5

Cuando entramos en la casa, vimos que estaban alli Ana la Muda y Abigail.

Ahora, alla donde iba Abigail, iba tambien Ana, y donde iban las dos, siempre habia con ellas un enjambre de chiquillos. Los hijos de Santiago, Isaac y Shabi, y mis demas sobrinos y sobrinas, rondaban siempre alrededor de Abigail y Ana la Muda. Era Abigail quien cuidaba de los ninos, a menudo les cantaba y les ensenaba canciones antiguas, fragmentos de las Escrituras, e incluso a veces versos que se inventaba, y dejaba que las ninas la ayudaran con los hilos y las agujas y todos los trapos por remendar que solia llevar en el cesto. Ana la Muda, que ni oia ni hablaba, vivia con Abigail la mayor parte del tiempo, aunque de cuando en cuando, si el padre de Abigail estaba muy enfermo, con su pierna mala, Ana podia quedarse en nuestra casa, con mis tias y mi madre.

Pero ahora, cuando entramos, solo estaban las mujeres con Abigail y Ana la Muda. Todos los ninos habian sido enviados a otro lugar, estaba claro, y Ana se puso de pie en espera de noticias y miro implorante a Jose.

Abigail se coloco a su lado, dispuesta a sostenerla. Los ojos de Abigail estaban enrojecidos de llorar, y de pronto no se parecia a nuestra Abigail, sino mas bien a una mujer como la madre de Yitra. El dolor por todo aquello habia transfigurado su rostro, miraba fijamente a Ana la Muda y esperaba.

Ana tenia un repertorio de gestos fluidos y elocuentes para todo, y nosotros los conociamos. Habian pasado varios anos desde que el Huerfano y ella llegaron a Nazaret como vagabundos, y desde entonces ella vivia con nosotros, y el Huerfano habia vivido en muchos sitios. Pero todos conociamos su lenguaje de signos y yo pensaba que sus manos eran tan hermosas en ocasiones como las de Jason.

Nadie sabia que edad tenia, quiza quince o dieciseis anos. El Huerfano habia sido mas joven.

Ahora se puso en pie delante de Jose, y de pronto empezo a hacer los gestos que representaban a su hermano. ?Donde estaba su hermano? ?Que le habia ocurrido a su hermano? Nadie se lo decia. Sus ojos vagaban por la habitacion, recorrian los rostros de las mujeres apoyadas contra la pared. ?Que le habia ocurrido a su hermano?

Jose empezo a responderle. Empezo, pero una vez mas las lagrimas acudieron a sus ojos, y sus manos palidas quedaron inmoviles en el aire, incapaces de describir las formas de lo que habia visto o querido ver.

Santiago estaba enfurrunado. Cleofas empezo a decir algo. No conocia muy bien los signos, nunca los habia conocido.

Abigail no podia decir ni hacer nada.

Finalmente, me acerque a Ana la Muda y la gire hacia mi. Hice el gesto de su hermano y me senale los labios, porque sabia que a veces era capaz de leer en ellos. Senale arriba e hice el signo de rezar. Hable despacio mientras trazaba varios signos.

– El Senor vela por tu hermano ahora, y tu hermano duerme. Tu hermano duerme ahora en la tierra. No volveras a verlo.

Senale sus ojos. Me incline hacia delante y senale mis propios ojos, y los de Jose, y las lagrimas de su rostro. Sacudi la cabeza.

– Tu hermano esta ahora con el Senor -dije. Me bese los dedos y volvi a senalar arriba.

La cara de Ana se descompuso y se aparto de mi con un gesto violento.

Abigail la sujeto con firmeza.

– Tu hermano despertara el ultimo dia -dijo Abigail, y miro hacia arriba y luego, soltandola, hizo un gesto amplio como si todo el mundo se hubiera congregado delante del Cielo.

Ana la Muda estaba aterrorizada. Encogio los hombros y nos miro a traves de sus dedos.

Yo hable de nuevo, acompanandome con gestos.

– Fue rapido. Fue malo. Como si alguien cayera. Acabo de repente.

Hice los gestos de descansar, de dormir, de calma. Los hice tan despacio como pude.

Vi que su cara cambiaba poco a poco.

– Eres nuestra hija -dije-. Vives con nosotros y con Abigail.

