No habia ni rastro de la catedral de madera ni de sus cosas. Cuando me volvi, German ya salia corriendo en busca del doctor Rojas. Fui tras el. Lo encontramos en su despacho con aspecto de no haber dormido.
– Ha tenido un bajon dijo escuetamente.
Nos explico que la noche anterior, apenas un par de horas despues de que nos hubiesemos ido, Marina habia sufrido una insuficiencia respiratoria y que su corazon habia estado parado durante treinta y cuatro segundos. La habian reanimado y ahora estaba en la unidad de vigilancia intensiva, inconsciente. Su estado era estable y Rojas confiaba en que pudiera salir de la unidad en menos de veinticuatro horas, aunque no nos queria infundir falsas esperanzas.
Observe que las cosas de Marina, su libro, la catedral de madera y aquella bata que no habia llegado a estrenar, estaban en la repisa de su despacho.
– ?Puedo ver a mi hija? -pregunto German.
Rojas personalmente nos acompano a la UVI. Marina estaba atrapada en una burbuja de tubos y maquinas de acero mas monstruosa y mas real que cualquiera de las invenciones de Mijail Kolvenik.
Yacia como un simple pedazo de carne al amparo de magias de laton.
Y entonces vi el verdadero rostro del demonio que atormentaba a Kolvenik y comprendi su locura.
Recuerdo que German rompio a llorar y que una fuerza incontrolable me saco de aquel lugar. Corri y corri sin aliento hasta llegar a unas ruidosas calles repletas de rostros anonimos que ignoraban mi sufrimiento. Vi en torno a mi un mundo al que nada le importaba la suerte de Marina. Un universo en el que su vida era una simple gota de agua entre las olas. Solo se me ocurrio un lugar al que acudir.
El viejo edificio de las Ramblas seguia en su pozo de oscuridad. El doctor Shelley abrio la puerta sin reconocerme. El piso estaba cubierto de escombros y hedia a viejo. El doctor me miro con ojos desorbitados, idos. Le acompane a su estudio y le hice sentar junto a la ventana. La ausencia de Maria flotaba en el aire y quemaba. Toda la altivez y el mal caracter del doctor se habian desvanecido. No quedaba en el mas que un pobre anciano, solo y desesperado.
Se la llevo me dijo, se la llevo…
Espere respetuosamente a que se tranquilizase. Finalmente alzo la vista y me identifico. Me pregunto que queria y se lo dije. Me observo pausadamente.
– No hay ningun frasco mas del suero de Mijail. Fueron destruidos. No puedo darte lo que no tengo. Pero si lo tuviese, te haria un flaco favor. Y tu cometerias un error al usarlo con tu amiga. El mismo error que cometio Mijail…
Sus palabras tardaron en calar.
Solo tenemos oidos para lo que queremos escuchar, y yo no queria oir eso. Shelley sostuvo mi mirada sin pestanear. Sospeche que habia reconocido mi desesperacion y los recuerdos que le traia le asustaban. Me sorprendio a mi mismo comprobar que, si de mi hubiese dependido, en aquel mismo instante hubiese tomado el mismo camino de Kolvenik. Nunca mas volveria a juzgarle.
– El territorio de los seres humanos es la vida -dijo el doctor. La muerte no nos pertenece.
Me sentia terriblemente cansado. Queria rendirme y no sabia a que.
Me volvi para irme. Antes de salir, Shelley me llamo de nuevo.
– ?Tu estabas alli, verdad? -me pregunto.
Asenti.
– Maria murio en paz, doctor.
Vi sus ojos brillando en lagrimas. Me ofrecio su mano y la estreche.
– Gracias.
Nunca mas le volvi a ver.
A finales de aquella misma semana, Marina recobro el conocimiento y salio de la UVI. La instalaron en una habitacion en el segundo piso que miraba hacia Horta. Estaba sola. Ya no escribia en su libro y apenas podia inclinarse para ver su catedral casi terminada en la ventana. Rojas pidio permiso para realizar una ultima bateria de pruebas. German consintio. El todavia conservaba la esperanza. Cuando Rojas nos anuncio los resultados en su despacho, se le quebro la voz. Despues de meses de lucha, se hundio a la evidencia mientras German le sostenia y le palmeaba los hombros.
