he estado esperando».
Simon sacudio la cabeza para borrar la imagen.
No le extrano demasiado que el libro tuviera tal efecto en el. Nunca habia leido nada tan atrevido, aunque desde luego era la primera vez que leia una guia para damas.
Mientras intentaba recobrar su buen juicio para dejar el libro donde lo habia encontrado y seguir con su busqueda, se encontro pasando otra pagina. Pero justo entonces, oyo el sonido inconfundible de una puerta que se abria y se cerraba a continuacion. Acababa de meterse en un buen lio.
– Hola, dulce
La voz que sono era femenina y muy suave.
– Yo tambien te he echado de menos. Pero tendremos que dejar los juegos para manana; estoy agotada y necesito dormir.
Ciertamente, Simon tenia un buen problema.
Capitulo Dos
Molesto por haberse distraido de un modo tan impropio de el, Simon dejo el libro donde lo habia encontrado y miro a su alrededor.
Solo habia dos salidas posibles: la puerta, que no era una opcion viable, y una de las dos ventanas, que tampoco lo eran porque habia demasiada altura; ademas, no podria cerrar por fuera y ella sabria que alguien habia entrado en la casa. Aunque lo descubriria de todas formas si no encontraba un escondite rapidamente.
Maldijo a la mujer por tener ventanas en lugar de balcones, como en el piso de abajo, y por haber regresado demasiado pronto.
Desestimo el biombo y el armario, que seguramente usaria cuando quisiera prepararse para dormir, y camino con presteza hacia la estatua de la esquina. Acababa de ocultarse entre las sombras de su parte posterior cuando la puerta del dormitorio se abrio.
Simon se quedo muy quieto y rezo para que se acostara y se quedara dormida enseguida. Ella camino hasta la mesita de noche y encendio la lampara de aceite. Despues, ya iluminada por el suave destello dorado, se retiro la capucha de la capa oscura que llevaba.
Simon parpadeo, sorprendido. La senora Ralston era mucho mas joven de lo que habia imaginado. Segun su informacion, habia dejado de ser amante de Ridgemoor un ano antes, cuando el dio por terminada la relacion que mantenian. Naturalmente, penso que seria una mujer de cierta edad y que el la habria abandonado cuando ella perdio su belleza. Por otra parte, el conde tenia mas de cincuenta anos al morir; si Ralston habia estado a su lado durante una decada, era logico pensar que tendria, como poco, cuarenta y tantos. Pero no aparentaba mas de treinta, si es que llegaba.
Y desde luego, no habia perdido su belleza.
La mujer que estaba ante el era de pomulos altos y labios grandes. Resultaba exotica y delicada a la vez. Simon no podia ver el color de sus ojos, pero a tenor de su piel de porcelana y de su cabello dorado, se los imagino azules y se pregunto si serian azul cielo de verano, azul tormenta en el mar o azul hielo.
Toda referencia al hielo se desvanecio en el instante en que se quito la capa. Debajo solo llevaba una camisa, una camisa mojada que se ajustaba a su cuerpo como si la hubieran pintado sobre su piel con pintura transparente.
Se quedo sin respiracion y durante unos segundos, olvido donde se encontraba, quien era ella y lo que estaba en juego. Su conciencia le devolvio inesperadamente la razon y le indico que el honor y el sentido de la decencia exigian que apartara la mirada; pero en lugar de escucharla, la devolvio a las profundidades remotas de su mente y mantuvo los ojos en su cuerpo. A fin de cuentas, era sospechosa de asesinato. Por motivos que aun debia descubrir, habia sacado la carta de la caja, la carta que podia salvarle la vida. Era fundamental que la vigilara y averiguara todo lo posible sobre ella.
Aquella prenda se apretaba tanto contra su piel que, ciertamente, estaba descubriendo muchas cosas. La mirada de Simon descendio sobre sus grandes senos, de pezones duros, y siguio por la curva de su cintura y por sus caderas generosas hasta llegar al vello del pubis, dorado como el de su cabeza., y a unas piernas exquisitas.
