desaguisado, mientras Catherine y Ashley pedian disculpas y se ofrecian a pagar cualquier dano causado. El encargado desde luego rehuso, pero Catherine insistia en darle un billete de cincuenta dolares.
– Tenga -le decia-, al menos para compensar a estos amables jovenes que estan recogiendo el desaguisado que Ashley y una servidora, Catherine, hemos provocado.
– No, senora, por favor -negaba el encargado con una sonrisa-. De verdad que no es necesario.
– Insisto.
– Yo tambien -dijo Ashley.
Al final, el encargado tuvo que aceptar el dinero. A espaldas del jefe, los dependientes suspiraron con alivio.
Entonces ambas se pusieron en la cola, y Catherine saco una tarjeta de credito para pagar. Se aseguraron de mirar directamente a las camaras de seguridad. Tenian pocas dudas de que serian recordadas esa noche en concreto. Esa era la ultima instruccion de Sally para ellas: «Aseguraos de hacer algo en publico que deje constancia de vuestra presencia cerca de casa.»
Habian cumplido su parte. No sabian que estaba sucediendo en algun otro lugar de Nueva Inglaterra en ese momento, pero imaginaban que era algo muy peligroso.
Los faros del coche de Michael O'Connell iluminaron la fachada de su antiguo hogar. Las luces se reflejaron en la camioneta de su padre. Una puerta se cerro con estrepito y Scott vio a O'Connell dirigirse con premura hacia la entrada de la cocina.
La furia de O'Connell era fundamental, penso Scott. Las personas enfurecidas no advierten los detalles que mas tarde resultan importantes.
Lo vio entrar. No lo habia observado mas que unos segundos, pero le habian bastado para saber que, fuera lo que fuese lo que Ashley le habia dicho, lo habia sacado de quicio.
Inspirando hondo, Scott cruzo la calle, tratando de mantenerse en las sombras. Corrio lo mas rapido que pudo hasta el coche de O'Connell. Se agacho, saco de la mochila unos guantes de latex y se los puso. Luego saco un martillo de cabeza de goma y una caja de clavos galvanizados para tejados. Dirigio una mirada hacia la casa, tomo aire y hundio un clavo en un neumatico trasero. Oyo el silbido del aire al escapar.
Cogio varios clavos y los esparcio al azar por el camino.
Moviendose con sigilo, Scott se dirigio a la camioneta de O'Connell padre. Dejo la caja de clavos y la maza entre las herramientas que habia en el vehiculo y alrededor.
Terminada su primera tarea, Scott regreso a su escondite. Al cruzar la calle, oyo
Cuando llego al decrepito cobertizo, cogio el movil y marco. Sono dos veces
– ?Estas cerca? -pregunto.
– A menos de diez minutos.
– Esta sucediendo ahora -dijo Scott-. Llamame cuando pares.
Hope corto la comunicacion sin responder. Piso el acelerador. Habian calculado al menos veinte minutos entre la llegada de Michael O'Connell y la suya propia. Estaban cumpliendo bastante bien los tiempos previstos. Eso no la tranquilizo demasiado.
Michael y su padre apenas estaban separados por unos metros, los dos de pie en la desordenada sala.
– ?Donde esta? -grito el hijo, con los punos apretados-. ?Donde esta?
– ?Donde esta quien? -replico el padre.
– ?Ashley, maldita sea! ?Ashley! -Miro en derredor como un poseso.
El padre solto una risita burlona.
– Vaya, que cojonudo. Que cojonudo…
Michael se volvio hacia el viejo.
– ?Esta escondida? ?Donde la has metido?
Su padre nego con la cabeza.
– Sigo sin saber de que cono estas hablando. ?Y quien punetas es Ashley? ?Alguna putilla?
– Sabes bien de quien estoy
Michael O'Connell alzo el puno en direccion a su padre.
– ?O que? -repuso el viejo con desden, y se tomo su tiempo para beber una cerveza, calibrando a su hijo con los ojos entornados. Luego se sento en su sillon, bebio otro largo sorbo y se encogio de hombros-. No se que pretendes, chaval. No se nada de esa Ashley. De repente me llamas despues de anos de silencio, empiezas a lloriquear por un cono como si fueras un recien salido del instituto, y haces preguntas de las que no tengo ni punetera idea. Y de repente apareces aqui como si el mundo estuviera ardiendo, exigiendo esto y lo otro. Pues bien, sigo sin tener ni puta idea. ?Por que no coges una cerveza y te calmas y dejas de comportarte como un majadero?
– No quiero beber. No quiero nada de ti. Nunca lo he querido. Solo dime donde esta Ashley.
El padre volvio a encogerse de hombros y extendio los brazos.
– No tengo ni punetera idea de quien estas hablando.
Michael O'Connell, hirviendo de furia, lo senalo con el dedo.
– Quedate ahi, viejo. Sigue sentado y no te muevas. Voy a echar un vistazo.
– No pensaba ir a ninguna parte. ?Quieres echar un vistazo? Adelante. No ha cambiado mucho desde que te fuiste.
El hijo sacudio la cabeza.
– Si que ha cambiado -dijo mientras apartaba a patadas unos periodicos-. Te has vuelto mucho mas viejo y borracho, y este lugar esta hecho una mierda.
El padre no se movio de su sitio cuando el joven entro en las habitaciones del fondo.
Entro primero en la que habia sido la suya. Su vieja cama seguia en un rincon, y algunos de sus viejos posters de AC/DC y Slayer todavia colgaban donde los habia dejado. Un par de trofeos deportivos baratos, una vieja camiseta de futbol americano clavada a la pared, algunos libros del instituto y una foto enmarcada de un Chevrolet Corvette ocupaban el espacio restante. Abrio el armario, casi esperando encontrar a Ashley escondida dentro. Pero estaba vacio, excepto por un par de viejas chaquetas que olian a polvo y humedad y unas cajas de antiguos videojuegos. Les dio una patada, esparciendo su contenido por el suelo.
Todo en la habitacion le recordaba algo que odiaba: quien era y de donde venia. Su padre simplemente habia arrojado las cosas viejas de su madre sobre la cama: vestidos, pantalones, botas, una caja llena de bisuteria barata y un triptico de fotos donde aparecian los tres durante unas inusuales vacaciones en un
– ?Ashley! -llamo-. ?Donde demonios estas?
Desde su sillon en la sala, su padre respondio:
– No vas a encontrar ninguna Ashley. Pero sigue buscando, si eso te hace feliz. -Y solto una risa forzada que provoco aun mas furia a su hijo.
Michael apreto los dientes y abrio la puerta del bano. Aparto la mohosa cortina de la ducha. Un frasco de pastillas cayo del lavabo, esparciendo pildoras por el suelo. Michael se agacho y recogio el frasco de plastico, vio que era un tratamiento para el corazon y se echo a reir.
– Asi que ese negro corazon te esta dando problemas, ?eh? -dijo.
– Deja mis cosas en paz -repuso su padre.
– Vete al infierno -mascullo Michael-. Espero que te duela bastante antes de matarte.
Arrojo el frasco al suelo, lo aplasto junto con las pildoras esparcidas y se dirigio al otro dormitorio.
La cama estaba sin hacer, las sabanas sucias. La habitacion olia a tabaco, cerveza y ropa sucia. Habia un cesto de plastico para la ropa en un rincon, repleto de camisetas y calzoncillos. La mesilla de noche estaba cubierta por mas frascos de pildoras, botellas de licor medio llenas y un despertador roto. Vacio todos los frascos en su mano y se guardo las pildoras en el bolsillo. «Te llevaras una sorpresa cuando las necesites», penso.