Hacer rabiar a su tio era, con la posible excepcion de navegar en su velero, una de sus ocupaciones predilectas.
– No pienso seguir discutiendo sobre el tema.
Punto. Fin. Se acabo.
Por si quedaba poco claro, Hupert remato su sentencia con una vuelta de llave energica y decidida.
Subitamente se oyo un sospechoso crujido en el interior de la bomba de achique. Hupert sonrio al muchacho. Dos segundos mas tarde, el tope del tensor que acababa de asegurar salio catapultado en trayectoria parabolica sobre las cabezas de ambos, seguido de lo que parecia un embolo, un juego completo de tuercas y quincalleria sin identificar. Tio y sobrino siguieron la evolucion de la chatarra hasta que aterrizo, con poca discrecion, sobre la cubierta del buque contiguo, el barco de Gerard Picaud. Picaud, un antiguo boxeador con la constitucion de un toro y el cerebro de un percebe, examino las piezas y, acto seguido, oteo el cielo. Hupert e Ismael intercambiaron una mirada.
– No creo que vayamos a notar la diferencia -sugirio IsmaeL
– Cuando quiera tu opinion…
– La pediras. De acuerdo. A proposito, me preguntaba si te importaria que me tomase el proximo sabado libre. Quisiera hacer algunas reparaciones en el velero…
– ?Esas reparaciones son, por casualidad, rubias, de metro setenta y ojos verdes? -dejo caer Hupert.
El pescador sonrio ladinamente a su sobrino. -Las noticias corren rapidamente -dijo Ismael.
– Si de tu prima dependen, vuelan, querido sobrino. ?Cual es el nombre de la dama?
– Irene.
– Ya veo.
– No hay nada que ver.
– Tiempo al tiempo.
– Es agradable, eso es todo.
– «Es agradable, eso es todo» -repitio Hupert, imitando la voz de fria indiferencia de su sobrino.
– Mejor olvidalo. No es una buena idea. Trabajare el sabado -corto Ismael.
– Pues hay que limpiar la sentina. Hay pescado podrido desde hace semanas y huele a demonios.
– Perfecto.
Hupert solto una carcajada.
– Eres tan tozudo como tu padre. ?Te gusta la chica o no?
– Pse.
– Conmigo no uses monosilabos, Romeo. Te triplico la edad. ?Te gusta o no?
El chico se encogio de hombros. Sus mejillas ardian como melocotones maduros. Por fin dejo escapar un murmullo ininteligible.
– Traduce -insistio su tio.
– He dicho que si. Creo que si. Casi ni la conozco.
– Bien. Eso es mas de lo que pude yo decir de tu tia la primera vez que la vi. Y al cielo pongo por testigo de que es una santa.
– ?Como era de joven?
– No empecemos o te pasas el sabado en la sentina -amenazo Hupert.
Ismael asintio y procedio a recoger las herramientas de trabajo. Su tio se limpio la grasa de las manos mientras lo observaba de refilon. La ultima chica por la que habia mostrado interes habia sido una tal Laura, la hija de un viajante de Burdeos, y de eso hacia casi dos anos. El unico amor de su sobrino, al margen de su intimidad impenetrable, parecia ser el mar, y la soledad. La chica debia de tener algo especial.
– Tendre la sentina limpia antes del viernes -anuncio Ismael.
– Es toda tuya.
Cuando tio y sobrino saltaron al muelle, de vuelta a casa al anochecer, su vecino Picaud seguia examinando las misteriosas piezas, tratando de determinar si ese verano lloverian tornillos o si el cielo trataba de enviarle alguna senal.
Llegado agosto, los Sauvelle ya tenian la sensacion de llevar viviendo en Bahia Azul por lo menos un ano. Quienes no los conocian ya estaban informados de sus andanzas gracias a las artes parlantes de Hannah y de su madre, Elisabet Hupert. Por un extrano fenomeno, a medio camino entre la chafarderia y la magia, las noticias llegaban a la panaderia donde esta trabajaba antes de que se produjesen. Ni la radio ni la prensa podian competir con el establecimiento de Elisabet Hupert. Cruasanes y noticias frescas, del amanecer al crepusculo. De tal modo, para el viernes, los unicos habitantes de Bahia Azul que no estaban al corriente del supuesto flechazo entre Ismael Hupert y la recien llegada, Irene SauveIle, eran los peces y los propios interesados. Poco importaba si algo habia pasado o si llegaria a pasar. La breve travesia desde la Playa del Ingles a la Casa de Cabo en el velero ya habia pasado a formar parte de los anales de aquel verano de 1937.
