– ?Eres amigo? ?O enemigo? -murmuro.

El gato se froto contra sus botas y le paso entre los pies.

– Amigo, segun veo…

Simon se agacho para acariciarle las orejas y obtuvo la recompensa del ronroneo mas intenso que habia oido en su vida.

– Te gusta, ?eh? -sonrio-. Debes de ser una gata… eres demasiado bonita para ser macho.

El animal sacudio la cola, se alejo de el, volvio la cabeza y lo miro como si quisiera decir: «Si quieres seguir acariciandome, tendras que seguirme».

Simon rio. Efectivamente, era hembra.

– Me alegra que no seas un perro grande y ladrador, pero me temo que no tengo tiempo para mas caricias - dijo.

Era cierto. Tenia prisa y la caja de alabastro no estaba en aquella sala.

Comprobo el comedor, la biblioteca y la salita de estar con la gata pisandole los talones y metiendose entre sus piernas a la primera oportunidad que tenia. Todo estaba lleno de obras de arte y de muebles con mucho estilo, pero seguia sin encontrar lo que buscaba. Frustrado, subio por la escalera y se dirigio al dormitorio de la propietaria de la casa. Tras cerrar la puerta a sus espaldas para cerrar el paso al curioso felino, echo un vistazo a su alrededor y observo que aquella era la habitacion mas lujosa del edificio, con gran diferencia. La luz de la luna entraba por las ventanas e iluminaba una cama con dosel, una colcha de color verde palido y varios cojines. Frente a la cama se veia un tocador y un espejo de forma oval, En una de las dos paredes mas alejadas habia un armario grande, finamente tallado, y un biombo; en la otra, un escritorio y una silla con almohadillado de cretona.

Las paredes, de color gris claro, estaban tan llenas de objetos artisticos como el resto de la casa; pero lo mas impactante de la habitacion era la estatua de una mujer desnuda, de tamano natural, que sonreia. Estaba en una de las esquinas, junto al escritorio, y el marmol blanco brillaba bajo la luz de la luna. Una de sus finas manos se extendia hacia delante como en una invitacion; Simon casi pudo oir que le susurraba, juguetona, «Tocame». En la otra mano sostenia un ramo de flores que apretaba contra el cuerpo y cuyos petalos le acariciaban un pezon. Parecia tan real, tan viva, que sintio la tentacion de tocarla de verdad.

Aparto la mirada de la estatua y camino hasta el armario. Un examen de su contenido le revelo que la senora Ralston sentia inclinacion por los camisones y batas de telas exquisitas y que poseia mas sombreros y zapatos de los que ninguna mujer podia necesitar. Sus cejas se arquearon cuando descubrio una pistola pequena, de cachetes de nacar, en el interior de una bota. Aquello le extrano bastante. La mujer vivia en un pueblo pequeno, apartado y sumamente tranquilo. No tendria un arma si no quisiera protegerse. Pero de quien o de que, no lo sabia.

Aunque seguia sin encontrar la caja, ya tenia tal cantidad de preguntas sobre la senora Ralston que estaba convencido de que sus respuestas lo llevarian a resolver el asesinato de Ridgemoor y a demostrar su inocencia.

Se acerco al tocador. En el cepillo habia cabellos rubios que debian de ser de ella. Alcanzo un frasquito de perfume y se lo llevo a la nariz; olia a rosas. Por todas partes se veian tarros de porcelana llenos de cremas y unguentos.

Los dos primeros cajones del mueble revelaron varias docenas de pares de guantes, de todos los estilos, materiales y colores; por lo visto, su debilidad por los zapatos y por los sombreros era una naderia en comparacion. En el resto, habia camisas, medias y ropa interior extraordinariamente cara. Era obvio que sus finanzas eran boyantes; tal vez, porque se dedicaba a comerciar con secretos de Estado y asesinatos politicos que afectaban a la seguridad del pais.

Introdujo las manos entre las prendas y se detuvo en seco cuando sus dedos chocaron con algo duro. Animado por el descubrimiento, agarro el objeto y lo saco.

La caja de alabastro.

