infecciosa que incapacita a algunas personas. O regresar enfadado, con la sensacion de haber desperdiciado anos hablando sin que nada hubiera cambiado demasiado para el. Eran posibilidades, aunque en las casi tres decadas de Ricky como analista, habia habido pocos fracasos asi. Por lo menos que el supiera. Pero no era tan engreido como para creer que cualquier tratamiento, por largo que fuera, conseguia invariablemente un exito total. Siempre habria terapias con peores resultados que otras.
Tenia que haber pacientes a los que no hubiera ayudado. O a los que hubiera ayudado menos, O que hubieran retrocedido de las percepciones que proporciona el analisis hacia algun estado anterior. Incapacitados de nuevo. Desesperados de nuevo.
Pero Rumplestiltskin presentaba un retrato muy distinto. El tono de la carta y el mensaje transmitido a la hija de catorce anos de su sobrino mostraban a una persona calculadora, agresiva y, contra toda logica, segura de si misma.
«Un psicopata», penso Ricky asignando un termino clinico a alguien todavia confuso en su mente. Eso no significaba que quizas una o dos veces a lo largo de las decadas de su carrera profesional no hubiera tratado a individuos con tendencias psicopaticas. Pero nadie habia mostrado nunca el grado de odio y obsesion de Rumplestiltskin. Aun asi, el autor de la carta era alguien relacionado con un paciente al que habia tratado sin exito.
El secreto estaba en determinar quienes eran esos ex pacientes y en seguirles el rastro hasta Rumplestiltskin. Porque, ahora que lo habia meditado varias horas, no le quedaba duda de que ahi estaba la relacion. La persona que queria que se suicidara era el hijo, el conyuge o el amante de alguien. Asi pues, la primera tarea consistia en determinar que paciente habia dejado el tratamiento en malas circunstancias. A partir de ahi podria empezar a retroceder.
Se abrio paso por entre el revoltijo que habia organizado hacia la mesa y tomo la carta de Rumplestiltskin. «Pertenezco a algun momento de su pasado.» Ricky observo fijamente las palabras y luego echo un vistazo a los montones de notas esparcidos por la consulta.
«De acuerdo -se dijo-. La primera tarea es organizar mi historial profesional. Encontrar las partes que puedan eliminarse.»
Solto un profundo suspiro. ?Habia cometido algun error como interno en el hospital hacia mas de veinticinco anos que volviera ahora para perseguirlo? ?Podria recordar siquiera a esos primeros pacientes? Cuando efectuaba su formacion psicoanalitica, habia participado en un estudio de esquizofrenicos paranoides ingresados en la sala psiquiatrica del hospital Bellevue. El objeto del estudio era determinar los factores previsibles de los crimenes violentos, pero no habia sido un exito clinico. Sin embargo, habia conocido y participado en el tratamiento de hombres que cometieron delitos graves. Era lo mas cerca que habia estado nunca de la psiquiatria forense, y no le habia gustado demasiado. En cuanto su trabajo en el estudio hubo terminado, se retiro de nuevo al mundo mas seguro y fisicamente menos exigente de Freud y sus seguidores.
Ricky sintio una sed repentina, como si tuviera la garganta reseca.
Se percato de que no sabia casi nada sobre el crimen y los criminales. No tenia ninguna experiencia especial en violencia. Lo cierto era que le interesaba poco ese campo. No creia conocer siquiera a ningun psiquiatra forense. Ninguno figuraba en el reducidisimo circulo de amigos y conocidos profesionales con que se mantenia de vez en cuando en contacto.
Miro los libros que ocupaban los estantes. Ahi estaba Krafft-Ebing, con su influyente obra sobre psicopatologia sexual. Pero eso era todo, y dudaba mucho que Rumplestiltskin fuera un psicopata sexual, a pesar del mensaje pornografico enviado a la hija de su sobrino.
– ?Quien eres? -dijo en voz alta, y sacudio la cabeza-. No -se corrigio-. En primer lugar, ?que eres?
Y se respondio que, si conseguia contestar a eso, descubriria quien era.
«Puedo hacerlo» -penso, tratando de fortalecer su confianza-.
Manana me sentare y me esforzare en preparar una lista de antiguos pacientes. Los dividire en categorias que representen todas las fases de mi vida profesional. Despues empezare a investigar.
«Encontrare el fracaso que me conectara con Rumplestiltskin.»
