unica manera que tiene de ayudar a su socio. De no ser asi tendremos que ir a juicio. Si solicitamos un juicio con jurado probablemente no iria a prision, pero quedaria fichada.

Ella alzo la vista. La idea de quedar fichada le importaba mas de lo que creia. Por supuesto, nunca antes habia pensado en si misma como en una infractora de la ley.

– Si acepto que vengan a la tienda, ?se marcharan una vez que la registren?

El se levanto y miro su reloj.

– Dejeme hablar con el fiscal a ver si puedo obtener algunas concesiones mas. Quieren que colabore con ellos ya, asi que supongo que las haran.

– ?Cree que deberia firmar el acuerdo?

– Depende de usted, pero seria la mejor opcion. Les deja trabajar a puerta cerrada algunos dias y luego se van. Me asegurare de que dejan la tienda en las mismas condiciones en las que esta ahora o mejor. Conservara el derecho al voto y a poseer un arma. Aunque le recomiendo que consiga una licencia para llevarla.

Parecia tan simple, y sin embargo, aquella situacion no dejaba de ser horrible. Finalmente, firmo el documento que la convertia en informante confidencial y el consentimiento de registro y se pregunto si le pondrian algun nombre en clave en plan chica Bond.

Despues de que la soltaran, se fue a casa y trato de sumergirse en el placer que normalmente encontraba al hacer las mezclas de aceites esenciales. Necesitaba terminar la base para el aceite de masaje antes del Coeur Festival, pero cuando intento rellenar los pequenos frascos azules se hizo un lio y tuvo que detenerse. Tampoco tuvo mucho exito al colocarles las etiquetas.

Su mente y espiritu estaban divididos; tenia que encontrar el equilibrio interior. Se sento con las piernas cruzadas en el dormitorio y trato de relajarse antes de que le estallase la cabeza. Pero el oscuro rostro de Joe Shanahan invadio su mente interrumpiendo su meditacion.

El detective Shanahan era todo lo opuesto a cualquier hombre que tuviera en cuenta para una cita. Tenia indomable pelo oscuro, piel morena e intensos ojos castanos. La boca firme y sensual. Los hombros anchos y grandes manos impersonales. Era realmente odioso…, pero habia habido dias, antes de que hubiera decidido que era un acosador, que habia considerado su oscura mirada, salvaje y sensual. Como en el supermercado, cuando la habia observado desde debajo de aquellas pestanas negras y ella habia comenzado a derretirse alli mismo, en el pasillo de los congelados. Su tamano y presencia desprendian fuerza y confianza y no importaba cuantas veces en su vida hubiera intentado ignorar a los machos grandes y corpulentos, nunca habia tenido exito.

Era por su propia estatura. Hacia que se inclinara por el hombre mas alto que hubiera alrededor. Media uno setenta y nueve, aunque nunca admitiria ni un centimetro mas que uno setenta y cinco ya que hasta donde podia recordar siempre habia tenido problemas por su altura. Durante todos los cursos de primaria habia sido la chica mas alta de la clase. Habia sido torpe y huesuda, y habia seguido creciendo cada dia mas.

Le habia rezado a todos los dioses que conocia para que intervinieran. Habia querido despertar un dia con pies y pechos pequenos. Por supuesto, eso no habia ocurrido, pero en el ultimo curso algunos chicos la alcanzaron en estatura y unos cuantos incluso la habian sobrepasado lo suficiente como para invitarla a salir. Su primer novio habia sido el capitan del equipo de baloncesto. Pero despues de tres meses, la habia dejado por la animadora principal, Mindy Crenshaw, que media uno sesenta.

Aun hoy tenia que recordarse no encoger los hombros cuando estaba cerca de mujeres mas bajas.

Gabrielle perdio la esperanza de encontrar su equilibrio interior y en su lugar decidio prepararse un bano caliente. Hizo una mezcla especial de aceite de ylang-ylang y lavanda y lo echo en el agua. Esperaba que la mezcla de esencias la ayudara a relajarse. Gabrielle no sabia si funcionaria, pero olia maravillosamente bien. Se metio lentamente en el agua perfumada y reclino la cabeza contra el borde de la banera. El calor la envolvio y cerro los ojos. Los acontecimientos del dia volvieron a su mente y el recuerdo de Joe Shanahan, a sus pies en el suelo, con el aliento entrecortado y las pestanas pegadas a los parpados, dibujo una sonrisa en sus labios. La imagen logro relajarla de una manera que no habia conseguido una hora de meditacion.