Se acerco a una de las ventanas para verla mejor y descubrio que tenia el tamano de un libro y que no era una caja normal sino mas bien, un rompecabezas. Simon maldijo su suerte. Sabia abrir cualquier cosa; en funcion de la dificultad, podia tardar unos minutos o varias horas en descubrir la combinacion correcta. Pero aquella parecia tan complicada que cruzo los dedos.

Se armo de la paciencia que tan bien le habia servido a lo largo de los anos y paso los dedos por encima de la superficie lisa y fria para ver si encontraba algun resorte. Todas las cajas que habia abierto hasta entonces eran de madera y tenian disenos intrincados que facilitaban la busqueda; sin embargo, aquella parecia una pieza maciza de alabastro y no tenia mas marcas que las vetas naturales del mineral.

Paso un buen rato antes de que lograra encontrar el resorte. Por desgracia, solo abria un panel minusculo y tuvo que seguir con la busqueda. Durante los quince minutos siguientes, el unico ruido que se oyo en el dormitorio fue el del reloj de la repisa mientras el daba vueltas y mas vueltas al objeto. Por fin, consiguio su objetivo. Estaba a punto en encontrar la carta y resolver el misterio. La caja se abrio, Simon suspiro y miro dentro.

Estaba completamente vacia.

Fruncio el ceno, metio los dedos en su interior e hizo una mueca de disgusto; obviamente, la senora Ralston habia sacado la carta de la caja.

Tras comprobarla de nuevo para asegurarse de que no habia pasado por alto ningun compartimento secreto, la cerro y la devolvio a su sitio mientras se preguntaba donde la habria metido y por que la habria sacado de alli. Cada vez sospechaba mas de aquella mujer, pero seguia sin saber que papel desempenaba en el circulo mortal que se cerraba implacablemente sobre el.

Miro a su alrededor y camino hacia la mesita de noche. Sostenia un jarron de cristal con unas cuantas flores, una lampara de aceite y un libro, de un autor llamado Charles Brightmore, cuyo titulo leyo: Guia para las damas sobre la obtencion de la felicidad personal y de la satisfaccion intima.

Le parecio un descubrimiento interesante porque, durante su busqueda por la biblioteca de la casa, habia visto otro ejemplar identico. Simon recordaba vagamente que la obra habia causado gran revuelo en su momento, y le extrano que la senora Ralston poseyera dos ejemplares.

Alcanzo el libro y lo abrio con la esperanza de que la carta estuviera en su interior, pero fue en vano. Y ya estaba a punto de cerrarlo cuando leyo una frase que le llamo la atencion: Como atar a un hombre.

Se giro hacia la ventana para tener mas luz y se rindio a su curiosidad.

La mujer moderna no dudara en insistir para obtener lo que desea, tanto en la sala de estar como en el dormitorio. Aunque ello implique atar a su hombre. De hecho, atarlo en el dormitorio tendra casi inevitablemente unos resultados fascinantes que…

Simon arqueo una ceja. Se habia equivocado al suponer que aquella guia solo contendria informacion sobre moda y etiqueta.

– No me extrana que se organizara un escandalo con el libro -murmuro.

Una imagen conquisto su mente en ese momento. Se vio atado a los postes del cabecero de la cama con cintas de seda. No podia distinguir el rostro de su captor, pero su voz sono rasgada y sensual, llena de promesas, cuando susurro: «Vas a darme todo lo que quiero».

Simon parpadeo y la imagen se desvanecio enseguida, dejandolo perplejo y mas que ligeramente excitado.

Incapaz de contenerse, paso pagina y siguio leyendo.

La mujer moderna debe comprender la importancia de la moda en su busqueda de la satisfaccion intima. Hay momentos para llevar un vestido elegante, momentos para ponerse un neglige y momentos para no llevar nada en absoluto.

Simon se detuvo. Otra imagen se materializo en su imaginacion. Era la misma mujer que lo habia atado a la cama; y aunque su cara continuaba oculta en la oscuridad, se bajo las tiras de su neglige y dejo que la prenda de saten cayera al suelo, mostrandose totalmente desnuda. Con los pezones endurecidos y un destello de luna en el vello palido de su pubis, camino lentamente hacia el, moviendo las caderas. «?Donde has estado?», murmuro. «Te

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