pero detras de las puertas, como antes en la redaccion, se oian timbres de telefonos, voces diligentes que dictaban cartas, el traqueteo de las maquinas de escribir… La oficina trabajaba a pleno rendimiento. Andrei abrio la puerta donde decia: «consejero A. Voronin» y entro en la antesala de su despacho.

Alli tambien se levantaron a saludarlo: el grueso jefe del sector geodesico. Quejada, eternamente sudoroso: Vareikis, jefe del departamento de cuadros, de ojos claros y aspecto luctuoso; una huesuda senora, de edad mas que mediana, de la direccion de finanzas; y un jovencito desconocido, de aspecto deportivo, seguramente un novato que esperaba ser presentado.

Y su secretaria personal. Amalia, con una sonrisa se levanto agilmente de su escritorio junto a la ventana.

— Hola, senores, hola — dijo Andrei en voz alta, poniendo el rostro mas bonachon posible —. ?Les pido mil perdones! Los malditos autocares estaban a reventar, he tenido que venir a pie desde la obra…

Comenzo a estrechar manos: la enorme y sudorosa de Quejada, la aleta blanducha de Vareikis, el haz de huesos resecos de la senora de la direccion de finanzas («?Que demonios anda buscando aqui? ?Que quiere de mi?») y la tenaza de acero del novato de cara sombria.

— Creo que dejaremos pasar primero a la dama… — dijo, y se dirigio a la senora de finanzas —: Madame, por favor. ?Hay algo urgente? — pregunto a Amalia a media voz —. Muchas gracias. — Tomo la hoja del telefonograma y abrio la puerta del despacho —. Pase usted, senora, por favor…

Abrio la hoja con el mensaje telefonico, llego hasta su escritorio, le indico a la mujer el butacon con un gesto de la mano, se sento y coloco la hoja frente a si.

— Soy todo oidos.

La mujer comenzo a hablar como una ametralladora. Andrei, con una sonrisa en la comisura de los labios, la oyo atentamente mientras golpeaba el telefonograma con un lapiz. Desde las primeras palabras lo tuvo todo claro.

— Perdone — la interrumpio minuto y medio despues —. Comprendo de que se trata. En realidad, no tenemos costumbre de emplear aqui a personas recomendadas. Sin embargo, en su caso nos encontramos, sin duda alguna, ante una excepcion. Si de veras su hija esta tan interesada en la cosmografia que se dedicaba a ella por su cuenta desde que estaba en la escuela… Le ruego que llame a mi jefe de cuadros. Yo mismo hablare con el. — Se levanto —. Por supuesto, hay que saludar esa vocacion en personas jovenes y alentarla por todos los medios. — La acompano hasta la puerta —. Eso corresponde al espiritu de los nuevos tiempos. No me lo agradezca, madame, simplemente cumplo con mi deber. Tenga usted muy buenos dias.

Volvio a su escritorio y leyo el telefonograma: «El presidente invita al senor consejero Voronin a su despacho, a las 14:00 horas». Nada mas. «?Sobre que asunto? ?Con que objetivo? ?Que documentos habra que llevar? Que raro… — Lo mas probable era que Fritz simplemente tuviera ganas de conversar un rato, que estuviera un poco harto de actividades oficiales —. Las catorce, cero, cero, precisamente a la hora de la comida. Eso significa que comeremos con el presidente…» Levanto el auricular del telefono interno.

— Amalia, que pase Quejada.

La puerta se abrio y Quejada entro al despacho, acompanado por el joven de aspecto deportivo, a quien llevaba agarrado de la manga.

— Senor consejero — dijo, tan pronto atraveso el umbral —, quiero presentarle a este joven. Douglas Keatcher… Es un novato, llego hace apenas un mes, y esta hastiado de permanecer sentado en el mismo lugar.

— Vaya — dijo Andrei, echandose a reir —, permanecer sentados en el mismo lugar es algo que siempre nos harta. Mucho gusto, Keatcher. ?De donde procede? ?De que epoca?

— Soy de Dallas, estado de Texas — pronuncio el joven, con inesperada voz de bajo y una sonrisa apenada —. Del ano sesenta y tres.

— ?Tiene estudios superiores?