Realmente, las primeras semanas de agosto en Bahia Azul transcurrieron a toda velocidad. Simone habia conseguido establecer finalmente un mapa mental de Cravenmoore. La lista de todas las tareas urgentes en el mantenimiento de la casa era infinita. Con solo emprender el contacto con los proveedores del pueblo, aclarar las cuentas y la contabilidad y atender la correspondencia de Lazarus bastaban para ocupar todo su tiempo, descontando los minutos que empleaba en respirar y dormir. Dorian, armado de una bicicleta que Lazarus tuvo a bien regalarle como obsequio de bienvenida, se convirtio en su paloma mensajera y, en cuestion de dias, el muchacho se conocia el camino de la Playa del Ingles piedra a piedra, bache a bache.
De este modo, todas las mananas Simone iniciaba su jornada despachando la correspondencia que habia de salir y repartiendo meticulosamente la recibida, tal y como Lazarus le habia explicado. Una pequena nota, apenas una hoja de papel doblada, le permitia tener a mano un rapido recordatorio de todas las rarezas que Lazarus entranaba. Todavia recordaba su tercer dia, cuando estuvo a punto de abrir accidentalmente una de las cartas enviadas desde Berlin por el tal Daniel Hoffmann. La memoria la rescato en el ultimo segundo.
Los envios de Hoffmann solian llegar cada nueve dias, casi con precision matematica. Los sobres de pergamino aparecian siempre lacrados, con un escudo en forma de «D». Pronto, Simone se acostumbro a separarlos del resto e ignoro la particularidad del tema. Durante la primera semana de agosto, sin embargo, sucedio algo que desperto de nuevo su curiosidad por la intrigante correspondencia del senor Hoffmann.
Simone habia acudido de buena manana al estudio de Lazarus para dejar sobre su escritorio una serie de facturas y pagos que habian llegado. Preferia hacerlo en las primeras horas del dia, antes de que el fabricante de juguetes acudiese a su estudio, para evitar interrumpido e importunado mas tarde. El difunto Armand tenia el habito de empezar su jornada revisando pagos y facturas. Mientras pudo.
El caso es que, aquella manana, Simone entro como era habitual en el estudio y advirtio el olor de tabaco en el aire, lo que hacia suponer que Lazarus se habia quedado hasta tarde la noche anterior. Estaba depositando los documentos en el escritorio cuando observo que habia algo en el hogar, humeando entre las brasas de la madrugada. Intrigada, se acerco hasta alli y trato de dilucidar con el atizador de que se trataba. A primera vista, el objeto parecia un fajo de papeles atados que el fuego no habia conseguido devorar por completo. Estaba a punto de abandonar la sala cuando, entre las brasas, distinguio claramente el escudo lacrado sobre el fajo de papel. Cartas. Lazarus habia echado al fuego las cartas de Daniel Hoffmann para destruirlas. Fuera cual fuese el motivo, se dijo Simone, no era asunto suyo. Dejo el atizador y salio del estudio decidida a no volver a curiosear nunca mas en los asuntos personales de su patron.
El repiqueteo de la lluvia aranando en los cristales desperto a Hannah. Era medianoche. La habitacion estaba sumida en una tiniebla azul y la luz de la tormenta lejana sobre el mar dibujaba espejismos de sombras a su alrededor. El tintineo de uno de los relojes parlantes de Lazarus sonaba mecanicamente desde la pared, los ojos sobre el rostro sonriente mirando a un lado y a otro sin cesar. Hannah suspiro. Detestaba pasar la noche en Cravenmoore.
A la luz del dia, la casa de Lazarus Jann se le antojaba como un interminable museo de prodigios y maravillas. Caida la noche, sin embargo, los cientos de criaturas mecanicas, los rostros de las mascaras y los automatas se transformaban en una fauna espectral que jamas dormia, siempre atenta y vigilante en las tinieblas de la casa, sin dejar de sonreir, sin dejar de mirar a ninguna parte.
Lazarus dormia en una de las habitaciones del ala oeste, contigua a la de su esposa. Al margen de ellos dos y de la propia Hannah, la casa estaba unicamente poblada por las decenas de creaciones del fabricante de juguetes, en cada pasillo, en cada habitacion. En el silencio de la madrugada, Hannah podia oir el eco de las entranas