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Llegamos a la casa del rabino. Las puertas estaban abiertas. Jason se habia colocado de pie en el rincon mas apartado, junto a un estante con libros, con los brazos cruzados. El anciano rabino Jacimus estaba sentado de espaldas a nosotros, cabizbajo ante su escritorio, de codos sobre un pergamino, la cabeza cubierta.
Se balanceaba a un lado y otro, y rezaba o leia, era imposible saberlo. Tal vez tampoco el lo sabia.
– «No te enfurezcas con los hombres porque no somos nada -murmuro-.
Y no tomes en cuenta lo que hacemos, porque ?que somos nosotros?»
Me coloque en silencio al lado de Jose y Santiago, esperando y escuchando.
Cleofas estaba detras de nosotros.
– «Porque considera que por Ti hemos entrado en este mundo, y no salimos de el por nuestra voluntad; ?quien ha dicho nunca a su padre y su madre 'Dadnos la vida'? ?Y quien entra en los dominios de la Muerte diciendo 'Recibeme'? ?Que fuerza es la nuestra, Senor, para resistir vuestra Ira? ?Que somos para poder soportar vuestra Justicia?»
Se incorporo. Al advertir nuestra presencia, volvio a sentarse y suspiro, y se giro un poco hacia nosotros mientras continuaba recitando su oracion:
– Acogednos en vuestra Gracia, y sirvanos de socorro vuestro Perdon.
Jose repitio esas palabras en voz baja.
Por un momento dio la sensacion de que todo aquello superaba la capacidad de aguante de Jason, pero en sus ojos brillaba una pequena luz de esperanza que muy pocas veces le habia visto. Es un hombre hermoso de cabello negro, siempre bien vestido, y en el sabbat sus ropajes de lino desprenden a menudo un tenue aroma a incienso.
El rabino, que era un hombre joven cuando llego por primera vez a Nazaret, esta ahora encorvado por el peso de la edad, y su cabello es tan blanco como el de Jose o el de mis tios. Nos miro como si no pudieramos verle, como si no estuvieramos de pie esperandole, como si el simplemente nos observara desde un lugar oculto y meditara; por fin dijo con lentitud:
– ?Se los han llevado?
Se referia a los cuerpos de los dos chicos.
– Si -respondio Jose-. Y tambien las piedras manchadas con su sangre.
Se han llevado todo.
El rabino miro al cielo y suspiro.
– Ahora pertenecen a Azazel -dijo.
– No, pero se han ido -dijo Jose-. Y nosotros hemos venido a verte a ti.
Sabemos lo mal que te sientes. ?Que quieres que hagamos? ?Vamos a visitar a Nahom y a la madre del chico?
El rabino asintio.
– Jose, lo que quiero es que te quedes a consolarme -le dijo, sacudiendo la cabeza-, pero tu les perteneces a ellos. Nahom tiene hermanos en Judea.
Deberia irse alli con su familia. Nunca volvera a encontrar la paz en este lugar.
Jose, dime, ?por que ha ocurrido esto?
Jason intervino con su apasionamiento acostumbrado:
– No hace falta ir a Atenas ni a Roma para saber lo que estaban haciendo esos chicos -dijo-. ?Por que no puede ocurrir una cosa asi en Nazaret?
– No es eso lo que he preguntado -replico el rabino, dirigiendole una mirada dura-. No pregunto que hicieron los chicos. ?No sabemos lo que hicieron! ?No hubo juicio, ni testigos, ni justicia! Pregunto como han podido lapidarlos, eso pregunto. ?Donde esta la ley, donde la justicia?
Uno podria pensar que despreciaba a su sobrino por la forma en que le contesto, pero lo cierto es que el rabino ama a Jason. Los hijos del rabino han muerto. Jason hace que el rabino se sienta joven, y siempre que Jason esta lejos de Nazaret, el rabino se muestra distraido y olvidadizo. Tan pronto como Jason cruza la puerta, de regreso de algun lugar lejano, con un paquete de libros a la espalda, el rabino renace, y a veces, cuando pasean los dos juntos, parece recuperar el entusiasmo de un muchacho.
