Italo Calvino
Las Cosmicomicas
Trad. Aurora Bernardez
La distancia de la luna
?Claro que lo se -exclamo el viejo Qfwfq-, ustedes no pueden acordarse, pero yo si. La teniamos siempre encima, a la Luna, desmesurada; en plenilunio -noches claras como de dia, pero con una luz color manteca- parecia que iba a aplastarnos; en novilunio rodaba por el cielo como un paraguas negro llevado por el viento, y en cuarto creciente se acercaba con los cuernos tan bajos que parecia a punto de ensartar la cresta de un promontorio y quedarse alli anclada. Pero todo el mecanismo de las fases marchaba de una manera diferente de la de hoy, porque las distancias del Sol eran distintas, y las orbitas, y la inclinacion de no recuerdo que; ademas, eclipses, con Tierra y Luna tan pegadas, los habia a cada rato, imaginense si esas dos bestias no iban a encontrar manera de hacerse continuamente sombra una a la otra.
?La orbita? Eliptica, naturalmente, eliptica; por momentos se nos echaba encima, por momentos remontaba vuelo. Las mareas, cuando la Luna estaba mas baja, subian que no habia quien las sujetara. Eran noches de plenilunio bajo bajo y de marea alta alta y si la Luna no se mojaba en el mar era por un pelo, digamos, por pocos metros. ?Si nunca habiamos tratado de subirnos? ?Como no! Bastaba llegar justo debajo con la barca, apoyar una escalera y arriba.
El punto donde la Luna pasaba mas bajo estaba en mar abierto, en los Escollos de Zinc. Ibamos en esas barquitas de remos que se usaban entonces, redondas y chatas, de corcho. Eramos varios: yo, el capitan Vhd Vhd, su mujer, mi primo el sordo y a veces la pequena Xlthlx, que entonces tendria doce anos. El agua estaba aquellas noches tranquilisima, plateada que parecia mercurio, y los peces, adentro, violetas, que no podian resistir a la atraccion de la Luna y salian todos a la superficie, y tambien pulpos y medusas de color azafran. Habia siempre un vuelo de animalitos menudos -pequenos cangrejos, calamares y tambien algas livianas y diafanas y plantitas de coral- que se despegaban del mar y termnaban en la Luna, colgando de aquel techo calcareo, o se quedaban alli en mitad del aire, en un enjambre fosforescente que ahuyentabamos agitando hojas de banano.
Nuestro trabajo era asi: en la barca llevabamos una escalera; uno la sostenia, otro subia y otro le daba a los remos hasta llegar debajo de la Luna; por eso teniamos que ser tantos (solo he nombrado a los principales). El que estaba en la cima de la escalera, cuando la barca se acercaba a la Luna gritaba espantado: '?Alto! ?Alto! ?Me voy a pegar un cabezazo!' Era la impresion que daba viendola encima tan inmensa, tan erizada de espinas filosas y bordes mellados y dentados. Ahora quiza sea distinto, pero entonces la Luna, o mejor dicho el fondo, el vientre de la Luna, en fin, la parte que pasaba mas arrimada a la Tierra hasta casi rozarla, estaba cubierta de una costra de escamas puntiagudas. Al vientre de un pez se parecia y tambien el olor, por lo que recuerdo, era si no exactamente de pescado, apenas mas leve, como de salmon ahumado.
En realidad, desde lo alto de la escalera se llegaba justo a tocarla extendiendo los brazos, de pie, en equilibrio sobre el ultimo peldano. Habiamos tomado bien las medidas (todavia no sospechabamos que se estaba alejando); en lo unico que habia que fijarse bien era en la forma de poner las manos. Yo elegia una escama que pareciera solida (nos tocaba subir a todos, por turno, en tandas de cinco o seis), me agarraba con una mano, despues con la otra e inmediatamente sentia que escalera y barca se me escapaban y el movimiento de la Luna me arrancaba a la atraccion terrestre. Si, la Luna tenia una fuerza que te arrastraba, lo sentias en aquel momento de paso entre una y otra; habia que incorporarse de repente, con una especie de cabriola, aferrarse a las escamas, alzar las piernas para encontrarse de pie en el fondo lunar. Visto desde la Tierra parecias colgado cabeza abajo, pero para ti era la misma posicion de siempre, y lo unico extrano era, al alzar los ojos, verte encima la capa del mar luciente con la barca y los amigos patas arriba, balanceandose como un racimo de sarmiento.
