razon de que Juan marchase al desierto. Fue Pilatos con sus malditos estandartes. Y la Casa de Caifas, ?que hicieron ellos para impedir ese desastre? Yeshua, tienes que llamar a Israel a que tome las armas.

– Hermano -dijo Santiago-, es asi, sin la menor duda.

– No.

– Yeshua, las palabras de Isaias dicen que debes hacerlo -me recordo Cleofas.

– No me las cites, tio. Las conozco.

– Yeshua, si lo haces -dijo Santiago-, ?como podemos fracasar? Hemos de tomar las armas. Es el momento que esperabamos, por el que rezabamos.

Si tu dices que has hecho…

– Oh, se muy bien lo desilusionados que estais todos -dije-. Y he visto en mi mente los ejercitos que podria dirigir y las victorias que podria alcanzar. ?Como podeis pensar que no se esas cosas?

– Entonces ?por que no aceptas tu destino? -pregunto Santiago con rencor -. ?Por que siempre te echas atras?

– Santiago, ?no comprendes lo que yo quiero? Mira las caras de los que te rodean y han visto salir el vino de las tinajas. Quiero dar un mensaje nuevo que incendie el mundo entero. Ese vino es nada menos que la sangre de mis venas. ?He venido a mostrar el rostro del Senor a todo el ancho mundo!

Quedaron en silencio.

– El rostro del Senor -repeti. Mire intensamente a Santiago, y luego a Cleofas. Los mire a todos, uno por uno-. A todos quiero llevarles el rostro del Senor.

Silencio. Permanecian inmoviles y me miraban, emocionados pero sin atreverse a hablar. -?No sabeis que todas las batallas que se libran con la espada son en definitiva batallas perdidas? -pregunte-. ?No veis vosotros mismos que las Escrituras y la historia estan llenas de batallas? ?Que sale de las batallas? No me hableis de Alejandro ni de Pompeyo ni de Augusto, de Germanico ni de Cesar. No me hableis de estandartes, tanto si se han izado en los muros de Jerusalen como si se han perdido en la Selva de Teutoburgo, en el extremo norte. No me hableis del rey David ni de su hijo Salomon. ?Miradme tal como estoy aqui! Quiero una victoria que sobrepase en mucho todo lo que ha sido escrito, con tinta o con sangre.

Segui hablando contra su silencio.

– Y habeis de confiar en mi, y en que lo hare. ?Ya sea a traves de senales y maravillas, o llamando en particular a las personas, o en respuesta a peticiones puntuales., unas triviales y otras enormes! Yo os llamo a que me sigais. A que lo descubrais a mi lado.

No hubo respuesta.

– Empieza ahora, en esta boda -dije-. Y el vino que habeis bebido es para todo el mundo. Israel era el recipiente, si, pero el vino fluye de ahora en adelante para todos. Oh, desearia poder senalar este momento como el del triunfo final, esta hermosa manana con su cielo palido y tranquilo. Desearia poder abrir las puertas para que todos beban de este vino aqui y ahora, y todo el dolor, el sufrimiento y la inquietud desaparezcan.»Pero no he nacido para esto. He nacido para encontrar la manera de hacerlo a lo largo del Tiempo. Si, este es el tiempo de Poncio Pilatos. Si, es el tiempo de Jose Caifas. Si, es el tiempo de Tiberio Cesar. Pero esos hombres no significan nada para mi. He entrado en la historia para todos los hombres. Y no voy a detenerme. Y seguire decepcionandoos, y no se a que pueblo o que ciudad me dirigire ahora, solo se que ire a proclamar que el Reino de Dios ha venido a nosotros, que todos hemos de volvernos y prestarle atencion, y predicare alli donde mi Padre me diga que debo hacerlo, y encontrare ante mi el auditorio, y las sorpresas, que El me tiene reservados.

– Nosotros vamos contigo, maestro -susurro Pedro.

– Contigo, Rabbi -dijo Juan.

– Yeshua, te lo ruego -dijo Santiago en voz baja-. El Senor nos dio su Ley en el Sinai. ?Que estas diciendo, que pretendes ir a vagabundear por pueblos y ciudades? ?A curar a los enfermos amontonados al borde de los caminos? ?A obrar maravillas como esta en una aldea tan diminuta como Cana?

