Anne Rice

Camino A Cana

El Mesias (Christos Kyrios)

(El Mesias, 2)

Invocacion.

En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espiritu Santo. Amen.

La verdad de la fe solo puede ser preservada haciendo una teologia de Jesucristo, y rehaciendola una y otra vez.

KARL RAHNER

Oh Senor, Dios unico, Dios trino, todo cuanto he dicho en estos libros es tuyo, para que quienes son tuyos comprendan; cuanto he dicho de mi solo, perdonalo Tu y perdonenlo los tuyos.

SAN AGUSTIN

En el principio existia la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron… En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conocio.

Evangelio segun SAN JUAN

1

?Quien es Cristo el Senor?

Los angeles cantaron a su nacimiento. Magos de Oriente le llevaron regalos: oro, incienso y mirra. Le entregaron esos regalos a el, a su madre Maria y al hombre que decia ser su padre, Jose.

En el Templo, un anciano tomo al recien nacido en sus brazos. El anciano dijo al Senor mientras sostenia al bebe: «Sera luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.»

Mi madre me conto esas historias.

Eso ocurrio hace muchos anos. ?Es posible que Cristo el Senor sea un carpintero del pueblo de Nazaret, un hombre de treinta anos de edad, de una familia de carpinteros, una familia de hombres y mujeres y ninos que llena las diez habitaciones de una casa antigua y, en este invierno de sequia, de polvo inacabable, de rumores de disturbios en Judea, Cristo el Senor duerma bajo una manta de lana gastada, en una habitacion con otros hombres, junto a un brasero que humea? ?Es posible que en esa habitacion, dormido, suene?

Si. Se que es posible. Yo soy Cristo el Senor. Lo se. Lo que debo saber, lo se. Y lo que debo aprender, lo aprendo.

Y bajo esta piel, vivo y sudo y respiro y gimo. Me duelen los hombros. Mis ojos estan secos por tantos dias de temible sequia; por las largas caminatas hasta Seforis a traves de los campos grises donde las semillas se queman al debil sol invernal porque las lluvias no llegan.

Yo soy Cristo el Senor. Lo se. Otros lo saben tambien, pero lo que saben lo olvidan a menudo. Mi madre no ha dicho una sola palabra sobre ello durante anos. Mi padre putativo, Jose, ya es viejo, tiene el pelo blanco y tendencia a divagar.

Yo nunca olvido. Y cuando me duermo, a veces temo, porque los suenos no son mis amigos. Mis suenos son salvajes como helechos o como los repentinos vientos ardientes que soplan en los bien cultivados valles de Galilea.

Pero sueno, como suenan todos los hombres.

Y esta noche, junto al brasero, con las manos y los pies frios bajo mi manta, he sonado.

He sonado con una mujer proxima, una mujer mia, una mujer que se convirtio en una virgen que en el facil tumulto de mis suenos se convirtio en mi Abigail.

He despertado. Me he sentado en la oscuridad. Todos los demas dormian aun, con la boca abierta, y en el brasero los carbones se habian deshecho en cenizas.

«Marchate, muchacha amada. Eso no debo conocerlo, y Cristo el Senor no conocera lo que no quiere conocer… o lo que conoceria unicamente a traves de la forma de su ausencia.»

Ella no se marchara… eso no, la Abigail de mis suenos con el cabello suelto desparramado entre mis manos, como si el Senor la hubiera creado para mi en el Jardin del Eden.

No. Tal vez el Senor creo los suenos para un conocimiento como este; o asi se lo ha parecido a Cristo el Senor.

He saltado de mi jergon y, tan silenciosamente como he podido, he echado mas carbon al brasero. Mis hermanos y sobrinos no se han movido. Santiago ha pasado la noche con su mujer fuera de casa, en la habitacion que ambos comparten. Judas el Menor y Jose el Menor, padres ambos, han dormido aqui, separados de los bebes acurrucados junto a sus esposas. Y aqui dormian ademas los hijos de Santiago: Menahim, Isaac y Shabi, los tres juntos, desmadejados como munecos.

He pasado delante de todos, uno tras otro, para sacar una tunica nueva del arcon, de lana olorosa a la luz del sol que la ha secado. Todo lo que hay en ese arcon esta limpio.

He cogido la tunica y he salido de la casa. Una rafaga de aire helado en el patio vacio. Crujidos de hojas rotas.

Y me he detenido un momento en la calle de guijarros y mirado a lo alto, al gran despliegue de estrellas brillantes mas alla de los tejados.

Ese cielo frio, sin nubes, repleto de luces infinitesimales, me ha parecido hermoso por un instante. El corazon me dolia. Parecia mirarme, envolverme -con carino, fijandose en mi- como una inmensa red tendida por una sola mano, ya no el inmenso vacio inevitable de la noche sobre la pequena aldea dormida desparramada como cientos de otras por una ladera, entre cuevas lejanas repletas de huesos y campos sedientos, y bosques y olivares.

Yo estaba solo.

En algun lugar abajo de la colina, cerca de la plaza donde se instala el mercado ocasional, un hombre cantaba con voz bronca de borracho, y brillaba una chispa de luz en el umbral de la taberna tambien ocasional. Ecos de risas.

Pero por lo demas todo estaba en silencio, y no habia ni una sola antorcha encendida.

La casa de Abigail, frente a la nuestra, estaba cerrada como todas las demas. Dentro Abigail, mi joven parienta, dormia junto a Ana la Muda, su dulce companera, y las dos mujeres ancianas que la sirven, y ese hombre irritable, Shemayah, su padre.

Nazaret nunca tuvo una beldad. Yo he visto crecer generaciones de muchachas, todas frescas y agradables a la vista como flores silvestres. Los padres no quieren que sus hijas sean beldades. Pero ahora Nazaret tiene una beldad, y es Abigail. Ha rechazado a dos pretendientes, o lo ha hecho su padre en nombre de ella, y las mujeres de nuestra casa se preguntan muy en serio si la propia Abigail ha sabido alguna vez que esas personas la

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