suelen decir de ella, los senores, las piedras y los canallas mas grandes. ?O acaso teneis alguna queja de vuestra salud, buscais un boticario, un medico? A mi me parece que os vendria bien que os sangrasen un poco.
– Me encuentro aqui buscando a un hombre que desde hace tiempo me debe dinero por unas mercancias que recibio de mi padre para venderlas -dijo Behaim cuando pudo tomar la palabra-. Siempre he sido un poco congestionado, pero me encuentro perfectamente.
– ?Buscais a un hombre que os debe dinero por mercancias que recibio de vuestro padre? -repitio el cerero tan despacio y grave como si esa noticia le indujese a reflexionar profundamente pero antes tuviese que grabarla palabra por palabra en su memoria-. ?Que clase de mercancias? -Quiso saber entonces.
– Cajitas de plata para meter agujas -le informo Joachim Behaim-. Ademas pequenas pantuflas, de esas que llaman
–
– ?El hombre que me debe el dinero? Si, ese hombre vive -declaro el aleman-. Me lo han dicho.
– Que lastima -opino el cerero-. Ese dato es muy poco oportuno y temo que no podre proporcionaros informacion. Verdaderamente no es un dato favorable. Habeis de saber que yo vendo velas para entierros y funerales, ese es mi negocio y por eso solo averiguo algo sobre los habitantes de Milan cuando han muerto. Solo entonces se descubre quienes eran y la fama que tenian en vida.
– ?De verdad? ?Es asi? -se sorprendio Behaim.
– Pero si sigue con vida -prosiguio el cerero-, mi consejo es el siguiente: dirigios a un miembro del gremio de los mozos de cuerda y preguntadle por ese hombre. Pues aqui en Milan, los mozos de cuerda entran en todas las casas, ven lo que pasa en ellas y nada se les escapa. Pero procurad no toparos con uno que vaya demasiado cargado con cajas y fardos, con ese es mejor no hablar, pues no se limitara a sus «?eh!», «?oh!», «?cuidado!», «?despejen», y en un instante se pondra soez y podreis consideraros afortunado si no os desea mas que la peste, una apoplejia o la podredumbre de los dientes. ?Si, aqui en Milan se pueden averiguar muchas cosas de los mozos de cuerda!
– Hay algo todavia que quisiera preguntaros -dijo Behaim-. Hace unos dias, iba por esta calle con la intencion de conseguir algo bueno y agradable para la noche…
– ?Algo bueno y agradable para la noche? -exclamo el cerero muy ufano-. Yo puedo sugeriros algo. No me cuesta nada daros un consejo, si es eso lo que deseais. ?Comprad un par de lampreas! Son el plato ideal para un paladar refinado, son exquisitas y precisamente ahora es la epoca. Yo os las preparo, vos os encargais mientras tanto del vino y juntos pasaremos una excelente velada. Uno cuenta esto, el otro aquello…
– Yo no pensaba en lampreas para esa noche, sino en una chica -le interrumpio Behaim-. En alguna joven bonita, y tuve suerte, me cruce con una que me encanto. Pero la perdi de vista y no pude encontrarla; pienso que seguramente habra pasado mas de una vez por delante de la puerta de vuestra tienda y si os la describo podreis decirme quien es.
– ?Adelante! -le animo el cerero-. Pero sed breve, no vaya a ser que os quiten las lampreas delante de las narices. Esta vez habeis acertado conmigo, pues conozco a todas las muchachas de este barrio, las conozco aun de la epoca en que pensaba casarme. Lo creais o no, pero entonces revoloteaban a mi alrededor como los tordos cuando maduran las uvas.
– ?Hace mucho tiempo que pensabais casaros? -pregunto Joachim Behaim.
– Hace ya bastantes anos -admitio el cerero con un suspiro-. Dejadme pensar. Si, hara unos doce o quince anos. Teneis razon: despues de la muerte, el mayor destructor es el tiempo, y al vinagre no se le nota que tambien fue vino algun dia.
– Era una criatura joven y hermosa con la que me cruce en ese callejon -le informo Behaim-. Alta pero de miembros finos. Y tenia una naricilla…
Se interrumpio y reflexiono porque no sabia muy bien que decir de esa naricilla.
