Hare de tu cama el cielo en el burdel donde vivimos los dos.

– ?Tabernero! -se interrumpio sentandose a la mesa de sus amigos.- Sirveme lo que puedas por una moneda de cobre, pero elige con cuidado los platos para que no salgas perdiendo, pues no tengo en el bolsillo mas que esta moneda de cobre, aunque es autentica y de buena ley. ?Por donde iba?

Tuve en este combate la fortuna del vencedor, como antano Aquiles, el senor de los mirmidones. Me marche dejandola dormida en el burdel donde vivimos los dos.

– Esos versos -opino uno de los hombres a cuya mesa estaba sentado- ya te los hemos oido mas de una docena de veces y hasta el tabernero puede recitarlos de memoria. Inventate versos nuevos, Mancino, a lo mejor te ganas asi una cena.

Behaim hizo una sena al ventero para que se acercase.

– ?Quien es el hombre que acaba de entrar? -pregunto-. El de la moneda de cobre. Tiene un aspecto muy singular.

– ?Ese? -dijo displicente el tabernero-. No sois el primero a quien extrana su aspecto. Un versificador, un poeta. Recita sus versos y de esa manera consigue sus almuerzos. Le llaman Mancino porque lo hace todo con la mano izquierda, incluso cuando se bate con la espada, reparte golpes y estocadas con la izquierda pues ademas es un autentico maton. Nadie sabe como se llama en realidad, ni el mismo lo sabe. Le encontraron una manana, con la cabeza abierta y le llevaron al cirujano y cuando volvio en si, habia olvidado toda su vida anterior, ni siquiera podia decir su nombre. Curioso, senor, que uno pueda olvidar su nombre. Messere Leonardo que viene aqui a menudo y conversa con el… ?como, senor? ?No conoceis a messere Leonardo? ?Messere Leonardo que ha hecho en bronce el caballo del difunto duque? ?No habeis oido hablar nunca de el? Permitidme la pregunta: ?de donde venis? ?Venis de la tierra de los turcos? Dejad que os diga una cosa: hombres como ese Leonardo recorren el mundo quizas una vez cada cien anos. ?El mejor de todos los ingenios, senor! ?En todas las artes y todas las ciencias el mejor ingenio! Yo, como tabernero, se que es en la cocina donde estoy en mi elemento, no me pregunteis a mi, aunque tampoco me aventaja nadie a la hora de comprar vino, pero preguntad a los otros, preguntad a quien querais en Milan por messere Leonardo, el Florentino, preguntad al reverendo hermano Luca que esta alli enfrente, o al maestro D'Oggiono, el pintor, que esta sentado al lado de Mancino… si, exacto, al lado del susodicho Mancino, y messere Leonardo dice que debido a la herida de la cabeza y a la anatomia habia olvidado su nombre y su origen. A veces cree acordarse, me refiero a Mancino, y entonces desvaria, dice que es hijo de un duque o de algun otro noble y que habia realizado viajes de placer, y que tenia casas en la ciudad, fincas, estanques con peces, bosques y la jurisdiccion sobre numerosos pueblos y que todo eso le estaba esperando, pero no sabia donde. Luego se lamenta de no haber sido nunca mas que un pobre vagabundo, de haber soportado mucha hambre, frio y otras calamidades y de haber pasado rozando la horca en varias ocasiones. Solo Dios conoce la verdad. Hace anos que viene a esta taberna, unas veces le pagan la cena sus amigos, otras, no. En fin, a mi no me importa invitarle a una rebanada de pan con salchicha de tocino. El italiano lo habla a la manera de la gente que viene de las montanas saboyanas, quizas se encuentra alli su ducado, a no ser que se encuentre en la luna. Dicen que anda durante el dia con mujeres indecentes, y eso es todo lo que se de el.

El tabernero tomo la jarra de Behaim para volverla a llenar. El hombre del que habia hablado estaba recostado en su asiento con los ojos dirigidos hacia las vigas ennegrecidas del techo donde colgaban las salchichas de tocino. Entonces se dirigio a su companero de mesa.

