calientan al rojo. A veces, un olor a quemado inunda la buhardilla, el gueto esta en llamas. Durante el dia todos permanecen inmoviles en el refugio. La pequena Svetlana, la hija de los Bujman, llora monotonamente. Bujman esta enfermo del corazon, de dia todos lo creen muerto. Pero por la noche come y se pelea con su mujer.

De repente ladridos de perros. Voces no rusas: «Asta! Asta! Wo sind die joden?» [52], y, sobre las cabezas, crece el estruendo. Los alemanes han trepado al techo a traves del tragaluz.

El sonido retumbante de suelas de hierro sobre el cielo de chapa negro se interrumpe. Se oyen golpecitos ligeros, astutos: alguien esta examinando las paredes.

En el refugio se hace el silencio, un silencio implacable, con los musculos tensos de las espaldas y los cuellos, ojos desencajados de la angustia, bocas torcidas en una mueca. La pequena Svetlana responde con un lamento sin palabras al sonido del engatusador golpeteo. De improviso deja de llorar, David se vuelve hacia ella y se encuentra con los ojos furiosos de la madre de Svetlana, Rebekka Bujman.

Mas tarde aquellos ojos y la cabeza de la nina colgando de un lado, como una muneca de trapo, le volvieron a la mente, pero fugazmente.

En cambio recordaba, a menudo y con todo detalle, su vida de antes de la guerra. En el vagon, como un viejo, David revivia su pasado, lo acariciaba, lo amaba.

48

Para su cumpleanos, el 12 de diciembre, mama le habia comprado un libro de cuentos. En el claro de un bosque habia una cabritilla gris; la oscuridad del bosque parecia especialmente amenazadora. Entre troncos marron oscuro, matamoscas y otros hongos venenosos, se vislumbraban las rojas fauces abiertas y los ojos verdes de un lobo.

Solo David conocia el inminente asesinato. Golpeaba el puno sobre la mesa, escondiendo el claro del bosque con la palma de la mano, pero comprendia que no podia proteger a la cabritilla.

Y por la noche gritaba:

– ?Mama, mama, mama!

Su madre se despertaba y se acercaba a su cama, como una nube en la noche tenebrosa, y el bostezaba feliz porque sentia que la fuerza mas grande del mundo le defendia de la oscuridad del bosque nocturno.

Cuando se hizo mayor eran los perros rojos de El libro de la selva lo que le daba miedo. Una noche su habitacion se lleno de fieras rojas, y David, con los pies descalzos, avanzo a tientas guiandose por el cajon abierto de la comoda junto a la cama de su madre.

Cuando tenia la fiebre alta, siempre le asaltaba la misma pesadilla: estaba acostado en una playa arenosa, y minusculas olas, no mas grandes que su dedo menique, le hacian cosquillas en el cuerpo. De repente una montana de agua azul se alzaba silenciosamente y se acercaba a una velocidad vertiginosa. David estaba tumbado sobre la arena caliente, la montana azul oscuro se abatia sobre el. Era todavia mas horrible que el lobo y los perros rojos.

Por la manana mama se iba al trabajo y el salia a la escalera de servicio y vertia su taza de leche en una vieja lata de conservas de cangrejo cuyo destinatario era un delgado gato vagabundo de cola larga y fina, hocico blanco y ojos lacrimosos. Un dia la vecina les comunico que al amanecer habian venido unos hombres y, gracias a Dios, habian metido aquel repugnante gato vagabundo en una caja; por fin se lo habian llevado al instituto.

– Pero ?adonde quieres que vaya? ?Como voy a saber yo donde esta ese instituto? Es del todo imposible. ?Olvidate de ese gato desgraciado! -le decia la madre mirando sus ojos implorantes-. ?Como vas a sobrevivir en este mundo? ?No se puede ser tan sensible!

La madre quiso enviarlo a un campamento infantil de verano, pero el lloro, suplico con las manos juntas, gritando:

– Te prometo que ire a casa de la abuela, pero ?no me envies al campamento!

Cuando la madre lo acompano en tren a casa de la abuela, en Ucrania, David apenas probo bocado durante el trayecto: le daba verguenza masticar un huevo duro o desenvolver una croqueta de un papel grasiento.

