detenido y miraba con gran atencion hacia la vacia carretera que tenian delante—. ?Que es? ?Que sucede?
Las orejas de la loba estaban erguidas e inclinadas hacia adelante; mostraba los colmillos con expresion indecisa.
El pulso de la muchacha se acelero arritmicamente. Echo un vistazo a su alrededor. La prudencia la instaba a buscar un sitio donde ocultarse, pero no habia ningun lugar entre las rocas donde pudiera esconderse ni siquiera
Miro a la loba de nuevo y vio que los pelos del cuello se le habian erizado. Despacio, obligandose a permanecer tranquila, extendio una mano a su espalda, desato la ballesta que colgaba de ella y se la coloco delante, sobre el regazo. El metal de las saetas de su carcaj estaba demasiado caliente para tocarlo; aun asi consiguio ajustar una de ellas en el arco y tenso la cuerda. El sonoro chasquido que indicaba que la saeta habia quedado bien colocada resultaba reconfortante, pero espero no tener ocasion de utilizarla. Hasta ahora su viaje habia sido muy tranquilo; meterse en lios tan cerca de su destino resultaria dolorosamente ironico. Luego, con gran cautela, espoleo el poni hacia adelante.
Oyo a los recien llegados, al igual que
Eran diez o doce personas, hombres, mujeres y ninos, y el primer pensamiento de Indigo fue que debia de tratarse de un grupo de comicos de la legua, ya que iban vestidos con ropas extraordinariamente chillonas y parecian bailar una curiosa y nada coordinada giga: saltaban y brincaban, agitando las manos alocadamente en actitud de suplica hacia el cielo. Luego, a medida que se iban acercando y pudo verlos algo mejor a traves del polvo que levantaban con sus pies danzarines, se dio cuenta, con un sobresalto, de que no conocia ningun comico parecido a aquellos.
Mendigos, religiosos, faquires... Los conceptos daban vueltas en su mente; pero mientras se esforzaba en asimilar aquellas posibilidades, sus ojos le decian otra cosa, y el sudor que empapaba su piel parecio convertirse en un millon de reptantes aranas de hielo. Escucho a
Las abigarradas ropas que los saltarines viajeros llevaban no eran mas que una tosca coleccion de harapos, y cada uno de los danzantes sufria de algun repugnante mal. Los dos hombres que encabezaban el grupo tenian la piel del color de un pescado podrido; uno carecia por completo de pelo, el otro estaba cubierto de llagas supurantes. Detras de ellos iba una mujer cuya nariz parecia haberse hundido hacia adentro y cuyos ojos estaban blancos y sin expresion a causa de las cataratas; la boca le colgaba abierta como la de un idiota. La piel de otro mostraba grandes manchas de un azul grisaceo, como contusiones recien hechas, sobre extensas zonas de su cuerpo; otro mostraba unos miembros tan distorsionados como las ramas de un viejo endrino. Incluso las criaturas —Indigo conto a tres— no estaban libres de desfiguraciones: una tenia la piel blanquecina
—?Que los ojos de la Madre me protejan!
El juramento de las Islas Meridionales se ahogo en la garganta de Indigo
Pero no podia. Una terrible fascinacion se habia apoderado de ella, y tenia que mirar, tenia que ver. El grupo siguio avanzando, dando saltitos hacia ella con una horrible inexorabilidad que hizo que su corazon se acurrucara tras sus costillas; y vio, ahora, que mientras cantaban y chillaban se azotaban a si mismos y entre ellos con trallas cuyas atroces puntas parecian relucir con un tono nacarado, anormales luciernagas azules y verdes bajo la deslumbradora luz del sol.
El poni resoplo, dando un quiebro, y percibio una carga de miedo en los musculos cubiertos por su suave pelaje. Sujeto con fuerza las riendas, en un intento por mantener
Por un instante penso que pasarian junto a ella sin detenerse, demasiado absortos en su propia locura privada para prestarle la menor atencion. Pero su esperanza fue efimera, ya que, en el mismo instante en que por fin consiguio tranquilizar al poni, uno de los hombres que encabezaban la grotesca procesion alzo una mano, con la palma hacia afuera, y grito como en senal de triunfo. A su espalda, sus companeros efectuaron una caotica parada: los ciegos tropezaron con los tullidos, uno de los ninos cayo al suelo y gritos de confusion y mortificacion reemplazaron el ululante cantico. Un monstruoso escalofrio interior sacudio a Indigo, que tiro aun mas de las riendas, cuando contemplo con atonita repulsion como el cabecilla del grupo, el hombre sin pelo y de piel blanquecina, levantaba la cabeza, la miraba directamente a los ojos y le dedicaba una amplia sonrisa que descubria una lengua negra y partida, como la de una serpiente, que se balanceaba sobre su labio inferior.
—?Hermana! —La deforme lengua convertia su habla en algo grotesco—. ?Bienaventurada sois vos, cuyo camino se ha cruzado con el de los humildes servidores de Charchad! —La mueca se amplio aun mas, de una forma imposible y repugnante, y de repente el hombre se separo del grupo y corrio hacia ella moviendose como si se tratara de un inmenso y deforme insecto. Indigo lanzo un grito inarticulado y alzo la ballesta; el individuo se detuvo, meneo la cabeza en direccion a la joven y le dedico una obsequiosa reverencia.
—?Tened fe, hermana! ?Bienaventurados son los que tienen fe! ?Bienaventurados son los elegidos de Charchad! —Al ver que la muchacha seguia sujetando con firmeza la ballesta, retrocedio un paso—. ?Os saludamos y os instamos a que os dejeis iluminar, afortunada hermana! ?Compartireis nuestra bendicion? —Y abrio las manos, revelando algo que habia permanecido oculto en una de las palmas. Era un pedazo de piedra, pero relucia, como las puntas de sus trallas, con el mismo resplandor cadaverico que iluminaba el cielo septentrional cuando el sol abandonaba su puesto.
La mente de
—?La senal, hermana! —El demente hizo una finta con la mano que sostenia la piedra, amuleto, sigilo, o lo que fuese. Entonces, al ver que Indigo se encogia, cloqueo—: ?Ah, la senal! ?La luz eterna de Charchad! ?Mirad la luz, hermana, y al venerarla vos, tambien podeis alcanzar la bendicion! ?Mirad y dad!
Podia matar a dos, quizas a tres, antes de que el resto cayera sobre ella..., pero Indigo se trago el panico, consciente de que tal accion seria una completa locura. Creia tener lo que aquella grotesca criatura queria: sus palabras eran una amenaza disimulada como una suplica de limosna. Tenia comida, algunas monedas; un donativo con aparente buena fe podria persuadirlos de seguir su camino y dejarla tranquila.
Tragandose el amargo sabor de las nauseas que le subian por la garganta, asintio con la cabeza y llevo la mano a su alforja.
—Os... doy las gracias..., hermano, por vuestra bondad... —Su voz no era firme—. Y yo... lo consideraria un privilegio si me permitierais que... que hiciera una ofrenda... —Sus dedos buscaban a tientas, sin saber apenas lo que hacian; un rincon de su mente registraba los objetos sobre los que se cerraba su mano. Una pequena hogaza de pan azimo, un pedazo de miel solidificada, tres pequenas bolsas con monedas: no sabia cuantas contenian y no le importaba.
—?Hermana, Charchad os bendice tres veces! —Se abalanzo hacia adelante y le arrebato las cosas antes,