– No puedo hacer mas…, no puedo hacer mas… Perdoneme… -gemia Damian Rojas.
Dos dias mas tarde nos llevamos a Marina de vuelta a Sarria. Los medicos no podian hacer ya nada por ella. Nos despedimos de dona Carmen, de Rojas y de Lulu, que no paraba de llorar. La pequena Valeria me pregunto adonde nos llevabamos a mi novia, la escritora famosa, y que si ya no le contaria mas cuentos.
– A casa. Nos la llevamos a casa.
Deje el internado un lunes, sin avisar ni decir a nadie adonde iba. Ni siquiera pense que se me echaria en falta. Poco me importaba. Mi lugar estaba junto a Marina.
La instalamos en su cuarto. Su catedral, ya terminada, le acompanaba en la ventana. Aquel fue el mejor edificio que jamas he construido. German y yo nos turnabamos para velarla las veinticuatro horas del dia. Rojas nos habia dicho que no sufriria, que se apagaria lentamente como una llama al viento.
Nunca Marina me parecio mas hermosa que en aquellos ultimos dias en el caseron de Sarria. El pelo le habia vuelto a crecer, mas brillante que antes, con mechas blancas de plata. Incluso sus ojos eran mas luminosos. Yo apenas salia de su habitacion. Queria saborear cada hora y cada minuto que me quedaba a su lado. A menudo pasabamos horas abrazados sin hablar, sin movernos. Una noche, era jueves, Marina me beso en los labios y me susurro al oido que me queria y que, pasara lo que pasara, me querria siempre.
Murio al amanecer siguiente, en silencio, tal como habia predicho Rojas. Al alba, con las primeras luces, Marina me apreto la mano con fuerza, sonrio a su padre y la llama de sus ojos se apago para siempre.
Hicimos el ultimo viaje con Marina en el viejo Tucker. German condujo en silencio hasta la playa, tal como lo habiamos hecho meses atras. El dia era tan luminoso que quise creer que el mar que ella tanto queria se habia vestido de fiesta para recibirla. Aparcamos entre los arboles y bajamos a la orilla para esparcir sus cenizas.
Al regresar, German, que se habia quebrado por dentro, me confeso que se sentia incapaz de conducir hasta Barcelona. Abandonamos el Tucker entre los pinos.
Unos pescadores que pasaban por la carretera se avinieron a acercarnos a la estacion del tren. Cuando llegamos a la estacion de Francia, en Barcelona, hacia siete dias que yo habia desaparecido. Me parecia que habian pasado siete anos.
Me despedi de German con un abrazo en el anden de la estacion.
Al dia de hoy, desconozco cual fue su rumbo o su suerte. Ambos sabiamos que no podriamos volver a mirarnos a los ojos sin ver en ellos a Marina. Le vi alejarse, un trazo desvaneciendose en el lienzo del tiempo. Poco despues un policia de paisano me reconocio y me pregunto si mi nombre era Oscar Drai.
Epilogo
La Barcelona de mi juventud ya no existe. Sus calles y su luz se han marchado para siempre y ya solo viven en el recuerdo. Quince anos despues regrese a la ciudad y recorri los escenarios que ya creia desterrados de mi memoria. Supe que el caseron de Sarria fue derribado. Las calles que lo rodeaban forman ahora parte de una autovia por la que, dicen, corre el progreso. El viejo cementerio sigue alli, supongo, perdido en la niebla. Me sente en aquel banco de la plaza que tantas veces habia compartido con Marina. Distingui a lo lejos la silueta de mi antiguo colegio, pero no me atrevi a acercarme a el. Algo me decia que, si lo hacia, mi juventud se evaporaria para siempre. El tiempo no nos hace mas sabios, solo mas cobardes.