lista de pacientes anotando nombres en un cuaderno. A medida que avanzaba el dia, la lista fue creciendo. Penso que su memoria seguia siendo buena, lo que lo animo. La unica decision que tuvo que tomar fue a la hora del almuerzo, cuando normalmente habria salido a dar su paseo diario, como Rumplestiltskin habia descrito. Ese dia vacilo. Por una parte queria romper la rutina que la carta detallaba con tanta exactitud, como una especie de desafio. Pero seria un desafio mucho mayor seguir la rutina para que Rumplestiltskin viera que su amenaza no lo habia amedrentado. Asi pues, salio a mediodia y recorrio la misma ruta de siempre, pasando por las mismas plazas y aspirando el aire opresivo de la ciudad con la misma regularidad con que lo hacia cada dia. No estaba seguro de si queria que Rumplestiltskin lo siguiera o no, pero mas de una vez tuvo que contener el impulso de darse la vuelta de repente para ver si alguien lo seguia. Cuando regreso al piso, suspiro aliviado.

Los pacientes de la tarde siguieron la misma pauta que los de la manana.

Algunos estaban algo resentidos por las proximas vacaciones; era de esperar. Otros expresaron cierto miedo y bastante ansiedad. La rutina de las sesiones diarias de cincuenta minutos era poderosa, y a unos cuantos los desasosegaba saber que carecerian de ese sosten aunque fuera por tan poco tiempo. Aun asi, tanto ellos como el sabian que el tiempo pasaria y, como todo en psicoanalisis, el tiempo pasado lejos del divan podria conllevar nuevas percepciones sobre el proceso. Todo, cada momento, cualquier cosa durante la vida cotidiana podia asociarse a la percepcion. Y eso hacia que el proceso fuera fascinante, tanto para el paciente como para el analista.

Cuando faltaba un minuto para las cinco, miro por la ventana. El dia estival seguia dominando el mundo fuera de la consulta: sol brillante, temperaturas que superaban los 33 0C. El calor de la ciudad poseia una insistencia que exigia reconocimiento. Escucho el zumbido del aire acondicionado y, de repente, recordo como era todo en sus inicios, cuando una ventana abierta y un viejo ventilador oscilante y ruidoso eran el unico alivio que podia permitirse para el ambiente sofocante y neblinoso de la ciudad en el mes de julio. A veces le parecia como si no hubiera aire en ninguna parte.

Aparto los ojos de la ventana al oir los tres toques del timbre.

Se puso de pie y se dirigio a abrir la puerta para que el senor Zimmerman entrara con toda su impaciencia. A Zimmerman no le gustaba esperar en la sala. Llegaba unos segundos antes del inicio de la sesion y esperaba ser recibido al instante. En una ocasion, Ricky habia observado como se paseaba en la acera frente a su edificio, una tarde fria de invierno, sin dejar de consultar freneticamente el reloj cada pocos segundos, deseando con todas sus fuerzas que pasara el tiempo para no tener que esperar dentro. En mas de una ocasion, Ricky habia tenido la tentacion de dejar que esperara con impaciencia unos minutos para ver si asi podia estimular su comprension sobre por que le resultaba tan importante ser tan preciso. Pero no lo habia hecho. En lugar de eso, abria la puerta a las cinco en punto todos los dias laborables para que ese hombre enojado entrara como una exhalacion en la consulta, se echara en el divan y se pusiera de inmediato a contar con sarcasmo y con furia todas las injusticias que esa jornada le habia deparado. Ricky inspiro hondo y puso su mejor cara de poquer. Tanto si Ricky sentia que tenia en la mano un full como una mano perdedora, Zimmerman recibia todos los dias la misma expresion imperturbable. Abrio la puerta y empezo su saludo habitual:

– Buenas tardes…

Pero en la sala de espera no estaba Roger Zimmerman.

En su lugar, Ricky se encontro frente a una joven escultural y atractiva.

Llevaba una gabardina negra, con cinturon, que le llegaba hasta los zapatos, muy fuera de lugar en ese caluroso dia veraniego, y unas gafas oscuras, que se quito dejando al descubierto unos penetrantes y vibrantes ojos verdes. Tendria treinta y pocos anos.

Una mujer cuya belleza estaba en su punto algido y cuyo conocimiento del mundo se habia agudizado mas alla de la juventud.

– Perdone… -se excuso Ricky, vacilante-, pero…

– Descuide -dijo la joven con displicencia a la vez que sacudia su melena rubia hasta los hombros y hacia un ligero gesto con la mano-. Hoy Zimmerman no vendra. Estoy aqui en su lugar.

