Asi ocurrio que messere Leonardo se encontro de pronto solo en la gran sala de los Dioses y Gigantes, con el prior dormido en su sillon y el criado que seguia atizando el fuego de la chimenea. Y como si hubiese esperado ese instante, extrajo de debajo del cinturon su cuadernito y, rememorando la actitud y la expresion del prior cuando le reganaba, escribio, empezando por la derecha y terminando por la izquierda, sobre una hoja solo parcialmente cubierta con bocetos, las siguientes frases:

Pedro, el apostol, que esta enfurecido: dejale alzar el brazo de manera que los dedos arqueados esten a la altura del hombro. Haz sus cejas bajas y fruncidas, los dientes apretados y las dos comisuras de la boca formando un arco a los lados. Asi estara bien. Le llenare el cuello de arrugas.

Hizo desaparecer el cuadernito debajo del cinturon y, afl alzar los ojos, cayo su mirada sobre el servidor, un muchacho de no mas de diecisiete anos, que se encontraba con un leno en la mano junto al fuego de la chimenea mirandole fijamente con una expresion de expectacion, exaltacion e indecision. Leonardo le indico con una sena que se acercase.

– Parece -dijo- como si tuvieses que decirme algo y fueses a asfixiarte si no te dejase hablar.

El muchacho asintio y respiro profundamente.

– Ya se -comenzo- que no me corresponde hablar en este lugar. Tampoco tuve hasta ahora ocasion de prestaros el mas minimo servicio, pero como hace un instante se menciono a ese Boccetta…

– ?Como te llamas, muchacho? -le interrumpio messere Leonardo.

– Me llamo Girolamo, aqui en la casa me llaman Giomino, soy el hijo del bordador en oro Ceppo, al que vos conociais. Mi padre tenia su taller en el mercado de pescado junto a la barberia que todavia se encuentra alli, y yo os he visto dos o tres veces en su casa.

– ?Tu padre ya no vive? -pregunto messere Leonardo.

– No -dijo el chico mirando el leno que sostenia en la mano, y al cabo de un rato anadio-: Se quito la vida, Dios se apiadara de el. Estaba enfermo y siempre le perseguia la desgracia y al final, ese Boccetta de quien hablabais antes, le arrebato lo poco que le quedaba. Vos deciais que ese Boccetta no era mas que un avaro, pero creedme, tambien es un estafador y ademas sin ningun escrupulo; yo podria contar muchas cosas de el, tantas que mientras tanto se apagaria ese fuego que arde ahi, ?pero un Judas…? No, no es un Judas, pues como podria ser un Judas, si no existe en todo el mundo una sola persona a la que el ame.

– ?Tu conoces el secreto y el pecado de Judas? ?Sabes por que traiciono a Cristo? -pregunto messere Leonardo.

– Le traiciono cuando comprendio que le amaba -res-] pondio el muchacho-. Vio que tendria que amarle demasiado y eso no se lo permitia su orgullo.

– Si. Ese orgullo, que le llevo a traicionar su propiol amor, ese fue el pecado de Judas -dijo messere Leonardo.

Miro atentamente el rostro del muchacho como buscando en sus rasgos algo que mereciese la pena retener. Luego tomo de sus manos el leno que sostenia y lo contemplo.

– Es madera de aliso -constato-, una madera bastante buena, pero produce un fuego poco intenso. Con la madera de pino sucede lo mismo. Habria que alimentar el circulo de las llamas con troncos de encina, esos dan eti calor adecuado.

– ?Os referis al fuego del infierno? -pregunto consternado el muchacho que seguia pensando en Judas, y no id habria sorprendido en absoluto escuchar que messerd Leonardo, que entendia de todas las artes y disciplinas y que incluso habia ideado para la cocina ducal un asador que giraba solo, se hubiese propuesto ahora mejorar las instalaciones del infierno.

– No, me refiero a los hornos de fusion que he construido -dijo Leonardo haciendo ademan de marcharse.

Abajo en el viejo patio estaba todavia el tratante aleman. Sostenia una bolsa de cuero en la mano pues le habian pagado una parte del dinero en letras de cambio y ochenta ducados en efectivo. Era un hombre de extraordinaria belleza, de unos cuarenta anos, alto, con ojos de mirada vivaz y una barba oscura que llevaba recortada a la manera levantina. Estaba de buen humor y satisfecho con el mundo que habia creado Dios, porque habia obtenido por los dos caballos el precio que esperaba.

