estrellas como si estuvieran bajo el agua. Era una imagen que mareaba: el agujero parecia un estanque que reflejara las estrellas que teniamos a nuestros pies.

Me pasee lentamente por el perimetro del atrio. En las hornacinas de los muros estaban las mascarillas de cera de los antepasados. Publio Clodio Pulcher provenia de un linaje muy noble y antiguo. Uno a uno, los rostros impasibles de sus ascendientes me observaban. La mayoria habian sido captados en la madurez o en la vejez, pero en su conjunto, podia apreciarse que formaban un grupo hermoso. En cierto modo hacian honor a su apellido, Pulcher, que al fin y al cabo significa pulcro.

Eco me dio golpecitos en el hombro. Nuestro guia habia regresado. Hizo un gesto con la barbilla y lo seguimos hacia el fondo de la casa.

Mientras recorriamos los pasillos, aproveche para echar ojeadas a las habitaciones que habia a un lado y a otro. Por todas partes adverti senales de que estabamos en una casa que habia sido ocupada recientemente y en la que aun no se habian instalado del todo. En algunas habitaciones habia cajas y bultos amontonados en desorden, mientras que otras estaban vacias. En algunos sitios aun quedaban andamios y se percibia el olor del yeso recien puesto. Hasta las estancias que parecian acabadas daban la impresion de ser en cierto modo provisionales: muebles colocados en cualquier rincon, cuadros colgados en cualquier espacio, estatuas situadas demasiado cerca unas de otras.

?Que esperaba encontrar dentro de la casa? ?Mujeres llorando, esclavos corriendo confusamente de un lado a otro, sensacion de panico? Por el contrario, la casa estaba en absoluto silencio, con alguna que otra persona a la vista. La extension del recinto hacia que aquella quietud fuera mas acusada y misteriosa, como un templo desierto. De cuando en cuando nos cruzabamos con algun esclavo que se apartaba en senal de deferencia mientras desviaba la cara en otra direccion.

Cuando el cuerpo muere, me dijo en una ocasion un filosofo, toda la vida dentro de el se contrae en un unico punto antes de expirar. Eso es lo que parecia que ocurria en la casa de Clodio, que toda la vida se habia concentrado en un unico sitio, pues doblamos repentinamente una esquina y entramos en una sala iluminada por numerosas lamparas y en la que se oian muchas voces susurrantes. Hombres de aspecto nervioso, vestidos con toga, iban de un lado a otro con rostros preocupados, conversaban en grupos, gesticulaban con las manos, sacudian la cabeza y discutian en susurros. Los esclavos se mantenian apartados en los rincones, en silencio pero con la mirada alerta, a la espera de instrucciones.

Llegamos ante una puerta cerrada que habia al otro extremo de la estancia. Junto a ella, habia un gigante sentado con la barbilla entre las manos y expresion compungida. Llevaba en la cabeza un vendaje manchado de sangre y un torniquete en un brazo. Un apuesto joven de elegante tunica lo atosigaba a preguntas al tiempo que lo reganaba, sin darle tiempo a balbucear respuesta.

– Aun no entiendo como pudisteis abandonarlo de ese modo. En primer lugar, ?como es que estabais con el tan pocos? ?Por Hades! ?En que estaban pensando esos cuando se lo llevaron a aquella taberna en lugar de traerlo a la villa?

Nuestro guia llamo suavemente a la puerta con el lateral del pie; alguien le habia ensenado buenos modales. El joven y el herido alzaron la mirada y nos miraron a Eco y a mi con aire suspicaz.

El herido fruncio el ceno:

?Por Hades! ?Quien…?

El joven nos contemplo con cara aburrida.

– Debe de ser el tipo que ha mandado llamar mi tia Clodia.

La puerta se abrio. Un par de ojos femeninos nos acecho. Nuestro guia se aclaro la garganta y dijo:

– El que llaman Gordiano y su hijo, Eco.

La esclava asintio con la cabeza y abrio la puerta. Eco y yo entramos. Nuestro guia se quedo fuera cuando la esclava cerro la puerta.

La sala daba la impresion de ser un santuario. El suelo estaba cubierto por gruesas alfombras y las paredes por tapicerias que amortiguaban el tranquilo chisporrotear del unico brasero que caldeaba la estancia y proyectaba sombras alargadas por los rincones. Apoyada en una pared habia una mesa alargada, igual que un altar, con algunas mujeres congregadas delante dandonos la espalda. Iban vestidas de negro, con el cabello suelto cayendoles por los hombros. No parecieron advertir nuestra llegada. La esclava se dirigio a una de ellas y le toco suavemente el codo. Clodia se giro y nos miro desde el otro lado de la sala.