– Teneis razon -dijo- al reprocharme que os fatigo con versos que ya conoceis. Por eso acabo de componer unos nuevos que quizas no os desagraden del todo. Escuchad, pues, la balada de las cosas que conozco y de una cosa que no conozco.

– Escuchad la nueva balada de Mancino de las cosas que… ?Vamos! ?Empieza! ?Ya estamos callados, somos todo oidos! -exclamo el companero de mesa que estaba sentado a su izquierda.

El tabernero que regresaba con la jarra llena de vino se detuvo en la puerta para ver lo que ocurria.

– Sin embargo, se encuentra en esta sala un caballero -prosiguio Mancino, inclinandose hacia la mesa de Behaim- a quien nadie conoce y que quizas no siente deseo alguno de escuchar mis versos. Quizas desea beber su vino en paz.

Behaim, que al ver que todos le miraban, comprendio que hablaban de el, se levanto al instante y le aseguro que, al igual que los demas, estaba deseoso de escuchar sus versos. Anadio que encontraba escaso placer en beber su vino en solitario y que habia venido con la esperanza de intervenir en alguna conversacion divertida. Y luego dijo su nombre: Joachim Behaim.

– ?Basta de cumplidos! -le animo uno de los camaradas de Mancino, un hombre calvo que lucia un mostacho canoso-. Sentaos con nosotros y beberemos y pasaremos un buen rato juntos. Yo me llamo Giambattista Simoni, soy escultor en madera y podeis ver un Cristo juvenil mio en la catedral, justo a la derecha de la puerta principal, en la primera capilla lateral. Aqui en el Cordero soy el maestro de los novicios.

– Que el diablo me lleve si no averiguo ahora donde puedo encontrar a esa Anita -murmuro Behaim; luego, con la silla en una mano y la barreta en la otra, se acerco a la mesa y dijo de nuevo que se llamaba Joachim Behaim. Oyo como le decian los otros nombres, que olvido al instante, y se sento junto al escultor calvo que se habia llamado a si mismo maestro de novicios.

– ?Porque nos conozcamos mas de cerca! -dijo este levantando la copa-. ?Habeis estado ya en la catedral? - pregunto seguidamente, pues como buen milanes estaba orgulloso del emblema que habia erigido la ciudad en honor de Dios y en el suyo propio.

– No. He oido misa en la iglesia de los hermanos predicadores -le explico Behaim-. Se hallaba en un lugar comodo para mi y solo tenia que recorrer unos pocos metros. Claro que eso ya se acabo. Pues donde vivo ahora tengo la iglesia de San Jacobo, pero no esta tan cerca. Hoy precisamente he dejado mi posada del callejon de los Orfebres.

Y tras responder y haber satisfecho la curiosidad del maestro de novicios, se inclino sobre la mesa y trato de entablar una conversacion con Mancino.

– Senor -comenzo-, si no me engana la memoria, os vi hace unos dias en el mercado…

– ?Que se le ofrece, al caballero? -pregunto Mancino que estaba puliendo mentalmente sus versos.

– En el mercado de las verduras. Estabais un poco elevado, es decir, sobre un tonel de col…

– La balada de las cosas que conozco -dijo Mancino Poniendose en pie-. Tiene tres estrofas, seguidas, como siempre, de un breve estribillo.

– … y cantabais -siguio insistiendo el aleman-. Y la muchacha que pasaba por alli…

– ?Silencio! ?Silencio para Mancino! -grito en ese instante el maestro cantero desde la mesa contigua con tal derroche de voz que el hermano Luca, que seguia enfrascado en sus dibujos geometricos, dio un respingo. El tabernero que se disponia a llenar de vino el vaso de estano del aleman, se quedo con la jarra alzada, rigido como una estatua.

Mancino se habia subido encima de su silla. La luz mortecina de la lampara caia sobre su rostro lleno de surcos. Todo estaba en silencio, solo se oian los lamentos y gemidos de las almas en pena en la chimenea. Y comenzo:

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