En cuanto a la joven milanesa que, sin sospecharlo, le habia sumido en semejante desasosiego, y que se habia cruzado con el en la calle de San Jacobo que bordea el mercado de frutas y verduras, a la hora del Ave Maria, en un momento en que la gente se agolpaba mas de lo habitual en esa calle, pues a los que la cruzaban para comprar en el mercado sus zanahorias, coles, manzanas, higos o aceitunas se sumaban aquellos que salian de oir misa de las iglesias vecinas. Al principio, no habia reparado en la muchacha y quizas habria pasado por su lado sin prestarle atencion, sobre todo porque ella llevaba la cabeza baja como era la costumbre, mientras que el pensaba en la venta de sus caballos. Entonces oyo, procedentes del mercado, las notas de la cancion, y al mirar en la direccion de donde venian, vio, en medio del ruido y ajetreo del mercado, entre cestos de uvas y carros de verduras, a un hombre que estaba de pie sobre un tonel de col y que, rodeado de burros que rebuznaban, campesinos que discutian, mujeres que regateaban y gatos que corrian de un lado para otro, cantaba su cancion con voz melodiosa, imperturbable como si estuviese completamente solo en la plaza y reinase el silencio alrededor y, mientras cantaba, movia los dedos como si tanese las cuerdas de una lira…, y eso hizo reir a Joachim Behaim, hasta que se dio cuenta de que el extrano personaje miraba con una expresion expectante en su direccion, es decir en la de Joachim Behaim, y al volver la cabeza descubrio a la muchacha.

En seguida comprendio que la cancion solo podia estar dirigida a ella. La muchacha se habia detenido y sonreia. Su sonrisa era especial, expresaba reconocimiento, saludo, timidez y un poco de alegria, regocijo y un cierto agradecimiento. Con un movimiento de la cabeza apenas perceptible hizo una sena al cantante que estaba sobre el tonel de col. Despues se volvio, sonriendo todavia, y su mirada cayo sobre Joachim Behaim que estaba alli fascinado, contemplandola con unos ojos en los que se podia leer la declaracion de una pasion impetuosa. Ella le miro con curiosidad, y la sonrisa que aun no habia desaparecido de su rostro se convirtio en una sonrisa distinta que ahora le dedicaba a el.

Se miraron mutuamente. Sus labios estaban cerrados, sus semblantes eran como los de personas que no se conocen, pero sus ojos hacian peguntas:

?Quien eres? ?De donde vienes? ?Adonde vas? ?Me querras?

Luego los ojos de ella se separaron de los suyos como separa uno de un abrazo, inclino levemente la cabeza y a instante se alejo.

Joachim Behaim que parecia despertar de un encantamiento, corrio tras ella; no la queria perder de vista, y mientras la seguia todo lo deprisa que podia mascullando furioso muchos «?diantre!» y «?maldita sea!» porque como siempre que tenia prisa, se cruzaban en su camino todos los mozos de cuerda y muleros, vio en la calle justo delante de sus pies, un panuelo. Lo recogio del suelo y lo deslizo ente sus dedos, pues en cuestion de panuelos, ya fuesen de lira o de seda, procediesen de Flandes, de Florencia o de Levante, era un experto y no necesitaba examinar el que tenia en la mano para saber que era de ese lino finamente tejido, de brillo sedoso, que llamaban boccaccino en el comercio y que las mujeres y las muchachas de Milan llevaban, porque asi lo exigia la moda, prendidos a un lado de sus vestidos, hasta medio dormido podria haber dicho en el acto a cuanto salia una vara de ese boccaccino. Tambien le parecia evidente que la muchacha habia dejado caer el panuelo a proposito; el debia recogerlo del suelo y entregarselo, ella se detendria y se haria la sorprendida, «Si, en efecto, senor, es mi panuelo, no me habia dado cuenta de que lo habia perdido, os doy las gracias, senor, ?donde lo habeis encontrado?». Y para entonces ya estarian en plena conversacion. De tales pequenas artimanas y trucos se servian las mujeres, tanto en el sur como en el norte y, desde luego, tambien las milanesas, de las que se decia que habian sido dotadas por la naturaleza de un caracter alegre y que siempre estaban dispuestas a amar y dejarse amar.

Una Anita adorable, dijo para si, pues cada muchacha que le gustaba era para el una «Anita», aunque luego resultase llamarse Giovanna, Maddalena, Beatrice, o si vivia en los paises de Oriente, Fatima o Dschulnar, para el seguia siendo «Anita». Ahora no hay tiempo que perder, se dijo a si mismo, pero en el mismo instante se dio cuenta de que la muchacha ya no caminaba delante de el, ya no veia a su Anita, habia desaparecido, y eso le desconcerto y confundio tanto que, con el panuelo en la mano, se dejo durante unos instantes increpar y empujar de un lado a otro por los muleros y los porteadores, hasta que por fin comprendio que su aventura, que tan prometedoramente habia comenzado, terminaba nada mas empezar.