Hacia casi cuatro anos que no la veia, desde el juicio de Marco Celio. Clodia habia solicitado mis servicios para que la ayudara en la acusacion; las cosas no habian discurrido como planeo y sus errores de calculo habian acabado mal para ella. Desde entonces, habia llevado una existencia mucho mas tranquila y retirada, o eso he oido en las escasas ocasiones en que se menciona su nombre. Pero no la habia olvidado. Una mujer como Clodia no se olvida nunca.

Se acerco lentamente, arrastrando tras ella el borde de su tunica negra. Su perfume llego a nosotros un momento antes que ella, el aire empezo a oler a nardo y a azafran. Siempre la habia visto con el pelo echado hacia atras y sujeto con horquillas. En aquel momento lo llevaba caido por el luto, enmarcando de un negro lustroso el impresionante angulo de los pomulos y la orgullosa linea de la nariz. Tenia mas de cuarenta anos, pero seguia teniendo el cutis como los petalos de rosa. Las suaves mejillas y la frente parecian resplandecer ante la vacilante luz del brasero. Sus ojos, sus famosos ojos verdes brillantes, estaban rojos por el llanto, pero su voz era firme.

– ?Gordiano! Crei verte entre la multitud. ?Es tu hijo?

– Mi hijo mayor, Eco.

Asintio, parpadeando para contener las lagrimas.

– Vamos, sentaos conmigo.

Nos condujo a un rincon y nos hizo senas para que nos sentaramos en un triclinio mientras ella se sentaba en otro. Se llevo una mano a la frente y cerro los ojos. Parecia estar al borde de las lagrimas, pero al rato respiro profundamente y se sento derecha con las manos recogidas en el regazo.

Un sombra eclipso la luz del brasero. Alguien habia atravesado la estancia para unirse a nosotros. Se sento junto a Clodia y trato de cogerle las manos.

– Mi hija Metela -dijo Clodia, como si fuera necesaria tal aclaracion. La joven era sin lugar a dudas hija de su madre. Quizas, con el tiempo, se volveria tan hermosa como esta. La belleza de Clodia no era de las que se obtienen al nacer. Consistia en algo mas de lo que los ojos pudieran percibir, en un misterio oculto tras la carne que se acrecienta con el paso del tiempo-. Creo recordar que tienes una hija de la misma edad -dijo Clodia sosegadamente.

– Diana -dije-. De diecisiete anos.

Clodia asintio. Metela se puso a llorar de repente. Su madre la abrazo un instante y luego la solto y le ordeno que fuera a reunirse con las demas.

– Adoraba a su tio -dijo Clodia.

– ?Que ocurrio?

Hablaba con voz tensa e inexpresiva, como si cualquier muestra de emocion le hiciera imposible hablar.

– No estamos seguros. Estaba en el sur, en la villa que posee pasado Bovilas. Algo sucedio en la carretera. Dicen que fue Milon o los hombres de Milon. Una pelea. Murieron otros, ademas de Publio. -Se le quebro la voz; hizo una pausa para sosegarse-. Alguien que pasaba por casualidad encontro su cuerpo en la carretera (?ni siquiera habia alguien custodiandolo!). Unos forasteros lo trajeron de vuelta a la ciudad. Su cuerpo llego inmediatamente despues de la puesta de sol. Desde entonces han ido llegando algunos de los guardaespaldas. Los que sobrevivieron. Aun tratamos de encontrarle sentido a lo que ha ocurrido.

– He visto que en la otra sala interrogaban a un hombre vendado.

– Un guardaespaldas. El hombre llevaba anos con Publio. ?Como ha podido permitir que pasara?

– ?Y el joven que le interrogaba?

– Mi sobrino, imagino. El hijo mayor de nuestro hermano Apio. Venia en la litera conmigo y con Metela. Quena a Publio como a un segundo padre. -Sacudio la cabeza-. El propio hijo de Publio estaba con el en Bovilas. No sabemos que ha sido del nino. ?Ni siquiera sabemos donde esta! -No pudo soportarlo mas y se echo a llorar. Eco desvio la mirada. Era algo duro de observar.

El llanto remitio.

– Clodia -dije con calma-, ?por que me has hecho venir?

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