Entonces, y para mi asombro, el cachalote se puso a tararear tambien el el tema del tercer movimiento, diria que casi sin errores, aunque algo acelerado de tempo. Y luego dijo:

– ?En una barca? No. Creo que el ritmo del acompanamiento la confunde a usted. Al menos, yo me imagino cosas muy distintas cuando oigo esta musica.

– Por lo que veo conoce usted muy bien este trio -dije, y con esas palabras senti que me reconciliaba con Dina.

Al instante ella se giro hacia mi con viveza.

– Precisamente. En realidad usted no sabe que nuestro amigo Solgrub no esta tan poco dotado para la musica como el se complace en afirmar. Lo que ocurre es que se siente obligado a mostrar una cierta superioridad con respecto a las artes que el considera inutiles. ?No es cierto, Waldemar? ?Claro! ?Su oficio le obliga a ello! Y quiere hacerme creer que solo aprecia a mi marido como actor por el hecho de haberlo visto fotografiado en una revista. Disimule usted todo lo que quiera, Waldemar. Le conozco y se muy bien lo que digo.

El cachalote se comportaba como si todo aquello verdaderamente no fuera para el. Cogio un libro de la estanteria y se puso a hojearlo. Pero resultaba evidente cuanto le complacia ser el centro de atencion y objeto de analisis por parte de Dina.

– Y ademas -Felix tambien tenia algo que decir al respecto -, ademas la musica ejerce en Solgrub un efecto mucho mas intenso que en cualquiera de nosotros. El alma rusa, ya se sabe… Siempre le evoca imagenes completas, totales: un paisaje con el mar cubierto de nubes, el batir de las olas en el crepusculo, un hombre danzando, o… ?Que fue lo ultimo? Una bandada de casuarios en fuga, creo, y Dios sabe cuantas cosas mas…

– El otro dia -intervino Dina-, cuando toque el ultimo movimiento de la Appassionata… ?Era la Appassionata, Waldemar, lo que le hizo pensar en un soldado que echaba maldiciones?

?Vaya!, pense lleno de rabia y amargura, veo que no pierden el tiempo. Ella toca para el sonatas de Beethoven. Tambien entre nosotros empezo todo asi.

El cachalote dejo el libro que tenia en las manos.

– Appassionata, tercer movimiento -dijo como si intentara recordar, y se reclino en el sillon y cerro los ojos-. En el tercer movimiento veo, y con una claridad insolita, hasta el punto de que podria describir los botones de su uniforme, a un hombre con una pierna de madera, a un veterano de las guerras napoleonicas que anda cojeando y lanzando toda clase de maldiciones.

– ?Maldiciones dice usted? ?Pobre hombre! A buen seguro habra perdido los cuatro cuartos que consiguio ahorrar de la paga.

Lo dije sin ninguna mala intencion, sin pensar en nada, solo para hacer un chiste. Pero al instante me di cuenta del penoso efecto que habia causado mi observacion. El doctor Gorski comenzo a mover la cabeza con gesto de desaprobacion, Felix me lanzo una mirada llena de furia e indignacion y se llevo su mano vendada a la boca a modo de advertencia, Dina me miro sorprendida y profundamente asustada. Se hizo un silencio de muerte, senti como se me subian los colores en medio de mi bochorno. Pero Eugen Bischoff no se habia dado cuenta de nada y se giro hacia el ingeniero.

– Siempre he envidiado la plasticidad de tu imaginacion, Solgrub -dijo. Y el idolo del publico, el heroe de las escuelas de arte dramatico aparecio como un hombre profundamente abatido y humilde-. Querido Solgrub, deberias haber sido actor.

– ?Pero como puede usted decir tal cosa, Bischoff? -exclamo el doctor Gorski con vehemencia-. ?Usted, que esta repleto de figuras y personajes habitando en su cabeza! ?Usted, que ha dado cuerpo a reyes, rebeldes, cancilleres, papas, asesinos, rufianes, arcangeles, mendigos, incluido el buen Dios, Nuestro Senor!

– Pero jamas he visto a ninguno de ellos con la misma viveza con que Solgrub ve a su mutilado de guerra. Solo he visto sus sombras. Imagenes hechas de nubes, sin cuerpo, sin color, parecidas a este o a aquel conocido. Si pudiera describir como Solgrub los botones del uniforme, entonces… ?Dios santo! ?Cual no seria mi capacidad para encarnar a los personajes!

