– Ah, Dickens -dijo Seriozha en tono de burla y condescendencia.
– Y La cartuja de Parma, ?te gusta?
– No mucho -respondio Seriozha despues de reflexionar un instante, y anadio-: Hoy voy con la infanteria a limpiar de alemanes la choza de al lado.
Karia le miro y Scriozha, intuyendo el significado de su mirada, explico:
– Son ordenes de Grekov, por supuesto.
– ?Envia tambien a otros operadores de mortero?
?A Chentsov?
– No, solo a mi.
Guardaron silencio.
– ?Va detras de ti? -le pregunto Seriozha.
Ella asintio con la cabeza.
– ?Y a ti que te parece?
– Lo sabes muy bien -le dijo, y penso en los asra, que mueren cuando aman.
– Tengo la impresion de que me mataran hoy.
– ?Por que te envian con la infanteria? Eres un operador de mortero.
– ?Y por que Grekov te retiene aqui? El transmisor esta roto en mil pedazos. Hace tiempo que deberia haberte devuelto al regimiento. Deberias estar en la orilla izquierda. Aqui no haces nada.
– Al menos nos vemos cada dia.
Seriozha hizo un gesto con la mano y se marcho. Karia se volvio y vio a Bunchuk mirar desde el segundo piso y reirse. Shaposhnikov tambien debia de haberlo visto, por eso se habia marchado a toda prisa.
Los alemanes habian sometido la casa a fuego de artilleria hasta la noche; tres soldados resultaron levemente heridos; una pared interna se derrumbo, bloqueando la salida del sotano. Despejaron la salida, peto un obus derribo de nuevo un trozo de pared, volviendo a bloquear la salida del sotano. Tuvieron que despejarla otra vez, Antsiferov lanzo una ojeada a la penumbra polvorienta y pregunto:
– Eh, camarada radiotelegrafista, ?esta viva?
– Si -respondio Vengrova sumida en la oscuridad, estornudando y escupiendo polvo rojo.
– Salud -dijo el zapador.
Al anochecer, los alemanes lanzaron bengalas luminosas y abrieron fuego con las ametralladoras. Un bombardero sobrevolo varias veces la casa lanzando su carga mortifera. Nadie dormia. El propio Grekov disparaba con la ametralladora y en dos ocasiones la infanteria tuvo que salir a rechazar el avance de los alemanes, soltando tacos y cubriendose el rostro con las palas de los zapadores.
Los alemanes parecian presentir el ataque inminente contra aquella casa sin dueno que hacia poco habian ocupado.
Cuando ceso el tiroteo, Katia oyo los gritos de los alemanes e incluso sus risas con bastante nitidez.
Los alemanes hablaban una lengua gutural cuya pronunciacion no se parecia a la de los profesores de los cursos de lenguas extranjeras. Katia se dio cuenta de que el gatito habia abandonado su lecho. Tenia las patas traseras inmoviles, pero arrastrandose con las delanteras se apresuraba a llegar hasta donde estaba Katia.
Luego se detuvo, abrio y cerro la mandibula varias veces. Katia intento levantarle un parpado. «Esta muerto», penso con repugnancia. De pronto comprendio que el gato habia pensado en ella al sentir proxima su muerte, que se habia arrastrado hacia ella con el cuerpo medio paralizado… Puso el cuerpo en un agujero y lo cubrio con trozos de ladrillo.
La luz inesperada de una bengala inundo el sotano y tuvo la sensacion de una completa ausencia de aire; le parecio respirar un liquido sangriento que fluia del techo y se filtraba entre los ladrillos.
Ahi estaban los alemanes, saliendo de rincones reconditos, acercandose a ella con sigilo; ahora la cogerian y se la llevarian a rastras. Muy cerca, casi al lado, oia el ruido de sus fusiles. Quiza los alemanes estaban rastrillando el segundo piso. Quiza no irrumpieran desde abajo, sino que caerian desde lo alto a traves del agujero en el techo.