«La culpa sera suya y no mia, si no recupera el panuelo -penso contrariado-; del mejor boccaccino y apenas usado, ?como lo puede abandonar asi! ?Por que tenia tanta prisa? ?Al menos podria haberse vuelto una vez! ?Dios santo, esos ojos, ese rostro! ?Maldita sea deberia haberla seguido mas deprisa!»

Mientras arguia y porfiaba de esa manera consigo mismo y con la muchacha, tan pronto echandose a si mismo la culpa de haberla perdido de vista, tan pronto echandosela a ella, se le ocurrio que, ya que habia desaparecido, podia al menos estudiar mas de cerca al extrano admirador que tenia la muchacha en el mercado, y que quizas era aconsejable llegar a conocerle. De ese modo seria tal vez posible, se dijo, averiguar algun dato sobre ella, sobre su persona y su condicion, sobre donde vivia, sobre su origen, sus costumbres y su familia, sobre donde podria volver a verla y si era una muchacha decente o una de las ligeras pues, al fin y al cabo, uno siempre desea saber en que agua esta pescando. Mientras tanto, el cantante del mercado habia terminado su cancion y habia bajado del tonel de col. Y caminando hacia el, Joachim Behaim descubrio con asombro que aquel hombre que habia actuado como un muchacho enamorado divirtiendo a los muleros con su cancion, estaba ya bastante entrado en anos; probablemente habia rebasado con creces los cincuenta. Y Joachim Behaim tuvo la sensacion de que con aquel hombre, que mas que un galan parecia la mismisima muerte descarnada, se habia cruzado en alguno de sus viajes y eso debia haber sido hacia mucho tiempo y en otro pais. «?En Francia tal vez? ?En Troyes? ?En Besancon? ?O en Flandes? ?En Borgona?» No, no podia recordar el escenario ni las circunstancias concretas del encuentro que parecia perderse en un pasado irreal, pero cuanto mas reflexionaba, mas seguro estaba de que no veia por primera vez aquel rostro donde los anos, las experiencias, las pasiones y, sin duda tambien, el desengano y mas de una preocupacion habian trazado sus profundos surcos.

El hombre parecia haberse dado cuenta de que Joachim se acercaba a el con la intencion de hablarle. Arqueando las cejas miro displicente por encima de el, y su rostro adopto una expresion fria y distante. «Altivo como uno que es conducido a la horca», penso Joachim Behaim, y al instante se dio cuenta de lo disparatada que era esa ocurrencia, pues nadie caminaba altivo hacia la horca, mas bien digno de lastima, desesperado, reclamando compasion o quizas indiferente, si se habia resignado con su destino. Ese hombre de semblante altivo tomaria sin duda muy a mal una pregunta sobre aquella muchacha y no estaria en absoluto dispuesto a dar explicaciones a nadie. Quizas era de los que aprovechaban cualquier motivo para iniciar una reyerta y daba la impresion de tener una mano muy suelta con el punal.

A Behaim no le faltaba coraje, sabia salir airoso de las rinas y las peleas. Sin embargo, tendia a la prudencia, y en una ciudad donde era extranjero y no tenia un solo amigo, preferia evitar las reyertas, pues no se podia prever como terminaban.

Asi que paso por el lado del hombre en silencio, con fingida indiferencia y sin dirigirle una sola mirada.

Desde entonces no habia vuelto a ver a la muchacha, tampoco habia acudido todos los dias a la calle de San Jacobo pues la venta de los dos caballos habia ocupado gran Parte de su tiempo. Pero en cuanto cerro el trato y pudo olvidarse del asunto, abandono su posada, aunque le ofrecia todas las comodidades que el exigia y podia esperar en un pais extranjero, y alquilo una buhardilla espaciosa con una cama en la calle de San Jacobo, en la casa de un hombre que comerciaba con velas de cera.

Durante toda una tarde, acecho la calle desde la ventana de su habitacion, pero la muchacha no aparecio. Cayo en la cuenta de que si la veia, tendria que bajar antes por la escalera de caracol y atravesar la habitacion que servia de almacen al cerero y que para entonces la muchacha habria vuelto a desaparecer y le contrario no haber pensado antes en ello. Tambien se decia que se habia quedado en Milan por otro asunto completamente distinto y mucho mas importante, lo de la muchacha era secundario; antes de nada debia conseguir su dinero, y como estaba cansado de esperar y de acechar la calle y ademas empezaba a oscurecer, bajo a la tienda del cerero en busca de consejo.

El cerero era un hombre bastante simple que no veia mas alla de la puerta de su tienda, pero era muy charlatan y entremetido y cuando entablaba conversacion con alguien no le soltaba tan deprisa. Ese «aleman» llegaba muy oportuno.

– Adelante, adelante, sentaos y poneos comodo -comenzo-, y luego decidme donde os aprieta el zapato, pues he vivido el suficiente tiempo en esta ciudad como para poder ayudaros con mi consejo y con informacion de toda clase y asi complaceros. ?Deseais vender o comprar aqui y de que productos se trata? Cuidado al comprar, senor, cuidado, ese es el primer consejo que os doy; no compreis nada sin consultarme, pues esta ciudad tiene, como

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