La carpeta contenia un programa de las actividades del dia, y vi a varias personas que se dirigian hacia lo que, segun recordaba, era el edificio de administracion. La presentacion prevista para esa hora estaba a cargo de un catedratico de historia y se titulaba «La importancia cultural del Hospital Estatal Western». Si tenemos en cuenta que los pacientes estabamos confinados en el recinto, y muy a menudo encerrados en las diversas unidades, me pregunte de que podria hablar. Reconoci al lugarteniente del gobernador, que, rodeado de varios funcionarios, recibia a otros politicos estrechandoles la mano. Sonreia, pero yo no recordaba a nadie que hubiera sonreido cuando lo conducian a ese edificio. Era el sitio donde te llevaban primero, y donde te ingresaban. Al final del programa habia una advertencia en letras mayusculas que indicaba que varios edificios del hospital se encontraban en mal estado y era peligroso entrar en ellos. La advertencia conminaba a los visitantes a limitarse al edificio de administracion y a los patios interiores por motivos de seguridad.

Avance unos pasos hacia la cola de gente que iba a la conferencia y me detuve. Observe como la cola se reducia a medida que el edificio la devoraba. Entonces me volvi y cruce deprisa el patio interior.

Me habia dado cuenta de algo: no habia ido alli para oir un discurso.

No tarde mucho en encontrar mi antiguo edificio. Podria haber recorrido el camino con los ojos cerrados.

Las rejas de metal que protegian las ventanas se habian oxidado; el tiempo y la suciedad habian brunido el hierro. Una colgaba como un ala rota de una sola abrazadera. Los ladrillos exteriores tambien se habian decolorado y adquirido un tono marron opaco. Los nuevos brotes de hiedra que crecian con la estacion parecian agarrarse con poca energia a las paredes, descuidados, silvestres. Los arbustos que solian adornar la entrada habian muerto, y la gran doble puerta que daba acceso al edificio colgaba de unas jambas resquebrajadas y astilladas. El nombre del edificio, grabado en una losa de granito gris en la esquina, como una lapida, tambien habia sufrido; alguien se habia llevado parte de la piedra, de modo que las unicas letras que se distinguian eran MHERST. La A inicial era ahora una marca irregular.

Todas las unidades llevaban el nombre, no sin cierta ironia, de universidades famosas: Harvard, Yale, Princeton, Williams, Wesleyan, Smith, Mount Holyoke y Wellesley, y por supuesto la mia, Amherst. El nombre del edificio respondia al de la ciudad y la universidad, que a su vez respondia al de un soldado britanico, lord Jeffrey Amherst, cuyo salto a la fama se produjo al equipar cruelmente a las tribus rebeldes de indios con mantas infectadas de viruela. Estos regalos lograron con rapidez lo que las balas, las baratijas y las negociaciones no habian conseguido.

Me acerque a leer un cartel clavado a la puerta. La primera palabra era PELIGRO, escrita con letras grandes. Seguia cierta jerga del inspector de inmuebles del condado que declaraba ruinoso el edificio, lo que equivalia a condenarlo a la demolicion. Iba seguido, con letras igual de grandes, de: PROHIBIDA TODA ENTRADA NO AUTORIZADA.

Lo encontre interesante. Tiempo atras, parecia que quienes ocupaban el edificio eran los condenados. Jamas se nos ocurrio que las paredes, los barrotes y las cerraduras que limitaban nuestras vidas se encontrarian alguna vez en la misma situacion.

Daba la impresion de que alguien habia desoido la advertencia. Las cerraduras estaban forzadas con una palanca, un medio que carece de sutileza, y la puerta estaba entreabierta. La empuje con la mano, y se deslizo con un crujido.

Un olor a moho impregnaba el primer pasillo. En un rincon habia un monton de botellas vacias de vino y cerveza, lo que explicaria la naturaleza de los visitantes furtivos: chicos de secundaria en busca de un sitio donde beber lejos de la mirada de sus padres. Las paredes estaban manchadas de suciedad y extranos esloganes pintados con spray de distintos tonos. Uno decia: ?LOS MALOS MANDAN! Supuse que era cierto. Las canerias se habian desprendido del techo y de ellas goteaba una oscura agua fetida al suelo de linoleo. Los escombros y la basura, el polvo y la suciedad llenaban todos los rincones. Mezclado con el olor neutro de los anos y el abandono se notaba el hedor caracteristico a excrementos. Avance unos pasos mas, pero tuve que detenerme. Una placa de un tabique caida en mitad del pasillo bloqueaba el paso. Vi a mi izquierda la escalera que conducia a las plantas superiores, pero estaba llena de desechos. Queria recorrer la sala de estar comun, a mi izquierda, y ver las salas de tratamiento, que ocupaban la planta baja. Tambien queria ver las celdas del piso superior, donde nos encerraban cuando luchabamos contra nuestra medicacion o nuestra locura, y los dormitorios, donde yaciamos como desdichados campistas en hileras de camas metalicas. Pero la escalera parecia inestable y temi que fuera a derrumbarse bajo mi peso.