Cuando vio a un hombre de aspecto respetable, incluso atemorizante, cruzar el patio y dirigirse hacia el, penso primero que era alguien enviado por el duque y que quizas habia surgido algun problema con los caballos. Pero pronto se dio cuenta de que ese hombre caminaba sumido en sus pensamientos y no perseguia un objetivo concreto. Asi pues, se hizo a un lado para dejarle pasar mientras trataba de introducir apresuradamente la bolsa del dinero en el bolsillo de su abrigo, al tiempo que echaba la cabeza ligeramente hacia atras con la expresion asombrada e interrogante de un hombre dispuesto a aceptar explicaciones y eventualmente a entablar una conversacion.

Pero messere Leonardo, que estaba con sus pensamientos en el Judas de su Cena, no tuvo ni una mirada para el.

2

El tratante que habia tenido en el patio del castillo ducal un encuentro tan fugaz con messere Leonardo, el Florentino, se llamaba Joachim Behaim. Habia nacido en Bohemia y vivia alli, pero preferia hacerse pasar por aleman porque eso le daba mas prestigio y autoridad en los paises que recorria. A Milan habia llegado desde Levante para vender sus dos caballos -caballos de especial belleza y de tan noble raza que, en su opinion, el lugar que les correspondia solo podian ser las caballerizas de un duque, y si no hubiese llegado a un acuerdo con el caballerizo mayor del Moro habria tenido que probar suerte en la corte de Mantua, de Ferrara o de Urbino-. Y ahora que se habia librado de la preocupacion que suponian los dos caballos, cuyo sustento y mantenimiento le habian costado cada dia un buen dinero, y ahora que tenia en sus manos la suma de la venta, habria podido regresar a Venecia donde le reclamaban sus negocios. Pues el comerciaba con todo lo que le era ofrecido a precios ventajosos en los paises de Levante. Asi tenia en los almacenes de Venecia telas de seda chipriota y mantas de la mas fina lana por valor de ochocientos cequies, y la subida y la bajada del precio de estos y otros productos de Levante requerian toda su atencion si no queria salir perjudicado por dejar pasar el momento oportuno para lanzar su mercancia al mercado. Sin embargo, no podia decidirse a partir de Milan. No es que le atrajese demasiado la vida de esa ciudad, aunque es cierto que en aquel entonces esta habia reunido en sus casas y palacios a las mentes mas refinadas y cultas de Italia, y todos en Milan, desde el zapatero hasta el duque, escribian con pasion, comentaban, discutian, median versos, pintaban, cantaban, tocaban el violin o la lira, y quien no dominaba ninguna de esas artes interpretaba al menos a su Dante. Para el, Joachim Behaim, esa ciudad de fama mundial no valia mas que otra, pues el se sentia a gusto donde podia comprar o vender con ventaja, y por la noche, en amena compania, beber sus dos medidas de buen vino de Chipre o de hippocras sin ser enganado. Y se quedo en Milan porque unos dias antes se habia cruzado con una muchacha que con su aspecto, su manera de andar, su porte, una mirada que le habia dirigido y una sonrisa que le habia regalado, le habia quitado la tranquilidad y le habia cautivado tanto que tenia que pensar en ella dia y noche. Y como suele ocurrir con los enamorados, estaba convencido de que nunca volveria a ver a una muchacha tan bella y encantadora, aunque recorriese el mundo entero en busca de ella.

Sin embargo, habria ido en contra de su caracter voluntarioso tener que aceptar que habia sucumbido a semejante hechizo y que el deseo de volver a ver a esa muchacha y de llegar a conocerla le retenia en Milan. En las mujeres y las muchachas que habia encontrado hasta entonces en su pais o en tierras extranjeras solo habia visto a donantes de breves alegrias, criaturas hechas para pasar un buen rato. Amor no habia sentido por ninguna de ellas. Y que se hubiese enamorado seriamente esa vez, era algo que no queria reconocer, y por eso se decia constantemente que, desde luego, no se quedaba en Milan por aquella muchacha, eso era ridiculo, eso era no conocerle, la muchacha era lo de menos, al fin y al cabo, hacia tiempo que pensaba cobrar en esa ciudad una vieja deuda y, despues de tantos anos de requerimientos y de espera inutil, no estaba dispuesto a perder la ocasion de recuperar su dinero, y nadie podia pretender que renunciase, sin mas ni mas, a una reivindicacion incuestionable y a un derecho mas que evidente, el no era de esos, y los derechos eran los derechos…, y todo eso se lo repitio hasta que por fin se convencio de que solo esa cuestion y no otra le retenia en Milan.

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