Templas en el fuego al ser, hasta que duro y puro es como un diamante. Y si hay poca lena en el horno de fundir, Dios mio, ?ten aqui esta carne mia!

Cuando hubo terminado su lectura, permanecio sentado con los ojos entornados, moviendo los labios sin decir una palabra.

– Tonterias -sentencio Stepanov-, puro decadentismo. Dolgoruki hizo un ademan a su alrededor con su mano, palida y exangue.

– ?Ve adonde han llevado a los rusos los Chernishevski y los Herzen? ?Recuerda lo que escribio Chaadayev en su tercera carta filosofica?

Stepanov profirio en tono didactico:

– Usted y su oscurantismo mistico me repugnan tanto como los organizadores de este campo. Usted, como ellos, olvida que existe una tercera via para Rusia, la mas natural: la via de la democracia y la libertad.

Mas de una vez Abarchuk habia discutido con Stepanov, pero ahora se le habian pasado las ganas de intervenir en la conversacion, de denunciar en su interlocutor al enemigo, al emigrado interior. Paso por el rincon donde rezaban los baptistas, escucho su bisbiseo.

En aquel instante retumbo la voz estentorea de Zarokov, el jefe de dormitorio:

– ?En pie!

Todos saltaron de su sitio; los guardias irrumpieron en el barracon. Abarchuk miraba la cara palida y larga de Dolgoruki con el rabillo del ojo. Realmente estaba en las ultimas. Se mantenia en posicion de firmes mientras sus labios murmuraban. Probablemente repetia sus versos. Cerca de el se sentaba Stepanov que, fiel a su propio instinto anarquico, se negaba a someterse a las reglas del ordenamiento interno.

– Un cacheo, un cacheo -susurraban los prisioneros.

Pero no hubo cacheo. Dos jovenes soldados escolta con gorras rojas y azules pasaban entre los catres examinando a los reclusos.

Cuando llegaron a la altura de Stepanov, uno de ellos le dijo:

– ?Todavia sentado, profesor? ?Tienes miedo de enfriarte el culo?

Y Stepanov, volviendo hacia ellos su cara larga de nariz chata, repitio en voz alta como un papagayo: «Soy un detenido politico».

Aquella noche Rubin fue asesinado en el barracon.

El asesino habia apoyado un clavo grueso contra su oreja y entonces, con un golpe energico, se lo hundio hasta el cerebro. Cinco personas, entre ellas Abarchuk, fueron llamadas al despacho del delegado operativo. Por lo visto, el oper trataba de averiguar la procedencia del clavo. Unos clavos parecidos acababan de llegar al almacen de herramientas, pero aun no se habian distribuido.

Durante el aseo Barjatov estaba cerca de Abarchuk en el barreno. Volvio hacia el su cara mojada y, lamiendose de los labios las gotas de agua, dijo en voz baja:

– Acuerdate de esto, carrona: si te chivas al oper, a mi no me pasara nada, pero yo acabare contigo, y de una manera que a todos los del campo se les pondra la piel de gallina.

Mientras se secaba con la toalla, hundio sus ojos tranquilos y humedos en los de Abarchuk y, leyendo en ellos lo que queria leer, le apreto la mano.

En la cantina Abarchuk dio a Neumolimov su escudilla de sopa de maiz.

– Animales. ?Hacer eso a nuestro Abraham! ?Menudo hombre era! -dijo Neumolimov y se acerco la escudilla de sopa.

Sin hablar, Abarchuk se levanto de la mesa.

La muchedumbre agolpada en la entrada de la cantina se abrio para dejar paso a Perekrest. Tuvo que agacharse para franquear el umbral, puesto que los techos del campo no estaban disenados para hombres de su estatura.

– Hoy es mi cumpleanos -informo a Abarchuk-. Ven, unete a nosotros. Beberemos vodka.

?Que horror! Decenas de personas habian oido el asesinato de aquella noche, habian visto al hombre que se habia deslizado hasta el catre de Rubin.

?Que les habria costado saltar abajo desde la litera, dar la voz de alarma por todo el barracon? Juntos habrian podido dominar al asesino en dos minutos, salvar a su companero. Pero nadie levanto la cabeza, nadie grito. Habian matado a un hombre como se deguella a una oveja. Los demas permanecieron acostados, simulando que dormian, aguantandose la tos: se habian tapado la cabeza con la chaqueta para no oir como se agitaba el moribundo.

?Que vileza! ?Que sumision!

Pero el tampoco dormia, se habia quedado callado, se habia tapado la cabeza con la chaqueta… Sabia con absoluta lucidez que la sumision no era porque si, era fruto de la experiencia, del conocimiento de las leyes del campo.

Podrian haberse levantado, detener al asesino, pero un hombre con un cuchillo en la mano siempre es mas fuerte que un hombre desarmado. La fuerza de un grupo de prisioneros apenas dura un instante, mientras que un cuchillo siempre es un cuchillo.

Abarchuk pensaba en el interrogatorio que le esperaba; era facil para el oper exigir declaraciones: el no dormia por la noche en el barracon, no se lavaba en los lavabos comunes con la espalda a merced de una punalada, no andaba por las galerias de la mina, ni iba a las letrinas del campo, donde varios hombres podian asaltarle y meterle la cabeza en un saco.

Si, habia visto aquella noche como el hombre se habia acercado a Rubin. Habia oido sus estertores, como Rubin, en su agonia, golpeaba los pies y las manos contra el catre.

El capitan Mishanin, el delegado operativo, hizo llamar a Abarchuk a su despacho, cerro la puerta y dijo:

– Sientese, detenido.

Comenzo con las primeras preguntas de rigor, aquellas a las que los detenidos politicos respondian siempre con precision y rapidez.

Luego levanto los ojos cansados hacia Abarchuk y lo miro unos instantes en silencio. Comprendia perfectamente que el recluso, hombre de experiencia, temiendo la inevitable venganza nunca le revelaria como el asesino se habia hecho con el clavo.

Abarchuk, a su vez, le miraba. Observaba la cara joven del capitan, los cabellos, las cejas, las pecas de su nariz, y pensaba que debia de ser dos o tres anos mayor que su hijo.

El oper le formulo la pregunta que tres presos se habian negado a responder.

Abarchuk permanecio callado un rato.

– Y bien, ?es usted sordo?

Abarchuk continuo en silencio.

Como deseaba que el oper, tal vez no de manera abierta, sino limitandose a seguir las frases establecidas del interrogatorio, le dijera: «Escuche, camarada Abarchuk, en el fondo usted es un comunista. Hoy estas en el campo, pero manana tu y yo pagaremos nuestra cuota de miembros a la misma organizacion. Ayudame de camarada a camarada, como miembro del Partido».

Pero el capitan Mishanin dijo:

– ?Es que se ha dormido? Yo le despertare.

Pero no hizo falta despertar a Abarchuk. Con voz ronca respondio:

– Los clavos del almacen los robo Barjatov. Ademas sustrajo tres limas. En mi opinion el asesinato lo cometio Nikolai Ugarov. Se que Barjatov le dio el clavo y mas de una vez habia amenazado a Rubin con matarle. Ayer volvio a amenazarlo. Rubin se nego a firmarle un certificado de enfermedad.

Luego cogio el cigarrillo que le extendia y dijo:

– Considero mi deber como miembro del Partido darle esta informacion, camarada delegado operativo. El camarada Rubin era un viejo miembro del Partido.

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