Comprendia el tono resignado de sus palabras. Se habia hecho viejo, ya no era el gran Bischoff. Se lo hacen notar a su alrededor y el mismo se da cuenta. Pero se resiste a aceptarlo, no quiere ceder. Pobre amigo, ?que tristes y desesperados van a ser para ti los proximos anos, los anos de tu decadencia!

Y recorde mi conversacion con el director del Hoftheater, aquella observacion… ?Dios mio! ?Si la llegara a saber por alguien! ?Si yo mismo…! Ya sabe usted, querido Eugen, que me unen lazos de amistad con su director. Pues bien, precisamente el otro dia me estaba diciendo… A usted puedo contarselo, usted no se lo va a tomar por el lado tragico, ni mucho menos… Pues me estaba diciendo… ?Naturalmente no creo que hablara en serio…!

?Pero que cosas se me pasan por la cabeza! Dios no quiera que Bischoff llegue a saber nunca nada de todo esto. Seria el final. Es un hombre interiormente tan debil, tan inestable. Hasta un leve soplo de viento seria suficiente para echarlo al suelo.

El hermano de Dina intento animarlo. El bueno del muchacho se esforzo por sacar a relucir todas las palabras que conocia del argot teatral para que su cunado recobrara la confianza en si mismo: que si detallismo psicologico, que si penetracion en el espiritu de la obra, y que se yo cuantas cosas mas. Pero Eugen Bischoff sacudio la cabeza.

– No me vengas con esas, Felix, te lo ruego. Sabes tan bien como yo cuales son mis limitaciones. Lo que dices es perfectamente cierto, pero no es lo mas importante. Creeme, todo esto se puede aprender. O a la larga va llegando por si solo con los papeles que te van encargando. En cambio, la imaginacion no hay quien la aprenda. Se tiene o no se tiene, y basta. La fuerza capaz de construir un mundo de la nada: esto es lo que a mi me falta, como les falta a muchos otros. De hecho a la inmensa mayoria. Si, claro, se lo que quieres decir, Dina: yo he seguido mi camino, tengo oficio, y los periodicos pueden, decir lo que les venga en gana. Pero, ?hay alguno de entre vosotros que tenga una idea al menos de lo sobrio y adusto que en realidad soy? De pronto puede ser que ocurra algo que se supone que a uno deberia quitarle el sueno, sacudido por un escalofrio que le recorre la espalda, poseido por el terror de la medianoche… Pero sabe Dios que a mi me afecta de un modo no muy distinto a cuando durante la hora del desayuno paso por alto en el periodico las cronicas sobre algun accidente.

– ?Por cierto! ?Ha visto ya el periodico de hoy? -le pregunte. Y al decirlo estaba pensando en los disturbios de trabajadores en San Petersburgo, pues sabia que Eugen Bischoff se interesaba mucho por las cuestiones sociales.

– No, aun no he podido tener ningun periodico de hoy en las manos. Esta manana lo he estado buscando en vano. Dina, ?adonde han ido a parar los periodicos de hoy?

Dina se puso palida, roja y luego otra vez palida. ?Dios mio! ?Estaba claro! La verdad es que yo hubiera podido pensar en ello. Le habian escondido el periodico porque llevaba la noticia de la quiebra de su banco. Habia vuelto a meter la pata hasta el fondo.

Pero Dina recupero rapidamente el dominio de si misma y respondio con ligereza, como si no dijera nada importante:

– ?El periodico? Creo que lo he visto por algun sitio del jardin. Ya lo encontraremos. Pero ibas a decir algo que me interesa mucho, Eugen.

Sigue hablando, te lo ruego.

Felix estaba junto a mi, y casi sin mover los labios, con un leve susurro, me dijo:

– ?Pretende seguir mucho rato con su experimento?

?Que ocurria? ?Que habia querido decir con ello?

Habia cometido una indiscrecion en un momento de descuido y nada mas. ?Que otra cosa querian que hubiera sido?

4

Eugen Bischoff iba de un lado a otro del salon; habia algo que parecia preocuparle, como si quisiera transformar algun pensamiento en palabras. De pronto se detuvo ante mi y se quedo mirandome directamente a los ojos, examinandome, con una expresion intranquila e insegura, casi desconfiada. Aquella mirada me incomodo bastante, la verdad, aunque no sabria muy bien decir el porque.

– Se trata de una historia muy extrana, baron -comenzo-. Puede que lo que les voy a contar les provoque

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