John Katzenbach

La Historia del Loco

Traduccion de Laura Paredes

Querido lector,

En algun momento, a mitad del libro que estoy escribiendo, me viene de repente a la cabeza la idea del siguiente proyecto; desconectada, inconexa y, a veces, sin venir a cuento. De modo extrano, las ideas se me ocurren tal como a Francis Petrel, el protagonista y curioso narrador de La historia del loco.

Francis esta, por supuesto, como una cabra. Pero yo, por fortuna, no.

El gran desafio al que se enfrentan todos los escritores de novelas de suspense consiste en como distinguirse. A veces, da la impresion de que vivimos en un mundo donde la verdad esta hecha a la medida de la conveniencia; lo que hoy parece un hecho manana puede convertirse en una pregunta. Se parece un poco al mundo del hospital psiquiatrico donde mi personaje esta recluido. Un lugar de delirios, fantasias y alucinaciones, donde, en el fondo, algo muy malvado amenaza los delgados hilos de la vida.

– Por que son tan distintos sus libros? -pregunto el mismo alumno. -No se -conteste-. No me gusta contar la misma historia una y otra vez.

Por lo menos, La historia del loco es diferente: la historia de un asesinato que transcurre en un hospital a finales de la decada de 1970 y que esta narrada veinte anos despues, con lo que eso conlleva, por un esquizofrenico que lo presencio todo. ?Y que es lo que recuerda? Atrapado en un mundo de suenos alocados y pensamientos discolos, Francis Petrel es el heroe mas insolito que he creado, porque debe luchar contra un asesino implacable a la vez que lucha contra si mismo.

Espero que La historia del loco le resulte una lectura tan absorbente como su escritura lo fue para mi.

Atentamente,

John Katzenbach

Primera parte. EL NARRADOR POCO FIABLE

1

Ya no oigo mis voces, de modo que ando un poco perdido. Sospecho que sabrian contar mucho mejor esta historia. Por lo menos, tendrian opiniones, sugerencias e ideas definidas sobre lo que deberia ir al principio, al final y en medio. Me indicarian cuando anadir detalles, cuando omitir informacion superflua, que es importante y que es trivial. Despues de tanto tiempo, no recuerdo muy bien las cosas y me resultaria muy util su ayuda. Pasaron muchas cosas, y me cuesta saber donde situar que. Y a veces no estoy seguro de que algunos incidentes que recuerdo con claridad ocurrieran de verdad. Un recuerdo que parece solido como una piedra, acto seguido me resulta tan vaporoso como una neblina. Ese es uno de los principales problemas de estar loco: nunca estas seguro de las cosas.

Durante mucho tiempo crei que todo habia empezado con una muerte y terminado con otra, como un buen par de sujetalibros, pero ahora ya no estoy tan seguro. Quiza lo que realmente puso todo en movimiento tantos anos atras, cuando yo era joven y estaba loco de verdad, fue algo mas insignificante o mas efimero, como unos celos ocultos o una rabia reprimida, o mas universal y permanente, como la posicion de las estrellas en el cosmos, la fuerza de las mareas o el movimiento rotatorio del planeta. Se que algunas personas murieron, y yo tuve la suerte de no unirme a ellas, lo que fue una de las ultimas observaciones que hicieron mis voces antes de abandonarme para siempre.

Ahora, en lugar de su agotadora cacofonia, tengo medicamentos para prevenir su regreso. Una vez al dia tomo diligentemente un psicotropico, una pastilla oblonga de color azul que me deja la boca tan seca que, cuando hablo, sueno como un viejo fumador empedernido o como un sediento desertor de la Legion Extranjera que ha cruzado el Sahara y suplica un sorbo de agua. Le sigue de inmediato un elevador del animo de sabor amargo para combatir la esporadica depresion perversa y suicida en la que, segun dice mi asistente social, es probable que me suma en cualquier momento con independencia de como me sienta. De hecho, creo que podria entrar en su despacho dando botes de alegria y exaltacion por el rumbo positivo de mi vida, y ella seguiria preguntandome si he tomado la dosis diaria. Esta pastillita cruel me estrine y me hincha por retencion de liquidos, como si llevara puesto un manguito de medir la tension arterial cenido en la cintura en lugar del brazo izquierdo. Asi que tengo que tomar un diuretico y tambien un laxante para aliviar esos sintomas. El diuretico me provoca una migrana terrible, como si alguien especialmente cruel me golpeara la frente con un martillo; combato ese efecto secundario con analgesicos con codeina mientras corro hacia el lavabo para resolver el otro. Y, cada dos semanas, me inyectan un potente agente antipsicotico en el ambulatorio, donde me bajo los pantalones ante una enfermera que siempre sonrie de la misma forma y me pregunta en un tono identico como estoy, a lo que yo contesto que bien, tanto si lo estoy como si no, porque tengo bastante claro, incluso a traves de las diversas nieblas de la locura, de cierto cinismo y de los farmacos, que le importa un comino pero lo considera parte de su trabajo. El problema es que el antipsicotico, que me impide toda clase de conducta maligna o despreciable, o al menos eso me dicen, tambien me produce un ligero temblor en las manos, como si fuera un nervioso defraudador que se enfrenta a un inspector de Hacienda. Tambien me provoca un ligero rictus en las comisuras de los labios, de modo que tengo que tomar un relajante muscular para impedir que la cara se me convierta en una mascara que asuste a los ninos del vecindario. Todos estos mejunjes me recorren a su aire las venas y me atacan varios organos inocentes, y probablemente embotados, cuando se dirigen a calmar los irresponsables impulsos electricos que se me disparan en la cabeza como a muchos adolescentes revoltosos. A veces me siento como si mi imaginacion fuera un domino incontrolable que ha perdido de repente el equilibrio, se tambalea adelante y atras y luego se desploma contra las demas fuerzas de mi cuerpo, lo que desata una potente reaccion en cadena, clic clic clic, en mi interior..

Era mas facil, con mucho, cuando aun era joven y lo unico que tenia que hacer era escuchar las voces. La mayoria de las veces ni siquiera eran tan malas. En aquella epoca solian ser tenues como ecos que se desvanecen por un valle, o como los susurros que se oyen cuando unos ninos comparten un secreto en el cuarto de juegos, aunque cuando las cosas se ponian tensas su volumen aumentaba deprisa. Normalmente, mis voces no eran demasiado exigentes. Eran mas bien sugerencias, consejos, preguntas perspicaces. A veces un poco rezongonas, como una tia abuela solterona con la que nadie sabe muy bien que hacer en una comida familiar, pero que aun asi es invitada y que, de vez en cuando, suelta algo grosero, disparatado o politicamente incorrecto, pero a la que nadie hace demasiado caso.

En cierto sentido, las voces me hacian compania, en especial las muchas ocasiones en que no tenia amigos.

Tuve dos amigos, una vez, y fueron parte de la historia. Antes creia que eran la parte mas importante, pero ya no estoy tan seguro.

A varios de los que conoci durante lo que me gusta considerar mis anos de verdadera locura les fue peor que a mi. Sus voces les gritaban ordenes como los sargentos de instruccion de los marines, esos que llevan sombreros marron verdoso de ala ancha y rigida calados hasta las cejas, de modo que por detras se les puede ver la cabeza pelada.

«?Muevete! ?Haz esto! ?Haz lo otro!».

O peor: «Suicidate».

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