En aquellos saltos el que desplegaba un gran talento era mi primo el sordo. Sus toscas manos, apenas tocaban la superficie lunar (era siempre el primero que saltaba la escalera), se volvian de pronto suaves y seguras. Encontraban en seguida el punto a que debian agarrarse para izarse, y parecia que le bastaba la presion de las palmas para adherirse a la corteza del satelite. Una vez tuve realmente la impresion de que la Luna se le acercaba cuando el le tendia las manos.
Igualmente habil era en el descenso a Tierra, operacion mas dificil todavia. Para nosotros consistia en un salto en alto, lo mas alto posible, con los brazos levantados (visto desde la Luna, porque visto desde la Tierra en cambio se parecia mas a una zambullida, o a nadar en profundidad, con los brazos colgando), en fin, igual al salto desde la Tierra, solo que ahora faltaba la escalera porque en la Luna no habia nada donde apoyarla. Pero mi primo, en vez de echarse con los brazos adelante, se inclinaba sobre la superficie lunar con la cabeza hacia abajo como para una cabriola, y se ponia a dar saltos haciendo fuerza con las manos. Desde la barca lo veiamos de pie en el aire como si sostuviera la enorme pelota de la Luna y la hiciera rebotar golpeandola con las manos, hasta que sus piernas quedaban a nuestro alcance y conseguiamos atraparlo por los tobillos y bajarlo a bordo.
Ahora me preguntaran ustedes que diablos ibamos a hacer en la Luna, y les explico. Ibamos a recoger leche, con una gran cuchara y un balde. La leche lunar era muy densa, como una especie de requeson. Se formaba en los intersticios entre escama y escama por la fermentacion de diversos cuerpos y sustancias de origen terrestre, procedentes de los prados y montes y lagunas que el satelite sobrevolaba. Se componia esencialmente de: jugos vegetales, renacuajos, asfalto, lentejas, miel de abejas, cristales de almidon, huevos de esturion, mohos, pollitos, sustancias gelatinosas, gusanos, resinas, pimienta, sales minerales, material de combustion. Bastaba meter la cuchara debajo de las escamas que cubrian el suelo costroso de la Luna para retirarla llena de aquel precioso lodo. No en estado puro, claro; las escorias eran muchas: en la fermentacion (la Luna atravesaba extensiones de aire torrido sobre los desiertos) no todos los cuerpos se fundian; algunos permanecian hincados alli: unas y cartilagos, clavos, hipocampos, carozos y pedunculos, pedazos de loza, anzuelos de pescar, a veces hasta un peine. De modo que ese pure, despues de recogido, habia que descremarlo, pasarlo por un colador. Pero la dificultad no era esa, sino como enviarlo a la Tierra. Se hacia asi: cada cucharada se disparaba hacia arriba manejando la cuchara como una catapulta, con las dos manos. El requeson volaba y si el tiro era bastante fuerte iba a estrellarse en el techo, es decir, en la superficie marina. Una vez alli quedaba flotando y recogerlo desde la barca era facil. Tambien en estos lanzamientos mi primo el sordo desplegaba una particular habilidad; tenia pulso y punteria; con un golpe decidido conseguia centrar su tiro en un balde que le tendiamos desde la barca. En cambio yo a veces erraba el tiro; la cucharada no conseguia vencer la atraccion lunar y me caia en un ojo.
Todavia no les he dicho todo sobre las operaciones en que mi primo se destacaba. Aquel trabajo de exprimir leche lunar de las escamas era para el una especie de juego; en lugar de la cuchara a veces le bastaba meter debajo de las escamas la mano desnuda o solo un dedo. No procedia con orden sino en puntos aislados, yendo de uno a otro a saltos, como si quisiera hacer bromas a la Luna, darle sorpresas o directamente hacerle cosquillas. Y donde el metia la mano saltaba el chorro de leche como de las ubres de una cabra. Tanto que nos bastaba irle detras y recoger con las cucharas la sustancia que aqui y alla hacia rezumar, pero siempre como por casualidad, porque los itinerarios del sordo no parecian responder a ningun proposito practico definido. Habia puntos, por ejemplo, que tocaba solamente por el gusto de tocarlos: intersticios entre escama y escama, pliegues desnudos y tiernos de la pulpa lunar. A veces mi primo apretaba, no con los dedos de la mano, sino -en un impulso bien calculado de sus saltos- con el dedo gordo del pie (subia a la Luna descalzo) y parecia que aquello fuera para el el colmo de la diversion, a juzgar por el ganido que emitia su uvula, y los nuevos saltos que seguian.
El suelo de la Luna no era uniformemente escamoso, sino que mostraba zonas desnudas irregulares de una resbalosa arcilla palida. Al sordo esos espacios suaves le daban antojos de cabriolas o de vuelos casi de pajaro,