Jose se inclino y susurro algo al rabino. Oi el tono conciliador, pero no las palabras. Mientras tanto, Jason miraba furioso a Santiago, como si este fuera ahora su enemigo, y Santiago sonreia despectivo a Jason.

– ?No tienes bastantes enemigos en el pueblo? -le pregunto Cleofas, en tono tranquilo-. ?Por que siempre juegas a Satanas? ?Tienes que juzgar a mi sobrino Yeshua porque Yitra y el Huerfano no tuvieron juicio?

– A veces -dijo Jason-, creo que he nacido para expresar lo que los demas no se atreven a decir. He prevenido a Yeshua, eso es todo. -Su voz disminuyo hasta convertirse en un susurro-. ?No esta su propia parienta esperando su decision?

– ?Eso no es cierto! -declaro Santiago-. ?Eso viene de la idiotez febril de una mente envidiosa! Te rechazo a ti porque estas loco, ?y por que ha de casarse una mujer con el viento, si no esta obligada a hacerlo?

De pronto todos empezaron a hablar a la vez, Jason, Santiago, Cleofas, e incluso Jose y el rabino.

Sali a la calle. El cielo estaba azul, y el pueblo vacio. Nadie deseaba salir a contar lo que habia sucedido. Me aleje un poco, pero segui oyendoles.

– Ve a escribir una carta a tus amigos epicureos de Roma -dijo Santiago con voz dura-. Cuentales los sucesos escandalosos del miserable villorrio en que estas condenado a vivir. Compon una satira, ?por que no?

Salio a buscarme.

Jason venia detras de el, adelantandose a los ancianos, que le seguian.

– Te dire algo respecto a eso -dijo Jason, furioso-: si escribo alguna cosa de valor, solo hay un hombre en este lugar capaz de comprenderlo, y ese hombre es tu hermano Yeshua.

– Jason, Jason… -tercie-. Vamos, ?a que viene todo esto?

– Bueno, si no es por una cosa es por otra -dijo Santiago-. No hables con el. No le mires. En un dia como este, el tiene tema para empezar una discusion. Estamos pasando un invierno duro, sin lluvia, y Poncio Pilatos amenaza con llevar sus estandartes a la Ciudad Santa. Pero el va y se pone a discutir por esto.

– ?Crees que son una broma? -estallo Jason-. ?Esos estandartes? Te digo que esos soldados se dirigen en este momento a Jerusalen y que colocaran sus insignias en el mismo Templo, si les apetece. Asi estan las cosas.

– Para, eso no lo sabemos -dijo Jose-. Estamos esperando noticias de Poncio Pilatos igual que esperamos la lluvia. Acabad con esta disputa, los dos.

– Vuelve con tu tio -dijo Santiago-. ?Por que nos sigues y nos molestas?

Nadie mas en Nazaret quiere hablar contigo. Vuelve. Tu tio te necesita ahora. ?No hay paginas que escribir, para informar de estos odiosos sucesos a alguien? ?O es que este es un pais sin ley, como si fueramos bandidos de las montanas? ?Que, podemos tirarlos a una fosa y que nadie se entere de como han muerto? Vuelve y haz tu trabajo.

Jose dirigio a Santiago una mirada severa que le hizo callar, y lo envio por delante, con la cabeza gacha.

Seguimos nuestro camino, pero Jason venia aun detras de nosotros.

– No te deseo ningun mal, Yeshua -dijo.

Su tono confidencial enfurecio a Santiago, que dio media vuelta, pero Jose le detuvo.

– No te deseo ningun mal -repitio Jason-. Este lugar esta maldito. La lluvia nunca llegara. Los campos se estan secando. Los huertos se marchitan.

Las flores mueren.

– Jason, amigo -dije-, tarde o temprano la lluvia siempre llega. -?Y si no llega nunca? ?Que ocurre si los cielos nos han cerrado sus compuertas con toda la razon?

De su boca estaba a punto de brotar un torrente de palabras, pero lo detuve levantando la mano.

– Ven despues, hablaremos delante de un vaso de vino -dije-. Ahora he de ir a consolar a esa familia.

Dio media vuelta y se dirigio despacio a la puerta de su tio. De pronto se volvio hacia mi.

