Dave le dio un codazo a Sean y le dijo: «?Uf, eh!», en un tono de voz demasiado alto.

Jimmy empezo a andar entre las vias en direccion a las escaleras de uno de los extremos del anden, alli donde el tunel se abria y se volvia oscuro; un ruido mas fuerte sacudio la estacion, y en aquel momento la gente saltaba literalmente y se golpeaba las caderas con los punos. Jimmy se lo tomo con calma, andaba muy despacio; luego se volvio y mirando por encima del hombro, capto la mirada de Sean y le hizo una mueca.

– Sonrie. Sencillamente esta loco, ?saben? -declaro Dave.

Cuando Jimmy llego al primer escalon de las escaleras de cemento, varias personas tendieron las manos y tiraron de el hacia arriba. Sean observo como sus pies se balanceaban hacia fuera y hacia la izquierda, como retorcia la cabeza y la inclinaba hacia la derecha; a pesar de tener una apariencia diminuta y ligera entre los brazos de aquel hombre, corpulento como si estuviera relleno de paja, Jimmy no dejaba de apretar con fuerza la pelota contra su pecho, incluso cuando la gente lo asio de los codos y se golpeo la espinilla contra el borde del anden. Sean sentia el nerviosismo de Dave junto a el, una sensacion de desconcierto. Sean contemplo las caras de la gente que tiraban de Jimmy y ya no vio ni miedo ni preocupacion, ni ningun rastro de desesperanza como habia visto hacia tan solo un minuto. Avisto rabia, caras de monstruos con facciones tensas y feroces, como si estuvieran a punto de inclinarse hacia delante, arrancar un trozo de Jimmy a mordiscos y matarle a palos.

Subieron a Jimmy al anden y sin soltarlo, apretandole los hombros con los dedos, miraban a su alrededor en busca de alguien que les dijera que tenian que hacer. El tren atraveso el tunel y alguien grito, aunque luego otra persona empezo a reir (una risotada ensordecedora que le hizo pensar a Sean en las brujas alrededor de un caldero), pues el tren aparecio de repente al otro lado de la estacion, en direccion norte; Jimmy miro los rostros de toda aquella gente que lo sujetaba, como diciendoles: «?Lo ven?».

Dave, que estaba junto a Sean, solto su risilla aguda y vomito en las manos.

Sean aparto la mirada, preguntandose que pintaba el en todo aquello.

Esa noche el padre de Sean le obligo a sentarse en el cuarto de herramientas del sotano. Era un lugar repleto de tornos de banco negros y de Iatas de cafe llenas de clavos y tuercas; habia montones de madera perfectamente apilados debajo del deteriorado tablero que dividia la habitacion en dos; los martillos colgaban de los cinturones de carpintero, cual pistolas en sus fundas, y la correa de una sierra colgaba de un gancho y se bamboleaba. El padre de Sean, que a menudo hacia trabajos de carpinteria para los del barrio, bajaba alli a construir sus jaulas de pajaros y las repisas que colocaba en las ventanas para las flores de su mujer. Alli habia ideado el porche trasero, que el y sus amigos construyeron a toda prisa un verano abrasador, cuando Sean tenia cinco anos; tambien iba alli si buscaba paz y tranquilidad o cuando estaba enfadado con Sean, como bien sabia este, o enfadado con la madre de Sean, o si tenia problemas de trabajo. Las jaulas de pajaros (maquetas de casas estilo Tudor, coloniales, victorianas y chalets suizos) acababan amontonadas en una esquina del sotano, y habia tantas que habrian tenido que vivir en el Amazonas para encontrar suficiente cantidad de pajaros que las pudieran usar.

Sean se sento en el viejo taburete rojo y se dedico a manosear el torno negruzco, sintiendo la mezcla de aceite y de serrin, hasta que su padre le pregunto:

– Sean, ?cuantas veces te lo tendre que repetir?

Sean saco el dedo y se limpio la grasa con la palma de la mano.

Su padre cogio unos cuantos clavos sueltos que habia encima del tablero y los coloco en una lata de cafe de color amarillo.

– Ya se que Jimmy Marcus te cae bien, pero si quereis jugar juntos, a partir de ahora tendreis que hacerlo cerca de casa; de la tuya, no de la suya.

Sean asintio con la cabeza. Era inutil discutir con su padre cuando hablaba de forma tan lenta y pausada como lo estaba haciendo en aquel momento; cada una de sus palabras le salia de la boca como si tuviera una piedrecita enganchada.