Agotado y en absoluto seguro de haber logrado nada, Ricky salio de la consulta y se dirigio a su habitacion. Era un dormitorio sencillo y austero, con una mesilla de noche, una comoda, un modesto armario y una cama individual. Antes habia habido una cama de matrimonio con una cabecera elaborada y cuadros de colores muy vistosos en las paredes pero, tras la muerte de su esposa, se habia desprendido de la cama y elegido algo mas simple y estrecho. Los adornos y obras de arte alegres con que su mujer habia decorado la habitacion tambien habian desaparecido en su mayoria. Habia dado su ropa a la beneficencia y enviado sus joyas y objetos personales a las tres hijas de su cunada. En la comoda conservaba una fotografia de los dos tomada quince anos atras delante de su casa de verano de Wellfleet una manana clara y azul de verano. Pero desde su muerte habia borrado de modo sistematico la mayoria de signos externos de su anterior presencia. Una muerte lenta y dolorosa seguida de tres anos de borradura.
Se quito la ropa, entreteniendose en doblar con cuidado los pantalones y en colgar la chaqueta azul. La camisa fue a parar a la cesta de la ropa sucia. Dejo la corbata en la superficie de la comoda. Luego se dejo caer en el borde de la cama en ropa interior, pensando que le gustaria tener mas energia. En el cajon de la mesilla tenia un frasco de somniferos que rara vez tomaba. Habian superado con creces su fecha de caducidad, pero supuso que todavia le harian efecto esa noche. Se trago uno y un pedacito de otro con la esperanza de que lo sumieran pronto en un sueno profundo e insensibilizante.
Se sento un instante, paso la mano por las asperas sabanas de algodon y penso que era una extrana paradoja que un analista se enfrentase a la noche deseando desesperadamente que los suenos no perturbaran su descanso. Los suenos eran acertijos inconscientes e importantes que reflejaban el alma. Lo sabia, y solian ser vias que le gustaba recorrer. Pero esa noche se sentia abrumado y se acosto mareado, con el pulso aun acelerado, y ansioso de que la medicacion lo sumiera en la oscuridad. Del todo agotado por el impacto de aquella carta amenazadora, en ese momento se sintio mucho mas viejo que los cincuenta y tres anos que habia cumplido.
Su primera paciente de ese ultimo dia antes de sus proyectadas vacaciones de agosto llego puntualmente a las siete de la manana e indico su presencia con las tres llamadas caracteristicas del timbre de su consulta. Le parecio que la sesion habia ido bien. Nada apasionante, nada dramatico. Cierto progreso constante. La joven del divan era una asistente social psiquiatrica de tercer ano que queria obtener su titulacion en psicoanalisis sin pasar por la facultad de medicina. No era el camino mejor ni el mas facil para convertirse en analista, y estaba muy mal visto por algunos de sus colegas porque no incluia la titulacion medica tradicional, pero constituia un metodo que el siempre habia admirado. Requeria una verdadera pasion por la profesion, una devocion inquebrantable al divan y lo que podia lograr. A menudo Ricky reconocia que hacia anos que no habia tenido que recurrir al «doctor» que precedia su nombre. La terapia de la joven se centraba en unos padres agresivos que habian rodeado su infancia de un ambiente cargado de logros pero falto de carino. Por consiguiente, en sus sesiones con Ricky solia estar impaciente, ansiosa por lograr percepciones que encajaran con sus lecturas y trabajo del curso en el Instituto de Psicoanalisis de la ciudad. Ricky no dejaba de frenarla y de procurar que entendiese que conocer los hechos no implica necesariamente comprenderlos.
Cuando tosio un poco, cambio de postura en el asiento y dijo:
– Bueno, me temo que ya se ha acabado el tiempo por hoy.
La joven, que habia estado hablando sobre un nuevo novio de dudosas posibilidades, suspiro.
– Bueno, veremos si sigue conmigo de aqui a un mes…
Lo que hizo sonreir a Ricky.
La paciente se incorporo del divan y, antes de marcharse con brio, se despidio:
– Que le vayan bien las vacaciones, doctor. Nos veremos en septiembre.
Todo el dia parecio transcurrir con la normalidad de siempre.
Recibio un paciente tras otro, sin demasiada aventura emocional. En su mayoria eran veteranos de la epoca de vacaciones y mas de una vez sospecho que, de modo inconsciente, consideraban mejor no revelar sentimientos cuyo examen iba a demorarse un mes.
Por supuesto, lo que se omitia era tan interesante como lo que se podria haber dicho, y con cada paciente estuvo alerta a esos agujeros en la narracion. Tenia una confianza ilimitada en su habilidad de recordar con precision palabras y frases pronunciadas que podrian estar provechosamente latentes durante el mes de parentesis.
En los minutos entre una sesion y otra se dedico a recordar sus anos anteriores para empezar a preparar una