Ella espero un largo momento y luego pregunto donde habian llevado a su hermano a descansar. Senale hacia las colinas lejanas. Ana conocia las cuevas.

No necesitaba saber en que cueva, la de quienes morian lapidados.

Su rostro permanecio inmovil otra vez pero solo por un instante, y luego, con una extrana expresion temerosa, pregunto por signos donde estaba Yitra.

– La familia de Yitra se ha marchado -dije. Hice los gestos de los padres y las pequenas caminando.

Ella me miro. Sabia que no podia ser cierto, que eso no era todo. De nuevo trazo los signos de donde esta Yitra. -Diselo -dijo Jose. Lo hice.

– En la tierra, con tu hermano. Se han ido.

Sus ojos se agrandaron. Luego, por primera vez vi curvarse sus labios en una sonrisa amarga. De su interior broto un grunido, un terrible sonido sin lengua.

Santiago suspiro. Cleofas y el cruzaron una mirada.

– Ahora vente a casa conmigo -dijo Abigail.

Pero no habia acabado todo.

Jose senalo de nuevo el cielo con un gesto rapido, y trazo los signos de descanso y paz en el cielo.

– Ayudadme a llevarla -pidio Abigail, porque Ana la Muda se negaba a moverse.

Mi madre y mis tias se adelantaron. Poco a poco, Ana cedio. Caminaba como en suenos. Salieron de la casa en grupo.

Debio de pararse en medio de la calle. Oimos un sonido como el mugido de un buey, un sonido poderoso y estremecedor. Era Ana la Muda.

Corri hacia ella y vi que habia enloquecido y golpeaba a todos los que se le acercaban, a puntapies, a empujones, y de su interior brotaba aquel mugido informe, mas y mas fuerte, arrancando ecos de los muros. Dio a Abigail un empellon que la envio contra la pared, y Abigail de pronto rompio a sollozar y lamentarse.

Shemayah, el padre de Abigail, abrio la puerta.

Pero Abigail corrio hacia Ana la Muda, gimiendo y llorando y dejando correr las lagrimas, y le rogo que por favor fuese con ella. -?Ven conmigo! -suplico Abigail.

Ana la Muda habia dejado de mugir. Estaba quieta, mirando a Abigail. Los sollozos agitaban todo el cuerpo de esta, que extendio los brazos y luego cayo de rodillas.

Ana corrio a levantarla y se puso a consolarla.

Todas las mujeres se agruparon alrededor de ellas. Acariciaban los cabellos de las dos jovenes, palmeaban sus hombros. Ana secaba las lagrimas de Abigail como si quisiera borrarlas por completo. Tenia la cara de Abigail entre sus manos y secaba a conciencia las lagrimas. Abigail asentia. Ana la abrazaba una y otra vez.

Shemayah sostenia abierta la puerta para su hija, y finalmente las dos jovenes entraron juntas en la casa.

Nosotros volvimos a la nuestra. Las brasas brillaban en la penumbra, y alguien puso una taza de agua en mis manos y dijo:

– Sientate.

Vi a Jose reclinado contra la pared, con las piernas dobladas y la cabeza gacha.

– Padre, no vengas con nosotros hoy -dijo Santiago-. Quedate aqui, por favor, y cuida de los ninos. Hoy te necesitan, Jose levanto la vista. Por un momento miro como si no entendiera lo que le decia Santiago. No se produjo la discusion de costumbre, ni siquiera una palabra de protesta. Hizo un gesto de asentimiento y cerro los ojos.

En el patio, Santiago dio unas palmadas para que los chicos se dieran prisa.

– El luto esta en nuestros corazones -les recordo-. Pero vamos retrasados. Y para los que trabajais hoy aqui, quiero el patio bien barrido, ?entendido? Mirad.

Dio varias vueltas, senalando los sarmientos secos que colgaban del emparrado, las hojas muertas amontonadas en todos los rincones, la higuera que no era mas que una marana de ramas entrelazadas.

Ya de camino, apinados en la lenta caravana de carros que transportaban a las cuadrillas de trabajadores, se sento a mi lado y me dijo: -?Has visto lo que le ha ocurrido a padre? ?Lo has visto? Intento hablar y…

– Santiago, un dia como el de hoy habria agotado a cualquiera. Despues de esto… el tendria que quedarse en

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