– … que se adaptaba perfectamente a su cara -prosiguio entonces-. Y tampoco era engreida. Sonrio al verme y dejo caer su panuelo, este panuelo que veis aqui de buen
– ?Vaya! -exclamo el cerero-. ?Que mujer mas vulgar! ?Hacer senas a los hombres! De esa obtendreis poco honor.
– ?Mucho cuidado! -se enfado el aleman-. ?Como osais hablar asi! Y ademas, ?quien esta hablando aqui de honor? Quiero divertirme con ella y eso es todo. Honor… ?Vamos hombre! Mal rayo me parta, ?si la sopa es buena, que me importa la sopera?
– ?Esta bien! ?Esta bien! -trato de aplacarle el cerero, que no queria quedarse sin lampreas-. Eso es asunto vuestro, no mio. Haced con ella lo que os plazca.
– Todavia no he llegado a ese punto -se lamento Behaim-. Habeis de saber que solo la he visto una vez.
– La vereis, la vereis todas las veces que querais -le prometio el cerero-. Solo teneis que pasar por delante de su casa, ella estara asomada a la ventana, ansiosa de veros aparecer. O cuando sepa que vais a venir, se sentara delante de la casa en el pequeno banco del muro, acicalada como la santa Virgen que se prepara para ascender al cielo.
– Ese es el problema…, no conozco su casa ni se donde buscarla.
– ?Donde buscarla? -se exaspero el cerero-. Pues alli, alla, en esa calle, en aquella, en las iglesias, en los mercados, junto a las barracas de feria… sobran sitios donde buscarla, Milan es una ciudad grande.
– Ahora que lo pienso -dijo Behaim-; tal vez existe un camino que conduce hasta ella.
– Cien caminos -objeto el cerero, como si semejante abundancia de caminos fuese del mayor provecho para Behaim.
– Parece ser -prosiguio Behaim- que ella conoce un hombre al que os puedo describir bastante bien pues le observe detenidamente. Se trata de un individuo alto, delgado, demacrado, de nariz aguilena, entrado en anos; lleva calzones grises de piel de carnero, un abrigo viejo de mala calidad guarnecido de escaso terciopelo y a veces se le ve alli enfrente, cantando en el mercado.
– ?Cantando en el mercado? -exclamo el cerero-. ?Y cuando esta bebido baila la gallarda? En ese caso se quien decis. Si, conozco a ese hombre. Es una especie de poeta, recita versos de su propia invencion y al hacerlo, sabe lanzar sus palabras tan habilmente como el tejedor su bobina. No es de los nuestros, se dice que viene de la zona de Aosta o incluso de mas lejos, pero baila la gallarda como solo saben hacerlo los que han nacido en Lombardia. Ignoro como se llama o se hace llamar, pero se le puede encontrar todas las noches junto al mostrador de la taberna del Cordero, alli se reune con los pintores, musicos, autores de pasquines y maestros canteros de la catedral; todo el vecindario les oye alborotar.
– Os estoy muy agradecido -dijo Behaim-. Busco compania alegre para esta noche.
– La tendreis -declaro el cerero-. La mejor que podriais encontrar. Marchad ahora y comprad las lampreas. Mientras tanto encendere el fogon, vos os ocupais del vino, ademas tengo todavia un poco de cordero. No me conoceis. Cuando estoy inspirado soy capaz de haceros reir toda la noche con mis bromas. ?Quereis oir como en una ocasion le birle a una prostituta el dinero de sus servicios?
El aleman se froto el brazo izquierdo con la mano derecha, como solia hacer cuando algo no le agradaba demasiado.
– En otra ocasion -decidio entonces-. Hoy debeis disculparme. En verdad os estoy muy agradecido. ?Pero donde encuentro ahora esa taberna del Cordero?
– Eso no me lo pregunteis a mi -dijo el cerero chasqueado-. Yo no soy de los que llevan su dinero a las tabernas. Si preferis la compania de esa gente a la mia, bendito sea Dios, no se hable mas, id a la plaza de la catedral, deambulad un poco por alli y cuando oigais procedente de algun lugar un ruido infernal seguidlo. Ya sabeis que como sois forastero en esta ciudad, estoy dispuesto a serviros con cualquier clase de informacion, pero en lo que se refiere a las tabernas preguntad a otro.
3
De la lluvia que caia sin cesar, Joachim Behaim paso a traves de una puerta baja a la taberna del Cordero. Sus ojos buscaron en seguida el fuego de la chimenea y cuando vio los haces de lena apilados alrededor del hogar, cerro