Ni un discurso mas: si veia a Fidel en el televisor, lo apagaba. Al carajo con la moral y los principios. Si, puta.
Margarita tuvo que estar de acuerdo. No hubiera podido impedirselo. Y con profusas lagrimas reconocio que de haber tenido veinte anos menos, ella habria hecho lo mismo.
– Pobre hija mia…
– ?Que pobre ni un carajo! A llorar a la iglesia.
Ni Alicia ni la madre habian sido nunca gusanas.
Margarita, nacida en el 48, habia estudiado pintura en San Alejandro durante la decada de los sesenta, y luego, un par de semestres de la Licenciatura en Historia del Arte. Siguieron el matrimonio y los viajes. Con German, funcionario de Comercio Exterior, casi dos decadas mayor que ella, habia vivido cinco anos en Belgica y tres en Inglaterra. Margarita provenia de la vieja burguesia habanera; pero por seguir a German, hombre viril, hermoso, patriota y fidelista, habia desertado de su familia ricachona, emigrada a Miami desde 1960, y habia acompanado sinceramente el proceso revolucionario. Siempre desde posiciones muy comodas, claro; pero lo habia acompanado.
Al regreso, habia trabajado en un museo, y desde hacia diez anos en el Ministerio de Comercio Exterior, como secretaria primero y en protocolo despues. En aquel ambiente liberal y cosmopolita del trato con extranjeros, Margarita se encontraba en su medio. Y aunque durante muchos anos se tuviera por revolucionaria, su patriotismo y convicciones flaquearon cuando en el 91 German la dejo por otra, veinte anos mas joven.
Desde entonces, Margarita y Alicia perdieron muchos de los privilegios que emanaban de el. Eso si, les dejo la casa de Miramar, con dos plantas, cinco cuartos, antejardin, patio trasero con arboles, garaje, y el viejo Triumph que trajeran de Inglaterra, fundido irremisiblemente desde hacia dos anos.
Asi pues, mientras Alicia no tuviera un cliente fijo a quien dedicarse durante varios dias, salia a cazar en bicicleta. Y en tanto no enganchara a nadie, pedaleaba siete dias por semana, de diez a doce y de cuatro a seis.
Su tecnica era unica en La Habana.
Y la prueba de que daba resultados, es que a pocos meses de haberse iniciado, habia obtenido ya cuatro propuestas en firme para una relacion estable en el exterior: Panama, Argentina, Alemania, Italia.
El panameno era riquisimo y buen mozo, pero se le adivinaba el despota y olia a maffia; el aleman, mas rico todavia, pero demasiado viejo y muy matraquilloso; el argentino, un nino bien, un poco loquito, heredero, empresario, pero inmaduro y muy lleno de reclamos. De los cuatro, ella hubiera escogido al italiano, pero no tenia suficiente dinero, era muy gordo y bastante zonzo.
Tenia que seguir pedaleando.
7
En un cuarto muy desordenado, sobre improvisados estantes de madera y desparramados por el piso, hay varios ventiladores, una cocina electrica, un refrigerador, guitarras, bicicletas, una moto…
Margarita, con un delantal y guantes de goma, alza un poco las piernas para caminar en medio de los trastos, y mirar una etiqueta pegada a un equipo de aire acondicionado [1]…
– Este es un Westinghouse, y te lo puedo dejar en mil…
Un mulato cuarenton que viste camisa floreada, con cadena de oro al cuello, sombrerito blanco de alas cortas y un puro en la boca, se lleva una mano aparatosamente a la cabeza.
– Y ese otro en 800…
– No seas genocida Margarita, no nos lleves tan recio…
– Si, chica -anade un rubio joven, fortachon de grandes
biceps-, no nos machaques, fijate que te vamos a comprar los dos…
Margarita, muy segura de si, replica amigablemente:
– ?Que va, mi vida! Mil ochocientos por los dos o nada…
Se oye un coche llegando. Margarita se asoma a una ventana para
observar.
– ?Cono! Viene Alicia con una visita, y yo no tengo nada
preparado…
Se dirige rapidamente a la sala, coge una guitarra y la guarda en un trastero. Luego abre un mueble, saca una foto con un desnudo de Alicia, y la dispone bien en evidencia sobre una mesita redonda mezclada con otras fotos. Echa un vistazo a las existencias del bar, verifica al trasluz el contenido de una botella oscura y pasa a la cocina.
Abre la nevera, traslada unas botellas de cerveza desde el estante de la puerta al congelador, donde introduce tambien un par de vasos. De alli mismo saca unos langostinos y los pone a descongelar en un horno de microondas. Abre un pomito de plastico, vierte el contenido en una cazuelita y la pone a fuego lento.
Se acerca a otra ventanita, mira ansiosamente hacia afuera y murmura algo ininteligible.
Cuando regresa junto a los dos hombres, el mulato esta terminando de contar el dinero.
– OK, aqui tienes los mil ochocientos. ?A cuanto me dejas la moto y la nevera?
– No, no me des dinero ahora, que no tengo tiempo ni para contarlo… Vengan por la tarde o manana de manana. Dale, salgan rapido por el fondo.
Los hombres se marchan y Margarita cierra la puerta del patio. Corre una cortina, se quita sus guantes y su delantal. Yergue la cabeza, alza un poco las manos, y con un andar de lady elegante, se encamina hacia la puerta. De paso ante el espejo de la sala, vuelve a inspeccionarse aprobatoriamente.
Margarita abre la puerta para recibir a Alicia en el mismo momento en que Victor termina de sacar la bicicleta del maletero. Alicia la coge por el manillar y se acerca, con el pedal en la otra mano. Cuando ingresa al pequeno jardin delantero, su madre inicia sus programados reproches.
– Ya yo sabia que te iba a dejar a pie. Deberias botar ese trasto y pedirle a tu padre que te compre una moto…
– Mi mama…, Victor… -presenta Alicia.
– ?Uyy! ?Alain Delon! -exclama Margarita, sin prestarle atencion-. Y tu eres muy cabezona, ya estoy cansada de decirte…
– ?Ya, mama, basta! -protesta Alicia-. Uff…
– Perdon, senor, adelante, pase, por favor -se disculpa Margarita, y volviendose a Alicia-; pero tu deberias pedirle a tu padre…
– ?Mamaa, no jodas mas! -y mirando malhumorada a Victor-: Esta encarnada con que me tengo que comprar una moto. ?Como si fuera tan fa cil!
Ante los clientes, Alicia enfatizaba el desenfado de su vocabulario. Dos mujeres elegantes que sepan decir oportunas palabrotas, lucen emancipadas, liberales, chic. Ninguna mujer de origen humilde dice palabrotas ante un desconocido al que quiere agradar. Y a todo extranjero, habituado al vasallaje innato de las prostitutas del Tercer Mundo, aquel desenfado de las cubanas los sorprende y luego los cautiva.
– Usted no es cubano ?verdad?
– No senora, canadiense.
– ?Pero habla perfecto el espanol! Yo hubiera dicho que era mexicano…
Pasan a la sala.
– Si, mi senora: he vivido muchos anos en Mexico. Es mi segunda patria.
– ?Que envidia! Vera usted, una vez, mi marido…
– Ay, mami, tu vida se la cuentas despues. Ahora invitalo a un trago. Yo necesito una cerveza. Tengo la garganta reseca.
Y Alicia desparece en la cocina.
– Por favor,sientese -lo invita Margarita y le indica la butaca frente a la cual dispuso la foto del desnudo-. ?Que le gustaria beber? ?Un refresco? ?Algo fuerte?
Victor no se decide.