En el comedor habia unos cuantos huespedes que leian el periodico. Por un instante se sintio tentado de sacar la camara y tomar una foto de aquel salon silencioso. En cierto modo, le hacia experimentar una Suecia que siempre habia sido asi exactamente. Personas calladas, inclinadas sobre diarios y tazas de cafe, cada uno con sus pensamientos y sus destinos.

Desecho la idea, se sirvio un cafe y un huevo cocido, y se preparo un par de bocadillos. Puesto que no habia ningun periodico disponible, desayuno rapido. Detestaba estar solo sentado a una mesa sin tener nada que leer.

Fuera hacia mas frio de lo que habia imaginado. Se puso de puntillas para ver el termometro que habia en la ventana de la recepcion. Once grados bajo cero. Ademas, se dijo, la temperatura iba en descenso. Hemos tenido un invierno demasiado calido. Y ahora llega el frio que tanto esperabamos. Coloco las camaras en el asiento trasero, puso el motor en marcha y empezo a raspar la nieve del parabrisas. En el asiento habia un mapa. El dia anterior, cuando termino de fotografiar una aldea cercana al lago de Hasselasjon, hizo una pausa con objeto de localizar en el la carretera que le conduciria al ultimo pueblo. Primero, tenia que tomar la carretera principal en direccion sur y girar en Iggesund rumbo a Sorforsa. A partir de ahi tenia dos posibilidades, podia tomar por el este o por el oeste del lago, el cual, segun la orilla, se llamaba Storsjon o Langsjon. En la gasolinera que habia a la entrada de Hudiksvall le habian dicho que la carretera del oeste era bastante mala. Pese a todo, se decidio por ella. Llegaria antes. Y la luz de aquella manana de invierno era tan hermosa… Ya veia ante si el humo de las chimeneas apuntando hacia el cielo.

Le llevo cuarenta y cinco minutos llegar a su destino. Y eso que se equivoco de camino una vez al desviarse por una carretera que discurria hacia el sur, en direccion a Nacksjo.

Hesjovallen se extendia por una pequena cuenca paralela a un lago cuyo nombre no recordaba. ?Hesjon, quiza? Los espesos bosques se extendian hasta el pueblo, que surgia a lo largo de la pendiente que desembocaba en el lago, a ambos lados de la estrecha carretera de ascenso hasta Harjedalen.

Karsten se detuvo a la entrada del pueblo y salio del coche. La capa de nubes habia empezado a abrirse, puede que entonces la luz le resultara mas molesta y tal vez fuera menos expresiva. Miro a su alrededor. Se veian casas aqui y alla, todo estaba en calma. Oyo en la distancia el sonido de los coches que transitaban por la carretera principal.

Una incierta sensacion de inquietud lo invadio de pronto. Contuvo la respiracion, como solia hacer cuando no comprendia lo que tenia ante si.

Despues cayo en la cuenta. Eran las chimeneas. Estaban frias. No veia el humo que se convertiria en ese detalle espectacular de las fotografias que esperaba poder hacer. Muy despacio, paseo la mirada por las casas. Alguien habia estado retirando la nieve fuera, se dijo. Sin embargo, nadie se ha levantado aun para encender los fogones y las chimeneas. Recordo la carta que le habia escrito el hombre por el que supo de aquel pueblo. El le habia hablado de las chimeneas; de que las casas, como ninos, parecian enviarse senales de humo.

Lanzo un suspiro. Recibes una carta, se dijo. La gente no te escribe la verdad, sino lo que creen que quieres leer. Y ahora tendre que fotografiar esas chimeneas frias. O tal vez renunciar a ello. Nadie lo obligaba a sacar fotos de Hesjovallen y sus habitantes. Ya tenia suficientes instantaneas de la Suecia que se desvanecia, de las granjas desiertas, de los pueblos aislados y, en ocasiones, salvados por los alemanes y los daneses, que convertian las viviendas en casas de veraneo; o de los que simplemente se derrumbaban hasta volver a la tierra de la que venian. Decidio marcharse de alli y se sento de nuevo al volante; pero se quedo con la mano en la llave. Ya que habia recorrido tantos kilometros, bien podia intentar sacar algunos retratos de las personas que vivian en el pueblo. Despues de todo, lo que el buscaba eran rostros. A lo largo de todos los anos que llevaba ejerciendo como fotografo, Karsten Hoglin habia ido sucumbiendo a los rostros de las personas mayores. Una mision secreta que se habia encomendado a si mismo, antes de dejar la camara para siempre, era la de reunir un libro de retratos de mujeres. Sus instantaneas hablarian de la belleza que solo podia encontrarse en los rostros de las mujeres verdaderamente ancianas, cuyas vidas y esfuerzos quedaban tallados en la piel, como los sedimentos de una pared rocosa.

Karsten Hoglin siempre iba en busca de rostros, en especial de gente mayor.

