Acaso habiamos llegado a un hito historico. ?Que decidirian los gobernantes? ?Nos ordenarian renunciar y volver a la Tierra, inmediatamente o en un futuro cercano? ?Era posible que quisieran anular la Estacion? No era inverosimil al menos. Yo no creia, sin embargo, en la retirada como solucion. La existencia del coloso pensante no dejaria de atormentar a los hombres. Aun cuando el hombre hubiese explorado todos los rincones del cosmos, aun cuando hubiese encontrado otras civilizaciones, fundadas por criaturas semejantes a nosotros, Solaris seguiria siendo un eterno desafio.
Descubri, perdido entre los gruesos volumenes del
Incapaces de reconocer esta verdad, los solaristas evitaban prudentemente toda descripcion del Contacto, presentado siempre como un resultado ultimo, aunque en los primeros tiempos se lo consideraba un comienzo, una apertura, una nueva via, entre muchas otras posibles. Pasaron los anos y el Contacto fue santificado, convirtiendose en el cielo de la eternidad.
Muntius analizaba muy sencillamente, y con amargura, esta « herejia » de la planetologia, desman-telando el mito solarista, o mas bien el mito de la Mision del Hombre.
Primera voz discordante, la obra de Muntius habia tropezado con el silencio desdenoso de los hombres de ciencia, que confiaban aun en el desarrollo de la sola-ristica. ?Como, en efecto, hubieran podido aprobar una tesis que socavaba las bases mismas de toda posible investigacion?
La solaristica continuo a la espera del hombre capaz de levantarla sobre solidos cimientos y de trazar con rigor las nuevas fronteras. Cinco anos despues de la muerte de Muntius, cuando su libro era el mirlo blanco de los bibliofilos — casi inencontrable, tanto en las colecciones de solariana como en las bibliotecas de obras filosoficas— un grupo de investigadores noruegos fundo una escuela que llevaba su nombre; en contacto con la personalidad de diversos herederos espirituales, el pensamiento sereno del maestro se transformo de muchos modos: derivo en la ironia corrosiva de Erle Ennesson, y en un plano menos elevado en la « solaristica utilitaria » o « pragmatica » de Phaeleng, quien recomendaba aprovechar las ventajas inmediatas obtenidas en las exploraciones, sin preocuparse por una posible comunion intelectual de dos mundos, algun contacto utopico. Comparadas con el analisis implacable y limpido de Muntius, las obras de estos discipulos son simples compilaciones, obras de vulgarizacion, con excepcion de los tratados de Ennesson y tal vez los estudios de Takata. Muntius mismo habia expuesto ya el desarrollo completo de las concepciones solaristas; llamaba a la primera fase de la solaristica la era de los « profetas »: Giese, Holden y Sevada; la segunda fase era el « gran cisma »: fragmentacion de la iglesia unica en una multitud de camarulas antagonicas. Muntius preveia una tercera fase, que sobrevendria cuando todo hubiese sido explorado, y que se manifestaria por una dogmatica escolastica y esclerosada. Sin embargo, esta prediccion demostro ser inexacta. A mi criterio, Gibarian tenia razon cuando calificaba el ataque encabezado por Muntius como « simplificacion monumental ». Muntius dejaba de lado aquello que en la solaristica no tenia ninguna relacion con un credo; la continuada investigacion solo tenia en cuenta la realidad material de un globo que giraba alrededor de dos soles.
En el libro de Muntius encontre una separata de la revista trimestral
Gibarian habia sufrido la influencia de las obras clasicas de la bioelectronica eurasiatica: Cho En-Min, Ngyalla, Kawakadze. En esos famosos estudios se establecia una analogia entre el diagrama de la actividad electrica del cerebro y ciertas descargas que se producian en el seno del plasma antes de la aparicion, por ejemplo, de polimorfos elementales o de solaridos gemelos. Gibarian rechazaba las interpretaciones demasiado antropomorficas, las mistificaciones de las escuelas psicoanaliticas, psiquiatricas y neurofisiologicas que se esforzaban por descubrir en el oceano sintomas de enfermedades humanas, entre otras la epilepsia (a la que atribuian las erupciones espasmodicas de las asimetriadas). Entre los defensores del Contacto, Gibarian era uno de los mas prudentes y lucidos, y condenaba las declaraciones extravagantes, en verdad cada vez mas raras. Mi propia tesis de doctorado habia despertado un cierto interes, y muchas resistencias. Fundandome en los descubrimientos de Bergmann y Reynolds, quienes habian conseguido aislar y « filtrar » los componentes de las emociones mas poderosas: desesperacion, dolor, voluptuosidad, comparando sistematicamente estos registros con las descargas electricas del oceano, yo habia observado ciertas oscilaciones en partes de las simetriadas y en la base de mimoides en formacion que parecian curiosamente analogas. Los periodistas se habian aduenado prontamente de mi nombre, aderezandolo a veces con titulos grotescos: « La jalea desesperada » o « El orgasmo del planeta ». Esta dudosa fama tuvo no obstante una afortunada consecuencia (tal habia sido mi opinion hasta pocos dias antes): atrajo la atencion de Gibarian (quien, como es logico, no podia leer todas las obras que se referian a Solaris) y me envio una carta. Esa carta cerro un capitulo de mi vida, y abrio otro…
Los suenos
Transcurridos seis dias, y no habiendose producido ninguna reaccion, decidimos repetir la experiencia. Inmovilizada hasta entonces en la interseccion del paralelo 42 y el meridiano 116, la Estacion se desplazo hacia el sur, planeando a una altitud constante de cuatrocientos metros sobre el nivel del oceano. En efecto, nuestros radares confirmaban las observaciones automaticas del sateloide: habia un incremento de actividad plasmatica en el hemisferio austral.
Durante cuarenta y ocho horas, un invisible haz de rayos X modulados por mi propio encefalograma bombardeo a intervalos regulares la superficie casi lisa del oceano.
Al cabo de esas cuarenta y ocho horas de viaje habiamos llegado a las inmediaciones de la region polar. El disco del sol azul descendia de un lado del horizonte y ya del lado opuesto las aureolas purpureas de las nubes anunciaban la salida del sol encarnado. En el cielo, unas llamas enceguecedoras y una lluvia de chispas verdes luchaban con atenuados resplandores bermejos; el oceano mismo participaba de ese combate de dos astros, abrasandose aqui de reflejos mercuriales y alla de reflejos escarlatas; la mas pequena nube que surcara el firmamento embellecia con destellos irisados la espuma de las olas. El sol acababa de desaparecer cuando en los confines del cielo y el oceano asomo de pronto, apenas visible, ahogada entre brumas de color sangre (pero instantaneamente senalada por los detectores) una gigantesca flor de vidrio, una simetriada. La Estacion no cambio