despiadada, insolente.
– Eso es todo -concluyo Grekov-. La radiotelegrafista ira contigo. Aqui no tiene nada que hacer sin el transmisor. La acompanaras al Estado Mayor del regimiento.
Seriozha sonrio.
– Una vez alli vosotros mismos encontrareis el camino. Coged este papel. No me gusta el papeleo, asi que he escrito uno para los dos. ?Entendido?
Y de repente Seriozha se dio cuenta de que le estaban mirando dos ojos maravillosos, dos ojos humanos, inteligentes y tristes como nunca habia visto.
19
Al final, el comisario del regimiento de fusileros Pivovarov nunca visito la casa 6/1.
La comunicacion por radio con la casa se habia interrumpido. Nadie sabia si era porque el aparato habia quedado fuera de combate o porque el capitan Grekov se habia hartado de las severas admoniciones del comandante.
De todos modos habian logrado ponerse al corriente de cual era la situacion en la casa sitiada a traves de un operador de mortero miembro del Partido, el comunista Chentsov; este habia informado que el «gerente de la casa» habia perdido el control sobre si, que decia toda clase de disparates a sus soldados. Pero, a decir verdad, Grekov combatia contra los alemanes con gallardia, circunstancia que el informador no negaba.
La noche en que Pivovarov debia dirigirse a la casa 6/1, Beriozkin, el comandante del regimiento, cayo gravemente enfermo. Yacia en el refugio; su cara ardia y sus ojos, transparentes como el cristal, tenian una expresion ausente, inhumana.
El doctor, tras examinar a Beriozkin, se quedo desconcertado. Acostumbrado a tratar con extremidades amputadas, con craneos fracturados, ahora tenia que enfrentarse al caso de un hombre que habia caido enfermo por si mismo.
– Hay que ponerle ventosas -dijo el doctor-. Pero aqui, ?donde vamos a encontrarlas?
Pivovarov estaba a punto de informar a los superiores acerca de la enfermedad del comandante del regimiento, pero el comisario de la division le telefoneo ordenandole que se presentara de inmediato en el Estado Mayor.
Guando Pivovarov entro en el refugio, un tanto sofocado debido a que las explosiones cercanas le habian hecho caerse un par de veces, el comisario estaba hablando con un comisario de batallon al que habian ordenado venir desde la orilla izquierda. Pivovarov habia oido hablar de ese hombre: daba conferencias a las unidades desplegadas en las fabricas.
.Pivovarov se anuncio con voz estentorea:
– A sus ordenes, comisario.
Acto seguido, informo de la enfermedad de Beriozkin.
– Si, es un contratiempo -dijo el comisario de la division-. Camarada Pivovarov, debera asumir el mando del regimiento.
– ?Y la casa sitiada?
– Ese asunto ya no esta en sus manos -dijo el comisario de la division-. No se imagina el jaleo que se ha montado aqui, alrededor de esa casa. La noticia ha llegado hasta el Estado Mayor del ejercito.
Y agito ante las narices de Pivovarov un mensaje cifrado.
– Lo he mandado llamar precisamente por este asunto. Aqui el camarada Krimov ha recibido ordenes por parte de la direccion politica de dirigirse a la casa sitiada, restablecer el orden bolchevique y asumir el control como comisario. Si surgiera algun problema, tendra que destituir a Grckov, tomar el mando… Dado que se encuentra en el sector de su regimiento, debe facilitar al camarada Krimov todo lo que necesite, ya sea el paso a la casa o los posteriores enlaces. ?Entendido?
– Asi se hara -dijo Pivovarov.
Despues, recuperando su tono de voz habitual, no oficial sino cotidiano, pregunto a Krimov:
– Camarada comisario del batallon, ?ha tratado antes con tipos asi?
– Desde luego -afirmo con una sonrisa el comisario-. En el verano de 1941 guie a doscientos hombres sitiados en Ucrania; conozco la mentalidad del partisano.
– Bien -Dijo el comisario de la division-. Actue, camarada Krimov. Mantengase en contacto conmigo. No podemos aceptar que exista un Estado dentro del Estado.
– Si, ademas hay un asunto turbio con una joven radiotelegrafista -dijo Pivovacov-. Nuestro Beriozkin esta preocupado porque el radiotransmisor no da senales. Y esos chicos son capaces de cualquier cosa.
– Muy bien, cuando ocupe su puesto ya pondra orden. ?Buena suerte! -dijo el comisario de la division.
20
Un dia despues de que Grekov despachara a Shaposhnikov y Vengrova, Krimov, acompanado por un soldado, se puso en camino hacia la famosa casa sitiada por los alemanes.
Cuando salieron del Estado Mayor del regimiento la tarde era fria y luminosa. Apenas puso un pie en el patio asfaltado de la fabrica de tractores, Krimov sintio el peligro de muerte con mayor nitidez e intensidad que nunca antes en su vida. Al mismo tiempo, se sentia preso de entusiasmo y felicidad. El mensaje cifrado llegado de improviso del Estado Mayor del frente parecia confirmarle que en Stalingrado todo era diferente; alli existian otras relaciones, otros valores, otras exigencias respecto a las personas. Krimov volvia a ser Krimov, ya no era un mutilado en un batallon de invalidos sino un comisario de guerra bolchevique. Aquella mision, dificil y peligrosa, no le daba miedo. Era tan dulce y agradable leer de nuevo en los ojos del comisario de la division, en los ojos de Pivovarov, la expresion que siempre habia visto en los colegas del Partido…
Un soldado yacia muerto en el suelo entre los restos de un mortero y el asfalto levantado por una explosion.
Quien sabe por que, ahora que Krimov se sentia rebosante de esperanza, exultante, la vision de este cadaver le impresiono. Habia visto muchos cadaveres antes, tantos que se habia vuelto indiferente, pero en ese momento se estremecio: aquel cuerpo, tan lleno de muerte eterna, yacia como un pajaro, indefenso, con las piernas dobladas, como si tuviera frio.
Un instructor politico vestido con un impermeable gris paso corriendo, sosteniendo en lo alto un macuto bien lleno, mientras los soldados arrastraban con una lona impermeable minas antitanque entremezcladas con hogazas de pan.
El muerto, sin embargo, ya no necesitaba ni pan ni armas, no esperaba las cartas de su fiel esposa. Su muerte no le habia hecho fuerte, sino mas debil, un gorrion muerto al que no temen las moscas ni las mariposas.
Algunos artilleros estaban instalando un canon en la abertura de un muro y discutian con los operadores de una ametralladora pesada. Por sus gestos Krimov pudo hacerse una idea aproximada de lo que estaban discutiendo.
– ?Sabes cuanto.tiempo lleva aqui nuestra ametralladora? Vosotros todavia estabais holgazaneando en la orilla izquierda cuando nosotros ya habiamos comenzado a disparar.
– ?Un punado de sinverguenzas, eso es lo que sois!
Se oyo un aullido en el aire y un obus impacto en un rincon del taller. Los cascos golpearon contra las paredes. El soldado que abria paso a Krimov se volvio a mirar para asegurarse de que el comisario seguia vivo. En espera de que le alcanzara, dijo:
– No se preocupe, camarada comisario; nosotros consideramos esto la segunda linea, la profunda retaguardia.
Poco despues Krimov comprendio que el patio junto al muro del taller era un lugar tranquilo.
Tuvieron que correr, tirarse boca abajo, luego volver a correr y de nuevo echarse cuerpo a tierra. Dos veces se vieron obligados a saltar a las trincheras ocupadas por la infanteria, corrieron a traves de los edificios en llamas donde en lugar de haber gente solo silbaba el hierro…