— El curso basico de la universidad. Despues, pase mucho tiempo con los geologos. Prospeccion de petroleo. — Perfecto — dijo Andrei —. Es lo que necesitamos. — Jugueteo un momento con el lapiz —. Esto seguramente no lo sabe. Keatcher, pero aqui se acostumbra a preguntar por que ha venido. ?Huyendo? ?En busca de aventuras? ?O tenia interes por el Experimento?

Douglas Keatcher se ensombrecio, metio el pulgar de su mano izquierda en el puno derecho y miro por la ventana.

— Puede decirse que huia — balbuceo.

— Alli le pegaron un tiro al presidente — aclaro Quejada, mientras se secaba el rostro con un panuelo —. En su ciudad…

— ?Conque fue eso! — dijo Andrei, comprensivo —. ?Y por que razon se convirtio en sospechoso?

El joven nego con la cabeza.

— No se trata de eso — dijo Quejada —. Es una larga historia. Tenian grandes esperanzas con ese presidente, era muy popular… En una palabra, es un problema psicologico.

— Maldito pais — pronuncio el joven —. Nada los podra ayudar.

— Vaya, vaya — dijo Andrei, sacudiendo la cabeza con simpatia —. ?Y sabe usted que ya no reconocemos el Experimento?

— Eso me da igual — dijo el joven encogiendo sus poderosos hombros —. Me gusta este sitio. Pero no me gusta quedarme sentado en el mismo lugar. Me aburro en la ciudad. El senor Quejada me ha propuesto salir en una expedicion…

— Para empezar, quisiera mandarlo al grupo de Son — dijo Quejada —. Es fuerte, tiene alguna experiencia, y usted sabe lo dificil que es encontrar personas para trabajar en la selva.

— Pues, bien — dijo Andrei —. Me alegro mucho, Keatcher. Usted me cae bien. Espero que siga siendo asi.

Keatcher asintio, con un movimiento torpe, y se puso de pie. Quejada tambien se levanto, resoplando.

— Una cosa mas — dijo Andrei, levantando un dedo —. Quiero advertirle una cosa, Keatcher. La Ciudad y la Casa de Vidrio estan interesadas en que usted estudie. No necesitamos simples ejecutores, de esos tenemos bastantes. Necesitamos cuadros con preparacion. Estoy seguro de que usted podria ser un magnifico ingeniero en prospeccion de petroleo. ?Cual es su indice. Quejada?

— Ochenta y siete — dijo Quejada, sonriendo.

— Ahi lo tiene… Tengo todas las razones para confiar en usted.

— Lo intentare — gruno Douglas Keatcher, y miro a Quejada.

— Por nuestra parte, es todo — dijo Quejada.

— Por la mia, tambien — dijo Andrei —. Les deseo suerte. Y diganle a Vareikis que pase.

Como era habitual, Vareikis no paso, sino que se deslizo en el despacho por partes, mirando de vez en cuando hacia atras, hacia la rendija de la puerta entreabierta. Despues, cerro bien la puerta, avanzo en silencio hasta el escritorio y se sento. En su rostro, la expresion de luto era muy nitida, las comisuras de los labios apuntaban hacia abajo.

— Para que no se me olvide — dijo Andrei —, estuvo aqui esa mujer, de la direccion de finanzas…

— Lo se — contesto Vareikis en voz baja —. La hija.

— Si. No tengo nada en contra.

— ?Con Quejada? — dijo Vareikis, medio preguntando, medio mascullando.

— No, creo que seria mejor en el centro de calculo.

— Muy bien — dijo Vareikis, y saco una libretita de notas del bolsillo interior de la chaqueta —. La instruccion cero diecisiete — pronuncio, muy quedo. — ?Si?

— Ha terminado el ultimo concurso — prosiguio Vareikis, sin levantar la voz —. Se han encontrado ocho trabajadores con un indice intelectual inferior al estipulado de setenta y cinco.

— ?Por que setenta y cinco? Segun la instruccion, el indice limite es de sesenta y siete.

— Segun la aclaracion de la Oficina personal de cuadros del presidente — los labios de Vareikis apenas se movian —, el indice intelectual limite para los trabajadores de la oficina personal del presidente para la ciencia y la tecnica es de setenta y cinco.

— Ah, no lo sabia. — Andrei se rasco la sien —. Humm… Pues, si, es logico.

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