Harlan Coben
La promesa
Titulo original: Promise Me, 2006
Traduccion de Esther Roig
1
La chica desaparecida -no habian cesado de dar la noticia, sacando siempre aquella fotografia escolar angustiosamente corriente de la adolescente desaparecida, ya sabes cual, con un fondo de arco iris ondulante, los cabellos demasiado lisos, la sonrisa demasiado afectada, y despues una instantanea rapida de los preocupados padres en el jardin, rodeados de microfonos, la madre en silencio y llorosa, el padre leyendo una declaracion con labios temblorosos-, esa chica, esa chica desaparecida, acababa de pasar al lado de Edna Skylar.
Edna se quedo clavada en el sitio.
Stanley, su marido, dio unos pasos mas hasta que se dio cuenta de que su esposa ya no estaba a su lado. Se volvio.
– Edna.
Estaban cerca de la esquina de la Calle 21 y la Octava Avenida de Nueva York. No habia trafico esa manana de sabado, pero muchos peatones. La chica desaparecida se dirigia a la parte alta de la ciudad.
Stanley solto un suspiro de fatiga.
– ?Y ahora que?
– Calla.
Tenia que pensar. La fotografia de colegiala de la chica con el arco iris ondulante al fondo… Edna cerro los ojos. Tenia que evocar la imagen en su cabeza. Comparar y contrastar.
En la foto, la chica desaparecida tenia los cabellos largos y de un color castano apagado. La mujer que acababa de pasar -mujer, no chica, porque la que acababa de pasar parecia mayor, pero tal vez la foto tambien era antigua- era pelirroja y llevaba los cabellos cortos y ondulados. La chica de la foto no llevaba gafas. La que se dirigia al norte por la Octava Avenida llevaba unas gafas de ultima moda, con la montura oscura y rectangular. Su ropa y su maquillaje eran mas de persona mayor, a falta de una definicion mejor.
Estudiar las caras era mas que una aficion para Edna. Tenia sesenta y tres anos, y era una de las pocas doctoras de su edad que se especializaba en el campo de la genetica. Los rostros eran su vida. Una parte de su cerebro siempre estaba trabajando, incluso cuando no estaba en la consulta. No podia evitarlo: la doctora Edna Skylar estudiaba los rostros. Sus amigos y familiares estaban acostumbrados a su mirada penetrante, aunque desconcertara a los desconocidos y a los que acababan de conocerla.
Eso era lo que estaba haciendo Edna. Pasear por la calle, ignorando, como solia hacer, las vistas y los sonidos, perdida en su propio gozo personal de estudiar las caras de los transeuntes. Observando la estructura de la mejilla y la profundidad de la mandibula, la distancia entre los ojos y la altura de las orejas, el contorno de la mandibula y el espacio orbital. Y fue por eso por lo que, a pesar del nuevo color de pelo y del corte, a pesar de las gafas a la ultima, y del maquillaje y la ropa de adulta, Edna habia reconocido a la chica desaparecida.
– Iba con un hombre.
– ?Que?
Edna no se habia dado cuenta de que habia hablado en voz alta.
– La chica.
Stanley fruncio el ceno.
– ?De que hablas, Edna?
De la foto. De la angustiosa foto de la colegiala normal y corriente. La has visto un millon de veces. La ves en un anuario escolar y las emociones se agolpan. Como una ola, ves su pasado, ves su futuro. Sientes la alegria de la juventud, sientes el dolor de crecer. Percibes su potencial. Sientes una punzada de nostalgia. Ves pasar su vida por delante, tal vez universidad, matrimonio, hijos, todo eso.
Pero cuando sacan esa foto en las noticias de la noche, se te encoge el corazon de terror. Miras la cara, la sonrisa incierta y los cabellos lisos y los hombros tensos, y tu cabeza vuela hacia rincones oscuros que se rehuyen.
?Cuando habia desaparecido Katie? Ese era su nombre, Katie.
Edna intento recordarlo. Probablemente hacia un mes. Tal vez seis semanas. La noticia solo habia salido en la television local y no durante mucho tiempo. Algunos creian que se habia escapado de casa. Katie Rochester habia cumplido dieciocho anos unos dias antes de su desaparicion, lo cual la convertia en mayor de edad y por lo tanto disminuia la prioridad de la busqueda. Se creia que habia problemas en casa, sobre todo con su padre, un hombre estricto, aunque le temblaran los labios.
Tal vez Edna se habia equivocado. Tal vez no fuera ella.
Solo habia una forma de averiguarlo.
– Corre -le dijo a Stanley.
– ?Que? ?Adonde vamos?
No habia tiempo para responder. Seguramente la chica ya estaba una manzana mas alla. Stanley la seguiria. Stanley Rickenbak, tocoginecologo, era el segundo marido de Edna. El primer marido habia durado un suspiro, un tipo impresionante, demasiado guapo y demasiado apasionado, y evidentemente un absoluto imbecil. Probablemente esto no era justo, pero ?y que? La idea de casarse con un medico -de eso hacia cuarenta anos- habia sido un cambio agradable en comparacion con el marido numero uno. No obstante, la realidad no habia sido tan buena con el. Habia creido que Edna abandonaria su ejercicio cuando tuvieran hijos, pero ella no lo dejo, mas bien al contrario. La verdad -una verdad que no habia pasado por alto a sus hijos- era que le gustaba mas ser medica que madre.
Se precipito tras la chica. Las aceras estaban repletas. Ella avanzo manteniendose cerca del bordillo y acelero el paso. Stanley intento seguirla.
– Edna.
– No te apartes de mi.
El la alcanzo.
– ?Que ocurre?
Edna busco a la pelirroja con la mirada.
Alli. Mas adelante y a la izquierda.
Necesitaba verla de cerca. Edna se lanzo a la carrera, ofreciendo un espectaculo poco habitual, una mujer elegantemente vestida, de sesenta y tantos anos, corriendo por la calle. Pero estaban en Manhattan; apenas le valio una mirada de curiosidad.
Se coloco frente a la mujer, intentando no ser demasiado visible, escondiendose detras de otros mas altos, y cuando estuvo bien situada, se volvio. La presunta Katie caminaba hacia ella. Sus ojos se encontraron un momento muy breve y Edna la reconocio.
Era ella.
Katie Rochester iba con un hombre de cabello oscuro, probablemente de treinta y pocos, cogidos de la mano.