– Santiago, te quiero -dije-. Cree en mi. Los cielos y la tierra fueron creados para ti, Santiago. Llegaras a entenderlo.

– Tengo miedo por ti, hermano -repuso.

– Yo tengo miedo por mi mismo -dije, y le sonrei.

– Estamos contigo, Rabbi -afirmo Nathanael.

Andres y Santiago hijo de Zebedeo dijeron lo mismo. Mi tio asintio y dejo que los otros se interpusieran entre nosotros, con su clamoreo y sus brazos tendidos.

Mi madre se habia acercado en algun momento mientras estabamos alli, y se mantenia apartada, escuchando quizas, o sencillamente observando. No lo supe. Salome la Menor, mi hermana, estaba tambien alli, y llevaba de la mano al pequeno Tobias.

Detras de ellos, y hacia la izquierda, en el extremo del huerto mas alejado de nosotros, en medio de un bosquecillo de arboles iluminados por la luz de la manana, una pequena figura vuelta de espaldas se movia cadenciosamente a uno y otro lado, inclinando la cabeza cubierta por un velo.

Fragil y solitaria, la bailarina parecia saludar al sol naciente.

Salome la Menor se adelanto.

– Yeshua, ahora tenemos que volver a Cafarnaum -le dijo-. Ven alli con nosotros.

– Si, Rabbi, volvamos a Cafarnaum -dijo Pedro.

– Iremos contigo alla donde vayas -declaro Juan.

Pense unos instantes y luego asenti.

– Preparaos para el viaje -dije-. Y a quienes no venis, tendremos que deciros adios, de momento.

Santiago estaba apenado. Sacudio la cabeza, y volvio la espalda. Mis hermanos lo rodearon, perplejos y desolados.

– Yeshua -dijo Jason-, ?quieres que vaya yo contigo? -Su rostro estaba lleno de una urgencia inocente. - ?Puedes abandonarlo todo y seguirme, Jason? -le pregunte.

Se quedo mirandome, sin expresion. Luego fruncio el entrecejo y bajo los ojos. Se sentia dolido y desgarrado.

Mire de nuevo hacia la pequena figura del extremo del huerto.

Hice un gesto de que me esperaran alli y cruce el huerto en direccion a la bailarina, que seguia con la cara vuelta a la luz que llegaba de lo alto de la tapia.

Recorri toda la longitud de la casa, pasando delante de las habitaciones de las mujeres, protegidas con cortinas. Pise los petalos caidos sobre los que antes habian bailado los invitados.

Me coloque detras de la pequena figura, que se movia al ritmo de la percusion de unos tambores distantes. - ?Ana! -llame.

Se sobresalto y se dio la vuelta. Me miro y luego sus ojos se movieron en todas direcciones, hacia los pajaros posados en las ramas de los arboles, sobre su cabeza, y las palomas que zureaban sobre el tejado. Miro la casa, llena aun de luces, movimiento y ruido, un insistente y hermoso sonido ritmico.

– Ana -repeti, y le sonrei. Me lleve la mano al pecho-. Yeshua -dije. Abri mi mano y la aprete contra mi pecho-. Yeshua.

Pose con suavidad mi mano en su garganta.

Ella se esforzo, con los ojos muy abiertos, y por fin susurro: -?Yeshua! -Estaba palida por la emocion-, ?Yeshua! -grito con voz ronca. Y luego, en voz alta-: ?Yeshua! -Y lo repetia.

– Escuchame -dije, y puse la mano en su oido y luego sobre mi corazon, los viejos gestos-. Escucha Israel - dije-, el Senor es nuestro unico Dios.

Empezo a pronunciar las palabras. Yo las repeti, esta vez con los gestos que nos habia visto hacer para ella cuando rezabamos todos los dias. Repeti una vez mas, y a la tercera vez ella recito las palabras conmigo.

– Escucha Israel. El Senor es nuestro unico Dios.

La abrace, y luego me volvi para reunirme con los demas.

Y salimos al camino.

Anne Rice

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