– ?Que quieres decir?
– Que te mira como si fuera una bestia hambrienta y tu llevaras una pata de cordero colgando del cuello - contesto.
Genevieve se estremecio. Ella tambien lo habia notado, y sabia que no debia sentirse tan intrigada ni tan excitada con ello.
– No estoy seguro de que debamos confiar en el -continuo.
– No confias en nadie, Baxter…
– Confio en ti. Pero dado que ya no pareces tan triste como antes de que se presentara, contendre mis deseos de darle una buena zurra.
– No te preocupes. No tengo intencion de volver a verlo despues del festival.
Genevieve se dirigio a la sala de estar. Cuando paso por delante de la biblioteca, la curiosidad la empujo a entrar y a mirar los estantes en busca de los huecos vacios. Simon Cooper se habia llevado un ejemplar de
Por motivos que no alcanzaba a comprender, su nuevo vecino se habia marchado con un ejemplar de la
Las sospechas que habia albergado regresaron con mas fuerza y la llenaron de temor. Era una sensacion que no podia pasar por alto, especialmente porque unos meses antes, tras el escandalo causado por la publicacion del libro, habia recibido amenazas de muerte. Su defensa de la independencia sexual de las mujeres no habia gustado en algunos circulos.
La eleccion de Simon Cooper podia ser una simple coincidencia, pero tambien cabia la posibilidad de que los rumores sobre la marcha de Charles Brightmore no hubieran puesto fin al asunto, o incluso de que alguien hubiera descubierto que ese nombre no era mas que el seudonimo de una mujer. De ella.
Se llevo las manos a la boca del estomago y tomo aliento.
?Seria posible que el senor Cooper fuera algo mas que un simple administrador que habia decidido pasar sus vacaciones en Little Longstone? ?Sospecharia de su identidad? ?Lo habrian contratado para localizar a Charles Brightmore y, en su caso, asesinarlo?
Genevieve no lo sabia, pero lo iba a averiguar.
Capitulo Cinco
A la manana siguiente, tras asegurarse de que nadie lo habia visto, Simon salio de la casa de la senora Ralston y se dirigio rapidamente hacia el pueblo. Saco el reloj de bolsillo y miro la hora; faltaba poco para la una y ya llegaba casi una hora tarde a la cita.
Simon se habia escondido en el jardin y habia esperado a que Genevieve y Baxter se marcharan al pueblo, pero la segunda expedicion a la casa habia resultado tan improductiva como la primera y no podia correr el riesgo de que sus ocupantes volvieran y lo descubrieran alli.
La carta no estaba en ninguna parte.
Si los gatos hablaran, su trabajo habria resultado mas facil.
Tras registrar todo a conciencia, se dirigio al dormitorio de Genevieve. Si no tenia exito, tendria que volver a Londres, seguir con su investigacion e intentar convencer de su inocencia a Waverly, Miller y Albury. Estaba seguro de que, en el fondo, su jefe y sus companeros de trabajo sabian que el no habia asesinado al conde. Aunque no encontrara la carta, descubriria al verdadero asesino. Alguien, en alguna parte, conocia la verdad.
Mientras registraba el dormitorio, se maldijo a si mismo por tocar sus prendas y sus frascos de perfume con mas interes que el puramente profesional. Jamas se habia sentido tan atraido por una mujer, y mucho menos por una que podia ser culpable de la muerte de un hombre. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por recobrar el sentido y concentrarse en la tarea de encontrar aquella carta maldita, la carta que podia salvarle la vida.
No tuvo exito, pero descubrio algo inesperado. Se acordo de que Genevieve habia estado escribiendo una carta cuando el la vigilaba desde las sombras y se acerco al escritorio para saciar su curiosidad. En uno de los cajones, encontro varias hojas que lo dejaron perplejo:
Todo estaba lleno de frases parecidas, y el estilo literario era tan parecido al de la guia que Simon habia leido la noche anterior, que no podia ser una simple coincidencia. Solo cabian dos posibilidades: o Genevieve Ralston mantenia una relacion verdaderamente estrecha con Charles Brightmore, el autor del libro, o Charles Brightmore no era ni mas ni menos que un
El instinto le dijo que Genevieve era la autora. Al pensar en ello, se acordo de que meses antes se habia publicado un libro de tematica similar que habia causado un gran revuelo en la sociedad londinense. Simon no habia prestado atencion al asunto, pero recordaba que el autor habia recibido amenazas y que, supuestamente, se habia marchado de Inglaterra para huir del revuelo.
Obviamente, debia de ser el mismo libro. Y habria apostado cualquier cosa a que el autor no se habia marchado del pais. Si Charles Brightmore no aparecia por ninguna parte, era simplemente porque no era un hombre, sino una mujer.
Un asunto muy interesante. Casi tan interesante como el propio libro.
Simon nunca habia leido nada parecido. Bajo el aspecto de una inocente guia de etiqueta para mujeres, Genevieve Ralston ofrecia a sus lectores un arsenal de informacion detallada sobre relaciones sexuales que solo podia conocer una mujer muy experimentada en ese campo. Su lectura le habia resultado fascinante, estimulante y condenadamente excitante; sobre todo ahora, cuando sospechaba que su misteriosa vecina era la autora del texto.
Desde luego, aquella informacion podia resultarle util. El solo queria encontrar la carta para volver a Londres, limpiar su buen nombre y recobrar la confianza de Waverly, Miller y Albury. Y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por conseguirlo, incluso extorsionar a Genevieve Ralston.
Pero habia otra forma de conseguirlo. Dado que Genevieve era una mujer muy experimentada en las artes del amor, seria mucho mas civilizado y placentero que la sedujera para conseguir lo que buscaba.
Era un plan excelente. Seducirla y conseguir que le diera el paradero de la carta. Empezaria a cortejarla de inmediato y se acostaria con ella tan pronto como fuera posible.
A fin de cuentas, era lo que habia estado deseando desde que leyo aquellos fragmentos del libro en su dormitorio y la vio desnuda y mojada. No dejaba de imaginar su cuerpo, una y otra vez, ni de fantasear con la ilusion de que su lengua explorara todos los rincones a los que sus manos no pudieran llegar.
Se excito tanto con la perspectiva que tropezo y se detuvo en mitad del camino. Cada vez que pensaba en aquella mujer, se excitaba. Su cuerpo la deseaba demasiado; no parecia dispuesto a esperar a que la sedujera.
Era una situacion muy desconcertante. Ni la posibilidad de encontrar la carta del conde y de librarse de una muerte segura servia para mitigar su ardor.
Se maldijo a si mismo y se abrocho el abrigo para ocultar el bulto de su ereccion bajo los pantalones; era una suerte que hiciera frio, porque el abrigo era perfecto para tal fin. Minutos despues, llego a las afueras del pueblo y camino hacia la feria. La musica, las risas, las voces de los adultos, los gritos de los ninos y el aroma a comida se