– Te duele que no te hayan llamado a ti, ?verdad? -pregunto Rubin.
Abarchuk, con aquel odio particular que suscita un reproche o una sospecha justa, replico:
– Ocupate de tu alma, y no metas las narices en la mia. Rubin cerro los ojos como hacen las gallinas.
– ?Yo? Si ni siquiera me atrevo a ofenderme. Estoy en la casta de los inferiores, soy un intocable. ?Has oido mi conversacion con Kolka hace un momento?
– No es eso, no es eso -esgrimio gesticulando Abarchuk.
Luego se levanto y se puso a caminar en direccion a la entrada, a lo largo del pasillo que separaba los catres, y de nuevo le llegaron las palabras de una conversacion larga, interminable.
– … cada dia borsch con carne de cerdo, incluso los festivos.
– ?Que pechos! Increible.
– Me gustan las cosas sencillas, cordero con gachas. ?Quien necesita todas esas salsas vuestras…?
Regreso al catre de Monidze y durante un rato se sento a escuchar.
Rubin decia:
– Al principio no comprendi por que me dijo: «Te convertiras en un compositor». Se referia a un soplon. ?Lo entiendes? el compositor escribe operas; el soplon, al oper [47] .
– Que se vaya al diablo -dijo Monidze, sin dejar de remendar-. Ser un chivato, eso es lo ultimo.
– ?Como, ser un chivato? -se maravillo Abarchuk-, pero si eres comunista.
– Uno como tu -le replico Monidze-, un ex.
– Yo no soy un ex -dijo Abarchuk-, y tu tampoco lo eres.
De nuevo Rubin le habia hecho enfadarse expresando una sospecha justa, siempre mas ofensiva y pesada que una injusta. Y le dijo:
– El comunismo no tiene nada que ver. Estoy harto de ese enjuague de maiz tres veces al dia. No lo soporto mas. Ese es un buen motivo para convertirse en un chivato. Y este el inconveniente: no quiero que me ataquen durante la noche y me encuentren en la letrina a la manana siguiente como a Orlov, con la cabeza dentro del agujero. ?Has oido mi conversacion con Ugarov?
– La cabeza hacia abajo, los pies hacia arriba -indico Monidze, y se puso a reir, tal vez porque no habia nada de lo que reirse.
– ?Que crees? ?Que me dejo guiar por el puro instinto de conservacion? -pregunto Abarchuk y sintio un deseo histerico de dar un punetazo a Rubin.
Se puso de pie y camino por el barracon.
Desde luego estaba harto del brebaje de maiz. Hacia dias que trataba de adivinar lo que les servirian de comer para el aniversario de la Revolucion de Octubre: guisado de hortalizas, macarrones a la marinera, graten…
Desde luego, muchas cosas dependian del oper y los caminos que llevaban a las cimas de la vida -por ejemplo, ser responsable del bano o de las raciones de pan- eran misteriosos y confusos. De hecho, el podria haber trabajado en el laboratorio, con bata blanca, a las ordenes de una directora asalariada que no tuviera nada que ver con los delincuentes; podia trabajar en la seccion de planificacion, dirigir una mina… Pero Rubin se equivocaba, Rubin queria humillar, Rubin te minaba las fuerzas, buscaba en el hombre lo que le aflora en el subconsciente. Rubin era un saboteador.
Durante toda su vida Abarchuk habia sido implacable con los oportunistas, siempre habia odiado a las personas con dos caras, a los elementos ajenos desde el punto de vista social.
Su fuerza espiritual, su fe, consistia en el derecho a juzgar. Habia perdido la confianza en su mujer y la habia abandonado. Creia que no seria capaz de hacer de su hijo un combatiente inquebrantable y se habia negado a darle su nombre. Abarchuk estigmatizaba a los que dudaban, despreciaba a los llorones y a los escepticos que manifestaban debilidad. Condenaba a los tecnicos que en el Kuzbass se dejaban llevar por la nostalgia de sus familias moscovitas. Habia hecho que sentenciaran a cuarenta obreros socialmente ambiguos que habian abandonado la obra para volver a sus pueblos. Habia repudiado a su padre burgues.
Era dulce ser inquebrantable. Juzgando a los otros afirmaba su propia fuerza interior, su ideal, su pureza. En aquello residia su consuelo y su fe. Nunca habia eludido las movilizaciones del Partido. Habia renunciado voluntariamente al salario maximo de los funcionarios del Partido. Para el la afirmacion de si mismo consistia en su propio sacrificio. Siempre llevaba la misma guerrera y las mismas botas cuando iba al trabajo, a las reuniones del Comisariado del Pueblo, al teatro, y tambien cuando el Partido lo habia mandado a Yalta a curarse y paseaba por la orilla. Queria parecerse a Stalin.
Perdiendo el derecho a juzgar se perdia a si mismo. Rubin se habia dado cuenta. Casi cada dia hacia alusiones a la debilidad, a la cobardia, a los deseos miserables que se infiltran en la mente concentracionaria.
Anteayer habia dicho:
– Barjatov abastece a la chusma de metal robado en el almacen, y nuestro Robespierre calla. Como reza la cancion, tambien los polluelos quieren vivir…
Cuando Abarchuk estaba a punto de condenar a alguien y se sentia asimismo culpable, empezaba a vacilar, era presa de la desesperacion, se hundia en la confusion.
Abarchuk se paro junto al catre donde el viejo principe Dolgoruki hablaba con Stepanov, un joven profesor del Instituto de Economia. En el campo Stepanov se comportaba con altivez, se negaba a levantarse cuando las autoridades entraban en el barracon, expresaba abiertamente sus opiniones antisovieticas. Estaba orgulloso de que, a diferencia de la masa de detenidos politicos, el habia sido condenado por una causa concreta: habia escrito un articulo titulado «El Estado de Lenin y Stalin», y lo habia dado a leer a los estudiantes. El tercero o el cuarto de sus lectores le denuncio.
Dolgoruki habia regresado a la Union Sovietica desde Suecia. Antes habia vivido durante mucho tiempo en Paris, pero en un momento dado habia sentido nostalgia por la patria. Una semana despues de regresar lo arrestaron. En el campo rezaba, habia trabado amistad con los miembros de las sectas religiosas y escribia poesia de caracter mistico.
Ahora estaba leyendo sus versos a Stepanov.
Abarchuk escucho con la espalda apoyada contra el poste que aguantaba las dos literas de catres. Dolgoruki, los ojos medio cerrados, leia con labios tremulos y agrietados. Y su voz baja era a su vez tremula, rota: