que soy, estaba haciendo la ronda de vigilancia. Hace un rato he pasado por la capilla -explico, e hizo una pausa para crear un efecto dramatico-. Padre abad, ?el relicario del Santisimo Ailbe ha desaparecido del lugar donde estaba guardado!
El abad Segdae se despejo de golpe y se levanto de la cama de un salto.
– ?Que ha desaparecido? ?Que estais diciendo?
– El relicario ha desaparecido. Se ha desvanecido.
– Pero si estaba alli cuando nos reunimos en visperas. Todos lo vimos.
– Asi es, pero ya no esta.
– ?Habeis llamado al hermano Mochta?
El hermano Madagan arrugo la frente como si no hubiera entendido la pregunta.
– ?El hermano Mochta?
– Como conservador de las Santas Reliquias del Santisimo Ailbe, es al primero a quien debierais haber llamado -senalo Segdae, irritandose otra vez-. Id… no, aguardad. Ire con vos.
Se dio la vuelta para deslizar los pies en las sandalias y descolgo el habito de lana para vestirse.
– Tomad la vela y precededme hasta la celda del hermano Mochta -ordeno.
El hermano Madagan tomo el cirio de sebo y salio al corredor, seguido de cerca por la desasosegada figura del abad.
Fuera se habia levantado viento; un viento que ululaba y murmuraba en derredor de la colina donde se alzaba la abadia. El aire frio penetraba en sus lobregos pasillos. El abad Segdae notaba la lluvia que aquel traeria. La experiencia habia proporcionado al abad una intuicion que le permitia saber con certeza que aquel viento procedia del sur y desplazaria las nubes que la noche anterior se extendian tras las montanas Ballyhoura. El abad lo sabia gracias a una larga experiencia.
– ?Que habra sido de las Santas Reliquias? -oyo decir al hermano Madagan, interrumpiendo asi sus pensamientos como un gemido de desesperacion, mientras avanzaban con premura por los corredores-. ?Es posible que haya entrado algun ladron a la abadia y las haya robado?
Pese a sus palabras, el abad sabia que la esperanza era debil, ya que todos conocian el orden de la ceremonia en conmemoracion del Santisimo Ailbe. Concluidas las laudes, las Reliquias eran sacadas de la capilla en manos del Conservador de las Santas Reliquias. A continuacion, la comunidad las acompanaba en procesion hasta el pozo sagrado, situado en los jardines de la abadia y del cual el abad extraia agua fresca para bendecir las reliquias del mismo modo que Ailbe bendijera la nueva abadia cien anos atras. A continuacion se trasladaban el relicario y un caliz con el agua bendita a la cruz de piedra que senalaba la tumba del fundador de la abadia, y alli se celebraba la ceremonia de conmemoracion. A sabiendas de este ritual, ?por que el Conservador de las Santas Reliquias iba a retirarlas de la capilla a una hora tan intempestiva?
El abad y el inquieto administrador llegaron ante una puerta. Cuando este se dispuso a llamar, el abad Segdae, con un suspiro de impaciencia, lo empujo a un lado y abrio la puerta.
– ?Hermano Mochta! -llamo al entrar en la celda del monje.
Entonces se detuvo, abriendo los ojos como platos. Enmudecio unos instantes, mientras el hermano Madagan intentaba asomarse en vano para averiguar que habia visto el abad. Sin moverse, este le ordeno en un tono bajo y extrano:
– Sostened la vela mas alto, hermano Madagan.
El administrador, que era un hombre alto, obedecio elevando el cirio sobre el hombro del abad.
La luz titilante ilumino una celda minuscula. Estaba patas arriba. Habia prendas de ropa tiradas, y habian esparcido la paja del jergon que cubria el catre de madera. En el suelo, el cabo de una vela apagada yacia en medio de un charco de su propio sebo, a poca distancia del candelero de madera que la sostenia. Aqui y alla habia enseres de arreglo personal desperdigados.
– ?Que significa esto, padre abad? -susurro el hermano Madagan, asustado.
El abad Segdae no le contesto. Entrecerro los ojos para fijarse mejor en el jergon, pues habia reparado en