Para calmarse trataba de reconstruir mentalmente la lista de inquilinos clavada en la puerta de su casa: «Tijomirov, un timbrazo; Dziga, dos timbrazos; Cheremushkin, tres timbrazos; Feinberg, cuatro timbrazos; Vengrova, cinco timbrazos; Andriuschenko, seis timbrazos; Pegov, uno largo» [81]. Se esforzaba en visualizar la gran cacerola de los Feinberg sobre el hornillo de gas cubierta con una tablilla de madera, el barreno para la colada de Anastasia Stepanovna Andriuschenko, la palangana de esmalte desportillada de los Tijomirov colgada de un trozo de cordel. A hora se veia haciendose la cama y deslizandose bajo las sabanas, donde los muelles eran especialmente molestos; veia el panuelo marron de su madre, un trozo de guata, un abrigo de entretiempo descosido.
Despues penso en la casa 6/1. Ahora que los alemanes estaban tan cerca, saliendo de debajo de la tierra, el lenguaje vulgar de los soldados ya no le molestaba tanto y la mirada de Grekov, que antes le sacaba los colores no solo de la cara, sino del cuello y los hombros ocultos bajo su chaqueta, ya no le asustaba. ?Cuantas obscenidades habia oido en aquellos meses de guerra! Que conversacion tan desagradable habia mantenido con un teniente coronel calvo que, haciendo tintinear sus dientes de metal, le habia insinuado lo que tenia que hacer si queria quedarse en el centro de comunicaciones de la orilla izquierda del Volga…
Habia una cancion triste que las chicas cantaban a media voz:
La primera vez que Katia habia visto a Shaposhnikov el estaba leyendo poesia, y penso; «?Que idiota!». Despues Seriozha desaparecio durante dos dias y a ella le daba verguenza pedir noticias suyas, pero todo el rato temia que le hubieran matado. Reaparecio una noche, de improviso, y oyo que le contaba a Grekov que se habia ido sin permiso del refugio del Estado Mayor.
– Bien hecho -lo elogio Grekov-. Has desertado para reincorporarte a nuestro infierno.
Mientras se alejaba de Grekov, Shaposhnikov paso delante de ella sin mirarla, sin volverse. Al principio Katia se puso triste, luego penso de nuevo; «Idiota».
Otro dia escucho una conversacion entre los habitantes de la casa sobre quien tenia mas posibilidades de acostarse con ella, y uno habia dicho: «Grekov, esta claro»- Un segundo rebatio: «No esta decidido. Pero lo que si se es quien ocupa el ultimo lugar de la lista; Seriozha, el operador de mortero. Cuanto mas joven es una chica, mas atraida se siente por los hombres maduros».
Despues noto que los hombres dejaron de bromear y flirtear con ella. Grekov dejo muy claro que no le gustaba que el resto de los inquilinos de la casa intentara conquistar a Katia.
Una vez el barbudo Zubarev la llamo diciendo: «Eh, esposa del gerente de la casa».
Grekov no tenia prisa, pero estaba muy seguro de si mismo y ella lo sentia con nitidez. Despues de que la radio quedara hecha anicos a causa de una bomba, le ordeno que se instalara en la esquina mas alejada del sotano.
El dia antes le habia dicho: «Jamas he visto a una chica como tu. Si te hubiera conocido antes de la guerra, me habria casado contigo». Queria replicarle que ella tendria que haber dado su consentimiento, pero no se atrevio.
El no se habia propasado, no le habia dicho ninguna palabra grosera, pero cuando Katia pensaba en Grekov le atenazaba un miedo pavoroso.
El dia antes tambien le habia dicho con tristeza: «Pronto los alemanes lanzaran una ofensiva. Lo mas probable es que ninguno de nosotros salga vivo: nuestra casa esta en el centro de su ofensiva».
La examino con una mirada lenta, penetrante, y Katia tuvo miedo, pero no del inminente ataque aleman, sino