– Por cierto -le pregunto Jason-?y que haran cuando el padre de Yitra se tropiece con los ninos que empezaron esto? Porque eran ninos, sabeis, esos ninos pequenos que corretean alrededor de la taberna, y han escapado, se fueron antes de que volara la primera piedra. Nahom puede pasarse la vida entera buscando a esos chiquillos.
– Ninos -dijo mi tio Cleofas-, ninos que puede que ni siquiera sepan bien lo que vieron. ?Que tiene de particular, dos jovenes debajo de la misma manta en una noche de invierno?
– Se acabo -dijo Santiago-. Pues que, ?vamos a celebrar el juicio ahora cuando no lo hemos hecho antes? Se acabo.
– Tienes razon -asintio el rabino-. Pero ?iras a ver a la madre y el padre, y les diras algo de mi parte? Si voy yo, llorare largamente y me pondre furioso.
Si va Jason, dira cosas raras.
Jason rio sin alegria.
– Cosas raras. ?Que esta aldea no es mas que un miserable monton de polvo? Si, diria cosas asi.
– Tu no tienes por que vivir aqui, Jason -dijo Santiago-. Nadie ha dicho nunca que en Nazaret hiciera falta un filosofo griego. Vuelve a Alejandria, o a Atenas o Roma, o a donde sea que vas siempre. ?Necesitamos nosotros tus pensamientos? Nunca nos han hecho falta.
– Santiago, se paciente -aconsejo Jose.
El rabino se dirigio a Jose, como si no hubiera oido la discusion.
– Ve a verles, Jose, tu y Yeshua, vosotros siempre decis las palabras justas.
Yeshua puede consolar a cualquiera. Explicad a Nahom que su hijo era simplemente un nino, y el Huerfano, ?ah, el pobre Huerfano!
Estabamos ya despidiendonos cuando Jason se acerco y me miro con atencion. Yo levante la vista.
– Cuida de que los hombres no digan las mismas cosas de ti, Yeshua -dijo.
– ?Que estas diciendo? -exclamo el rabino, y se levanto precipitadamente de su asiento.
– No tiene importancia -dijo Jose en voz baja-. No es nada, solo el dolor de Jason por cosas que uno no alcanza a comprender.
– ?Como, no sabeis que andan diciendo cosas raras sobre Yeshua? -dijo Jason, con la vista clavada en Jose, y luego en mi-. ?Sabes como te llaman, mi mudo e impasible amigo? -me dijo-. Te llaman Yeshua Sin Pecado.
Me rei, girandome para que no pareciera que me estaba riendo en su cara.
Pero lo cierto es que me rei en su cara. Siguio hablando, pero no le escuche.
Observe sus manos. Tiene manos finas y hermosas. Y a menudo, cuando recita un largo parrafo o un poema, yo me limito a observar sus manos. Me hacen pensar en pajaros.
El rabino se puso de pronto a tironear la tunica de Jason, y levanto la mano derecha como si fuera a abofetearlo. Pero luego se dejo caer de nuevo en su silla, y Jason enrojecio. Ahora lamentaba lo que habia dicho, lo lamentaba con desesperacion.
– Bueno, la gente habla, ?no es cierto? -dijo Jason, mirandome-. ?Donde esta tu esposa, Yeshua, donde estan tus hijos?
– No voy a quedarme aqui escuchando estas cosas ni un momento mas -salto Santiago. Me agarro del brazo y tiro de mi hacia la calle-. No hables de esa forma a mi hermano -dijo a Jason-. Todo el mundo sabe lo que te reconcome. ?Crees que somos tontos? No puedes estar a su altura, ?es eso?
Abigail te ha rechazado. Su padre incluso se burlo de ti.
Jose empujo a Santiago por delante de mi, hasta llevarlo fuera de la habitacion.
– Ya basta, hijo. ?Siempre has de meterte con el?
Cleofas hizo un gesto de asentimiento.
El rabino se dejo caer en su silla y bajo la cabeza entre sus pergaminos.