Volvio a salir del coche, se encajo bien el gorro de piel, saco su Leica M6, que desde hacia diez anos llevaba siempre consigo, y empezo a caminar hacia la casa mas proxima. Habia diez casas en total, la mayoria de color rojo, alguna con un porche anadido. Tan solo una casa de reciente construccion, por llamarlo de alguna manera, pues se trataba de una propiedad de los anos cincuenta. Cuando llego a la verja, se detuvo y saco la camara. Un cartel anunciaba que alli vivia la familia Andren. Saco algunas fotos, cambio el diafragma y el tiempo de exposicion, busco distintos angulos. El cielo aun esta demasiado gris, se dijo. Solo saldra una imagen borrosa, pero nunca se sabe. Ser fotografo supone descubrir, en ocasiones, secretos inesperados.

Karsten Hoglin trabajaba a menudo por pura intuicion. No porque renunciase a medir y controlar la luz cuando era necesario. Pero a veces habia alcanzado resultados sorprendentes precisamente por no calcular demasiado los tiempos de exposicion. La improvisacion formaba parte del trabajo. En cierta ocasion, en Oskarshamn, vio un barco de vela varado en el fondeadero con las velas desplegadas. Era un dia claro y de sol radiante. En el momento en que iba a tomar la fotografia tuvo la idea de empanar el objetivo. Cuando la revelo, vio que representaba un buque fantasma que hendia la bruma al navegar. Por aquella foto gano un buen premio.

Jamas olvidaba la bruma.

La puerta de la verja se resistia y tuvo que empujar con fuerza para abrirla. En la nieve recien caida no habia huellas de pisadas. Seguia sin oirse nada, ni siquiera un perro, penso. Es como si todos se hubiesen marchado de repente. Esto no es un pueblo, es un holandes errante.

Subio la escalinata y llamo a la puerta, espero y volvio a llamar. Ni perro, ni los maullidos de un gato, nada. Empezo a dudar. Alli pasaba algo raro, no cabia duda. Volvio a llamar, con mas fuerza y mas veces, antes de tantear la manija. Estaba cerrada con llave. La gente mayor es asustadiza, constato. Echan la llave, temen que lo que leen en los periodicos les suceda a ellos.

Aporreo la puerta, pero nadie contesto. Entonces concluyo que la casa debia de estar vacia.

Volvio a salir por la puerta de la verja y continuo hasta la casa vecina. Habia empezado a clarear. Era una casa amarilla. La masilla de las ventanas estaba en mal estado y en su interior debia de colarse la corriente. Antes de llamar comprobo la manija, tambien en este caso estaba la casa cerrada. Golpeo la puerta con fuerza y empezo a aporrearla antes de esperar siquiera una respuesta. Sin embargo, tampoco alli parecia haber nadie.

Una vez mas, decidio que lo mejor seria dejarlo. Si emprendia el regreso ahora, estaria en Pitea, donde vivia, a primera hora de la tarde. Magda, su mujer, se alegraria. Ella lo consideraba demasiado mayor para tanto viaje, pese a que aun no habia cumplido los sesenta y tres. Sin embargo, habia manifestado vagos indicios de una angina de pecho. El medico le habia recomendado que cuidara lo que comia y que intentase moverse lo mas posible.

Pese a ello, no volvio a Pitea, sino que se encamino a la parte posterior de la casa y tanteo una puerta que parecia conducir al lavadero situado a espaldas de la cocina. Tambien estaba cerrado con llave. Se acerco a la ventana mas proxima, se puso de puntillas y miro adentro. A traves de una abertura de las cortinas vio el interior de una habitacion donde habia un televisor. Siguio hasta la ventana contigua, que pertenecia a la misma habitacion y seguia viendo el televisor. Jesus es tu mejor amigo, se leia en un tapiz que adornaba la pared, y ya estaba a punto de continuar hasta la siguiente ventana, cuando algo capto su atencion. Habia un objeto en el suelo. En un primer momento creyo que se trataba de un ovillo de lana, pero despues se dio cuenta de que era un calcetin, que estaba puesto en un pie. Se aparto de la ventana con el corazon acelerado. ?Habria visto bien? ?Seria aquello de verdad un pie? Volvio a la primera ventana, pero desde alli no podia ver esa parte de la habitacion. Asi que regreso a la otra ventana. Estaba seguro. Aquello era un pie. Un pie inmovil. Ignoraba si pertenecia a un hombre o a una mujer. Podria ser que el dueno del pie estuviese sentado en una silla, pero tambien que estuviese tumbado.

Golpeo con tanta fuerza como pudo el cristal de la ventana. Ninguna reaccion. Saco el movil y empezo a marcar el numero de emergencias. Habia tan poca cobertura que no pudo comunicarse con ellos. Corrio hacia la tercera casa y golpeo la puerta, pero tampoco alli le abrio nadie. Empezaba a preguntarse si aquel paraje no estaria transformandose en una pesadilla. Junto a la puerta habia un limpiabarros. Lo introdujo entre la cerradura y la puerta y forzo la puerta hasta abrirla. Su unica idea era encontrar un telefono. Entro precipitadamente cuando, de pronto, cayo en la cuenta de que tambien alli hallaria el mismo espectaculo: una persona, una anciana, yacia muerta en el suelo de la cocina. Tenia la cabeza casi desprendida del cuerpo y, a su lado, se veia el cadaver de un perro partido en dos.

Karsten Hoglin lanzo un grito y se dio la vuelta, dispuesto a salir cuanto antes de aquella casa. Desde el vestibulo vio a un hombre tumbado en el suelo de la sala de estar, entre la mesa y un sofa rojo cubierto de una

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