– Pero el…

– Ya no lo necesitara mas -prosiguio la joven-. Decidio terminar su tratamiento exactamente a las dos treinta y siete de esta tarde. Aunque parezca mentira, tomo esa decision en la parada de metro de la calle Noventa y dos despues de una breve conversacion con el senor R. Fue el senor R quien lo convencio de que ya no necesitaba ni deseaba sus servicios. Y, para nuestra sorpresa, a Zimmerman no le costo nada llegar a esa conclusion.

Dicho eso, paso junto al sorprendido medico y entro en la consulta.

4

– Asi que es aqui donde se desvela el misterio -dijo la joven alegremente.

Ricky la observaba mientras ella echaba un vistazo alrededor de la pequena habitacion. Su mirada paso por el divan, su silla, su mesa. Avanzo y examino los libros que habia en los estantes, inclinando la cabeza a medida que leia los titulos densos y aburridos. Paso un dedo por el lomo de un volumen y, al comprobar el polvo que se le acumulaba en la yema, meneo la cabeza.

– Poco usado… -murmuro. Levanto los ojos hacia el y comento en tono de reproche-: ?Como? ?Ni un solo libro de poesia, ninguna novela?

Se acerco a la pared de color crema donde colgaban los diplomas y algunos cuadros de pequenas dimensiones, junto con un retrato enmarcado en roble del Gran Hombre en persona. Freud sostenia en la foto su omnipresente puro y lucia una mirada triste con sus ojos hundidos. Una barba blanca le cubria la mandibula precancerosa que iba a resultarle tan dolorosa en sus ultimos anos. La joven dio unos golpecitos al cristal del retrato con uno de sus largos dedos, en los que lucia unas pintadas de rojo.

– Es interesante ver como cada profesion parece tener algun icono colgado de la pared. Me refiero a que si fueras sacerdote, tendrias a Jesus en un crucifijo. Un rabino tendria una estrella de David, o una menora. Cualquier politico de tres al cuarto tiene un retrato de Lincoln o de Washington. Deberia haber una ley que lo prohibiese. A los medicos les gusta tener a mano esos modelos de plastico desmontables de un corazon, una rodilla o algun otro organo. Hasta donde se, un programador informatico de Sillicon Valley tiene un retrato de Bill Gates en su despacho, donde lo venera cada dia. Un psicoanalista como tu, Ricky, necesita la imagen de san Sigmund. Eso indica a quien entra aqui quien establecio en realidad las directrices. Y supongo que te confiere una legitimidad que, de otro modo, podria cuestionarse.

Ricky Starks agarro en silencio una silla y la situo frente a su escritorio. Luego lo rodeo e indico a la joven que tomara asiento.

– ?Como? -dijo esta con brio-. ?No voy a ocupar el famoso divan?

– Seria prematuro -contesto Ricky con frialdad.

Le indico que se sentara por segunda vez.

La joven recorrio de nuevo la habitacion con sus vibrantes ojos verdes como si procurara memorizar todo lo que contenia y, finalmente, se dejo caer en la silla. Lo hizo con languidez, a la vez que metia la mano en un bolsillo de la gabardina negra y sacaba un paquete de cigarrillos. Se coloco uno entre los labios y encendio un mechero transparente de gas, pero detuvo la llama a unos centimetros del pitillo.

– Oh -dijo la joven con expresion sonriente-. Que maleducada soy. ?Te apetece fumar, Ricky?

El psicoanalista nego con la cabeza.

– Claro que no -prosiguio ella sin dejar de sonreir-. ?Cuando fue que lo dejaste? ?Hace quince anos? ?Veinte? De hecho, Ricky, creo que fue en 1977, si el senor R no me ha informado mal. Habia que ser valiente para dejar de fumar, Ricky. En esa epoca mucha gente encendia el cigarrillo sin pensar en lo que hacia, porque, aunque las tabacaleras lo negaban, la gente sabia que era malo para la salud. Te mataba, era cierto. Asi que la gente preferia no pensar en ello. La tactica del avestruz aplicada a la salud: mete la cabeza en un agujero e ignora lo evidente. Ademas, pasaban tantas otras cosas por aquel entonces. Guerras, disturbios, escandalos. Segun me dicen, fueron unos anos maravillosos de vivir. Pero Ricky, el joven doctor en ciernes, logro dejar de fumar cuando era un habito popularisimo y estaba lejos de ser considerado socialmente inaceptable como ahora. Eso me dice algo.

La joven encendio el cigarrillo, dio una larga calada y dejo escapar parsimoniosamente el humo.

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