– Yeshua, perdoname -dijo desde lejos.

Lo dijo en voz lo bastante alta para que todo el mundo lo oyera.

– Jason -dije-, estas perdonado.

4

La madre de Yitra habia puesto a toda la familia a empaquetarlo todo. Los burros estaban ya cargados. Las dos pequenas enrollaban la alfombra, cuidando de quitarle el polvo del suelo; la alfombra fina que tal vez ha sido su posesion mas valiosa.

Cuando la madre de Yitra vio a Jose, se puso en pie y corrio a sus brazos.

Pero temblaba y tenia secos los ojos, y se limito a colgarse de el como si huyera de una inundacion.

– El viaje a Judea es seguro -dijo Jose-. Incluso os hara bien, y cuando caiga la noche las pequenas estaran lejos de las murmuraciones y las miradas de refilon de este lugar. Sabemos donde descansa Yitra. Iremos a visitarlo.

Ella le miro como si no encontrara sentido a sus palabras.

Luego aparecio Nahom, el padre, con dos de sus braceros. Nos dimos cuenta de que los dos hombres habian convencido a Nahom de que volviera a su casa, y el se dejo caer contra la pared, con los ojos en blanco.

– No te preocupes mas por esas criaturas -le dijo Jose-. Han huido.

Saben que han hecho mal. Deja que el Cielo se apiade de ellos. Ahora marchad a Judea, y sacude el polvo de este lugar de tus sandalias.

Uno de los braceros, un hombre de expresion amable, se adelanto y asintio al tiempo que pasaba sus brazos por los hombros de Jose y Nahom.

– Shemayah comprara tus tierras y te dara un buen precio -dijo-. Yo las compraria si pudiera. Vete. Jose tiene razon, las criaturas que acusaron a los chicos estan ya muy lejos. Probablemente iran en busca de los bandidos de las montanas. Alli es donde suelen ir a parar los desechos. ?Que podrias hacerles, de todos modos? ?Puedes matar a todos los hombres de este pueblo?

La madre de Yitra cerro los ojos y agacho la cabeza. Crei que se iba a desmayar, pero no fue asi.

Jose les abrazo mas estrechamente.

– Teneis a estas pequenas, ahora. ?Que les ocurrira si no afrontais esta situacion? -los animo Jose-. Ahora escuchadme, quiero deciros… quiero deciros…

Vacilo. Tenia los ojos anegados en lagrimas. No encontraba las palabras.

Me acerque y coloque mis manos sobre los dos, y ellos me miraron de pronto como ninos asustados.

– No ha habido juicio, como sabeis -dije-. Eso quiere decir que nadie sabra nunca lo que hizo Yitra o lo que dejo de hacer el Huerfano, o como fue o cuando, o si nunca ocurrio nada. Nadie lo sabra. Nadie puede saberlo. Ni siquiera los ninos que les acusaron. Solo el Cielo lo sabe. Ahora no debeis juzgar a los dos chicos en vuestro corazon. No pudo celebrarse un juicio, y eso significa que nadie podra nunca juzgarles. Por eso habeis de llorar a Yitra en vuestro corazon. Y Yitra es inocente para siempre. Tiene que serlo. No puede ser de otra manera, no en este lado del Paraiso.

La madre de Yitra me miro. Sus ojos se estrecharon y asintio. El rostro de Nahom carecia de expresion, pero se dirigio muy despacio a recoger los bultos que faltaban y luego los llevo con andar cansino hasta los animales que esperaban.

– Os deseamos un buen viaje -dijo Jose-, y ahora habeis de decirme si necesitais alguna cosa para el camino. Mis hijos y yo os daremos cualquier cosa que necesiteis.

– Esperad -dijo la madre de Yitra.

Fue hasta un arcon colocado en el suelo y desato las correas. Saco de el una pieza de tela doblada, tal vez un manto de lana.

– Esto -dijo, y me lo tendio-, esto es para Ana la Muda.

Era la hermana del Huerfano.

– Cuidaras de ella, ?verdad? -pregunto la mujer.

Jose se emociono.

– Hija mia, pobre hija mia -dijo-. Que amable por tu parte acordarte de Ana en un momento asi. Claro que cuidaremos de ella. Siempre cuidaremos de ella.

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