Era obvio que la senora Ralston habia estado en el manantial de aguas termales de su propiedad. La ciencia afirmaba que eran buenas para el cuerpo, y ella era una demostracion categorica.
Cuando vio que se humedecia los labios, clavo los ojos en ellos y se pregunto si eran tan grandes siempre o si estaban algo hinchados porque se habia estado besando con alguien. A una mujer como aquella no le faltarian pretendientes. Seguramente tendria un amante; tal vez su vecino artista o, quiza, si verdaderamente habia participado en el asesinato de Ridgemoor, un complice.
Sin pretenderlo, se imagino entrando en el manantial con ella.
– Miau…
El maullido de la gata lo devolvio a la realidad.
Al verla, la senora Ralston se acerco y Simon contuvo la respiracion; no solo porque corria grave peligro de que lo descubriera, sino porque era tan increiblemente bella que no podia pensar. A lo largo de su vida habia sufrido muchas tentaciones, pero ninguna como la vision de Genevieve Ralston mojada y practicamente desnuda.
Bajo la mirada y se llevo un disgusto anadido al contemplar su ereccion. Era lo unico que le faltaba. Si lo descubria, seria una situacion muy humillante para el.
Pero habia algo que no entendia en absoluto. Ridgemoor debia de estar loco para romper su relacion con semejante dama; solo se le ocurria que ella lo hubiera traicionado de algun modo. Simon sabia por experiencia que las mujeres podian ser criaturas extraordinariamente perfidas, y no creyo ni por un momento que una mujer de tal calibre se retirara al campo para llevar una vida tranquila.
En cualquier caso, Genevieve Ralston poseia una informacion vital para el y para otras muchas personas. Incluso cabia la posibilidad de que hubiera sacado la carta de la caja porque se sentia culpable de la muerte del conde.
Ella dejo la capa en una mecedora, junto a la chimenea, y el contuvo nuevamente la respiracion. Ahora estaba tan cerca de el que la habria podido tocar si hubiera estirado un brazo.
– ?Que haces en esa esquina,
La gata se aparto de las botas de Simon y camino hacia su duena, que la acaricio, se acerco al tocador y saco una camisa limpia de un cajon mientras el felino saltaba a la cama y se acomodaba en mitad de la colcha. Simon suspiro, aliviado, y noto que la mujer habia dejado un aroma en el ambiente; el aroma a rosas del frasquito que habia examinado poco antes.
De espaldas a el, se bajo la camisa tan lenta y sinuosamente que Simon apreto los punos. Hasta entonces habia logrado controlar su reaccion fisica, pero perdio la batalla por completo cuando ella se agacho a recoger la prenda y le mostro una imagen directa y libre de obstaculos de su trasero y de sus encantos femeninos. La vision fue tan impactante que destrozo su concentracion y borro cualquier otro pensamiento de su mente, incluido el temor a que lo declararan culpable del asesinato del conde y lo condenaran a la horca.
Mientras apretaba los dientes y contenia un gemido, ella alzo los brazos para meterse la camisa nueva y camino hasta el armario, del que saco una bata de saten que se puso. La suave tela se pegaba a sus curvas como una segunda piel, pero al menos la cubria. Simon cruzo los dedos para que se metiera de una vez en la cama.
Pero en lugar de eso, volvio al tocador, se puso crema en las manos y empezo a frotarselas, haciendo gestos de dolor de vez en cuando, como si tuviera alguna herida. Despues, abrio el cajon superior y saco un par de guantes. Aquello desconcerto a Simon. Jamas se le habria ocurrido pensar que las mujeres se pusieran guantes para ir a la cama. Cuando se acostaba con alguna, estaba demasiado ocupado o demasiado ahito como para plantearse cuestiones mundanas sobre los guantes y las cremas de manos.