La madre se quedo en casa de la abuela junto a David cinco dias, luego tuvo que volver al trabajo. En el momento de la despedida el nino no lloro, pero le apreto con tanta fuerza el cuello que su madre le dijo:

– Me ahogas, bobo. Aqui te hartaras de fresas y ademas son baratas. Vendre a buscarte dentro de dos meses.

Al lado de la casa de la abuela Roza habia una parada del autobus que hacia el recorrido entre la ciudad y la teneria. En ucraniano la parada de autobus se llamaba zupinka.

El difunto abuelo habia sido miembro del Bund, un hombre de renombre, habia vivido un tiempo en Paris. Por aquel motivo la abuela se habia ganado el respeto de todos y no pocos despidos laborales.

A traves de las ventanas abiertas se oia la radio: «Uvaga, uvaga [53], aqui Kiev».

Durante el dia la calle estaba desierta, y se animaba cuando salian los alumnos del instituto profesional de la teneria, que se gritaban de una acera a otra: «Bella, ?has aprobado el examen?

Jashka, ?preparamos juntos el marxismo?».

Por la noche regresaban a casa los trabajadores de la teneria, los vendedores, los electricistas del centro radiofonico local. La abuela trabajaba en el comite local de la policlinica.

David no se aburria cuando la abuela no estaba en la casa.

Cerca, en un viejo huerto abandonado, entre decrepitos y esteriles manzanos, pastaba una vieja cabra, vagaban gallinas marcadas con pintura y hormigas silenciosas trepaban por la hierba. En el huerto los gorriones y cuervos del lugar se mostraban seguros de si mismos y hacian ruido, mientras que los pajaros del campo, pajaros cuyo nombre David desconocia, se comportaban como campesinas intimidadas.

David escucho muchas palabras nuevas: glechik, dikt, kaliuzha, riazhenka, riaska, puzhalo, liadache, koshenia… [54] en estas palabras reconocio ecos y reflejos de su lengua materna, el ruso. Oyo hablar en yiddish y se quedo sorprendido de que mama y la abuela conversaran delante de el en aquella lengua. Nunca habia oido a su madre hablar una lengua que el no comprendiera.

La abuela lo llevo de visita a casa de una sobrina, la gorda Rebekka Bujman. Entraron en una habitacion que impresiono a David por la abundancia de cortinas de encaje blanco; Eduard Isaakovich Bujman, el jefe de contabilidad del Gosbank, hizo su aparicion vestido con chaqueta militar y botas.

– Jaim -dijo Rebekka-, tenemos visita de Moscu: es el hijo de Raya. -Y enseguida anadio-: Bueno, saluda a tio Eduard.

– Tio Eduard, ?por que la tia Rebekka le llama Jaim? -pregunto David.

– Esa es una pregunta dificil -dijo Eduard Isaakovich-. ?No sabes que en Inglaterra a todos los Jaim se les llama Eduard?

Despues el gato se puso a aranar la puerta, y cuando consiguio abrirla todos vieron en el centro de la habitacion a una nina con mirada inquieta sentada en un orinal.

Un domingo David fue al mercado con su abuela. Por el camino encontraron viejas con panuelos negros, encargadas de vagones de ferrocarril sonolientas y taciturnas, altivas mujeres de dirigentes locales, mujeres campesinas calzadas con botas de agua.

Los mendigos judios gritaban con voces rudas y enojadas: la gente parecia darles limosna mas por temor que por compasion. Por la carretera de cantos rodados pasaban los camiones de los koljoces cargados de sacos de patatas y salvado, jaulas de mimbre llenas de gallinas que gritaban en cada bache, como viejas judias enfermas.

Lo que mas le fascinaba y le aterrorizaba, hasta el punto de llevarle a la desesperacion, eran los puestos de las carnicerias. David habia visto sacar de un carro a un ternero muerto: tenia la boca palida entreabierta y el pelaje rizado y blanco del cuello manchado de sangre.

La abuela compro una gallina joven variopinta y se la llevo por las patas atadas con un trozo de tela blanca, y David caminaba a su lado intentando ayudar a la gallina a levantar su debil cabeza, preguntandose asombrado como su abuela podia ser tan inhumanamente cruel.

Recordo unas palabras incomprensibles de su madre. Decia que la familia por parte del abuelo eran personas

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