No estoy seguro del rato que pase alli, en cuclillas, escuchando los ecos de todo lo que habia visto y oido tiempo atras. Como en mi epoca de paciente, el tiempo parecia menos urgente, menos imperioso, como si la segunda manecilla del reloj avanzara muy despacio y los minutos pasaran a reganadientes.

Me acechaban los fantasmas de la memoria. Podia ver caras, oir sonidos. Los sabores y olores de la locura y la negligencia volvieron a mi en una oleada. Escuche mi pasado arremolinandose a mi alrededor.

Cuando el momento de la melancolia me invadio por fin, me incorpore y sali despacio del edificio. Me dirigi a un banco situado bajo un arbol, en el patio interior, y me sente para contemplar lo que habia sido mi hogar. Me sentia exhausto y respire el aire fresco con esfuerzo, mas cansado de lo que me sentia despues de mis paseos habituales por la ciudad. No desvie la mirada hasta que oi pasos en el camino.

Un hombre bajo y corpulento, un poco mayor que yo, con el cabello negro y lacio salpicado de canas, avanzaba deprisa hacia mi. Lucia una amplia sonrisa pero una ligera ansiedad en los ojos, y me dirigio un timido saludo.

– Supuse que te encontraria aqui -dijo, resoplando debido al esfuerzo y el calor-. Vi tu nombre en la lista de inscripciones. -Se detuvo a unos pasos de distancia, vacilante-. Hola, Pajarillo -me dijo.

– Bonjour, Napoleon -conteste a la vez que me levantaba y le tendia la mano-. Nadie me ha llamado asi en muchos, muchos anos.

Me estrecho la mano. La suya estaba algo sudada y se agarraba con flojedad. Debia de ser por la medicacion. Pero su sonrisa seguia ahi.

– Ni a mi -aseguro.

– Vi tu nombre en el programa. ?Vas a dar un discurso?

– No me convence eso de ponerme delante de toda esa gente -dijo tras asentir-. Pero el medico que me trata esta metido en el proyecto de urbanizacion y fue idea suya. Dijo que seria una buena terapia. Una demostracion fehaciente de la ruta dorada hacia la recuperacion total.

Dude un momento y pregunte:

– ?Tu que crees?

– Creo que es el quien esta loco. -Napoleon se sento en el banco y solto una risita ligeramente histerica, un sonido agudo que unia nerviosismo y alegria, y que recorde de la epoca que pasamos juntos-. Por supuesto, va bien que la gente siga pensando que estas totalmente loco, porque asi nunca puedes ponerte en una situacion demasiado embarazosa -anadio, y yo sonrei. Era la clase de observacion que solo haria alguien que haya pasado un tiempo en un hospital psiquiatrico. Me recoste y ambos observamos el edificio Amherst. El suspiro-. ?Has entrado?

– Si. Esta hecho un desastre. A punto para el martillo de demolicion.

– Yo ya lo pensaba entonces. Pero todo el mundo creia que era el mejor sitio del mundo. Por lo menos, eso me dijeron cuando me ingresaron. Un centro psiquiatrico avanzado. La mejor forma de tratar a los enfermos mentales en un entorno residencial. Menuda mentira. -Contuvo el aliento y anadio-: Una puta mentira.

– ?Es eso lo que vas a decirles? En el discurso, me refiero.

– No creo que sea lo que quieren oir -dijo tras sacudir la cabeza-. Es mas sensato decirles cosas bonitas. Cosas positivas. Tengo prevista una serie de tremendas falsedades.

Me lo pense un momento y sonrei.

– Eso podria ser un signo de salud mental -comente.

– Espero que tengas razon -sonrio Napoleon.

Ambos guardamos silencio unos segundos.

– No les voy a hablar sobre los asesinatos -susurro con tono nostalgico-. Ni decirles una sola palabra sobre el Bombero o la fiscal, ni nada de lo que paso al final. -Alzo los ojos hacia el edificio y anadio-: De todos modos, esa historia deberias contarla tu.

No respondi.

Napoleon guardo silencio un momento.

– ?Piensas en lo que paso? -pregunto.

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