– ?Ha quedado claro?

Su padre empujo la lata de cafe a su derecha y bajo los ojos hacia Sean.

Sean volvio a asentir. Observo como su padre se frotaba los gruesos dedos para quitarse el serrin.

?Hasta cuando?

Su padre levanto las manos y quito una brizna de polvo de un gancho clavado en el techo. La amaso entre los dedos y luego la tiro a la papelera que habia colocado debajo del tablero.

– Yo diria que durante mucho tiempo. Ademas, Sean…

– ?Si, senor?

– No creas que esta vez puedes ir a pedirselo a tu madre; despues del circo que habeis montado hoy, no quiere que vuelvas a ver a Jimmy nunca mas.

– No es tan malo. Solo…

– No he dicho que lo sea. Solo es un insensato, y tu madre ya ha tenido que aguantar bastantes locuras en su vida.

Sean diviso cierto destello en el rostro de su padre al pronunciar «insensato», y supo que era al otro Billy Devine al que vio por un instante, ese que habia tenido que reconstruir por medio de algunos fragmentos de conversaciones que habia acertado a oir de sus tios y de sus tias. Le llamaban el viejo Billy; El peleon le llamo una vez su tio Colm con una sonrisa. Era el Billy Devine que habia desaparecido antes de que Sean naciera y que habia sido reemplazado por aquel hombre tranquilo y cuidadoso, de gruesos y diestros dedos, que construia demasiadas jaulas.

– ?Te acordaras de lo que hemos estado hablando? -le pregunto su padre; despues le dio una palmadita en el hombro para indicarle que ya se podia ir.

Sean salio del cuarto de las herramientas y atraveso el frio sotano mientras se preguntaba si lo que hacia que disfrutara de la compania de Jimmy era lo mismo que hacia que a su padre le gustara pasar el rato con el senor Marcus, beber juntos los sabados por la noche hasta altas horas de la madrugada, reirse demasiado fuerte y bruscamente, y si era aquello lo que su madre temia.

Unos cuantos sabados mas tarde, Jimmy y Dave Boyle fueron a casa de los Devine un dia en que el padre estaba fuera. Llamaron a la puerta trasera cuando Sean estaba acabando de almorzar. Sean oyo a su madre abrir la puerta y decir: «Buenos dias, Jimmy. Buenos dias, Dave», con el tono de voz muy educado que usaba con la gente a la que no tenia muy claro que deseara ver.

Ese dia Jimmy estaba muy tranquilo. Toda aquella energia tan desmesurada parecia estar enroscada en su interior. Sean casi notaba la fuerza con la que golpeaba las paredes del pecho de su amigo y como este se esforzaba por contenerla. Parecia mas pequeno, mas oscuro, como si uno pudiera reventarlo con un alfiler. Sean ya lo habia visto asi antes. Jimmy siempre habia tenido cambios de humor repentinos. Aun asi, estos no dejaban de sorprender a Sean y se preguntaba si Jimmy temia algun control sobre ellos, o si aparecian como el dolor de garganta o las primas de su madre, irrumpiendo inesperadamente tanto si a uno le apetecia como si no.

Dave Boyle se ponia muy pesado cuando Jimmy estaba asi. Creia que era su deber asegurarse de que todo el mundo se sintiera feliz, lo cual hacia que todos se cabrearan al cabo de un rato.

Mientras permanecian de pie en la acera, intentando decidir que hacer, Jimmy encerrado en si mismo y Sean aun medio adormilado, nerviosos los tres por el dia que les esperaba, aunque fuera dentro de los limites de la calle de Sean, Dave pregunto:

– ?Por que los perros se lamen las pelotas?

Ni Sean ni Jimmy respondieron. Lo debian de haber oido unas mil veces.

– ?Porque pueden! -grito Dave Boyle mientras se cogia el estomago como si le doliera por gracioso.

Jimmy se encamino hacia los caballetes, alli donde el personal del ayuntamiento se encargaba de sustituir algunos adoquines de la acera. Los trabajadores habian atado cintas amarillas con la palabra PRECAUCION a los cuatro caballetes dispuestos en rectangulo que formaban una barricada alrededor de los adoquines nuevos; sin embargo, Jimmy rompio la cinta al pasar. Se sento en cuclillas junto al borde, con los pies en la acera antigua, y uso una ramita sobre el cemento humedo para grabar finas lineas que a Sean le recordaron los dedos de un hombre viejo.

– Mi padre ya no trabaja con el tuyo.

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