Se aferro al recuerdo y a la esperanza de que tal vez algun dia, si se comportaba bien y su karma queria recompensarla, volveria a tener la oportunidad de rociarlo con otro bote de super laca.

Joe entro por la puerta trasera de la casa de sus padres sin llamar y puso el transportin para mascotas en el mostrador de la cocina. Oyo el sonido del televisor que provenia de la sala a su derecha. Una puerta de la alacena estaba apoyada contra la encimera y habia un taladro al lado del fregadero, un proyecto mas olvidado antes de ser terminado. El padre de Joe, Dewey, habia proporcionado una vida desahogada a su esposa y a sus cinco hijos con sus ingresos como constructor de casas, pero parecia que nunca terminaba nada en la suya. Joe sabia por anos de experiencia que su madre tendria que amenazar con contratar a alguien para que el trabajo fuera rematado.

– ?Hay alguien en casa? -llamo Joe, aunque habia visto los coches de sus padres en el garaje.

– ?Eres tu, Joey? -La voz de Joyce Shanahan apenas podia oirse por encima del sonido de tanques y disparos. Acababa de interrumpir uno de los pasatiempos favoritos de su padre: las peliculas de John Wayne.

– Si, soy yo. -Metio la mano en el transportin y Sam subio a su brazo.

Joyce entro en la cocina. Llevaba el cabello negro con vetas blancas recogido hacia atras con una cinta elastica roja. Le echo una mirada al loro gris africano de treinta centimetros posado en lo alto del hombro de Joe y se detuvo en seco. Fruncio los labios y arrugo el entrecejo disgustada.

– No podia dejarlo solo en casa -se excuso Joe antes de que ella pudiera expresar su malestar-. Ya sabes como se pone cuando siente que no le presto la suficiente atencion. Le hice prometer que esta vez se comportaria. -Encogio el hombro y miro a su pajaro-. Diselo, Sam.

El loro parpadeo con sus ojos negros y amarillos y cambio el peso de un pie a otro.

– Anda, alegrame el dia -dijo Sam con voz chillona.

Joe volvio a mirar a su madre y sonrio como un padre orgulloso.

– Ves, sustitui el video de Jerry Springer por otro de Clint Eastwood.

Joyce cruzo los brazos sobre su camiseta de Betty Boop. Apenas media uno cincuenta y cinco, pero siempre habia sido la reina y senora del clan Shanahan.

– Si vuelve a decir groserias otra vez, lo dejas fuera.

– Tus nietos le ensenaron esas palabrotas cuando estuvieron aqui en Semana Santa -dijo, refiriendose a sus diez sobrinos.

– No eches la culpa de su mal comportamiento a mis nietos. -Joyce suspiro y se puso las manos en la cintura-. ?Has cenado?

– Bueno, comi algo al salir del trabajo.

– No me digas mas: pollo grasiento del bar y esas horribles patatas fritas. -Sacudio la cabeza-. Aun me queda algo de lasana y una buena ensalada verde. Te las puedes llevar a casa.

Como en casi todas las familias, las mujeres Shanahan demostraban su amor y preocupacion a traves de la comida. Normalmente a Joe no le importaba, excepto cuando todas decidian hacerlo al mismo tiempo. O cuando discutian sobre sus habitos alimentarios como si tuviera diez anos y viviera a base de patatas fritas.

– Eso seria genial -miro a Sam-. La abuelita te hizo lasana.

– Bueno. Ya que el es lo mas cercano a un nieto que voy a tener de ti, supongo que sera bienvenido. Pero asegurate de que modera el lenguaje.

Hablar de nietos era todo lo que Joe necesitaba para batirse en retirada. Sabia que si no se escabullia ahora, la conversacion derivaria inevitablemente hacia las mujeres que parecian entrar y salir de su vida con tanta frecuencia.

– Sam se ha reformado -dijo pasando por su lado y entrando en la sala de estar decorada por su madre con su mas reciente adquisicion en el mercadillo: un par de espadas y un escudo a juego. Encontro a su padre sentado en su sillon reclinable «La-Z-Boy» con el mando en una mano y un gran vaso de te helado en la otra. Habia una caja de cigarrillos y un mechero sobre la mesita que separaba el sillon del sofa a juego. Dewey tenia casi setenta anos y Joe habia notado recientemente que le estaba ocurriendo algo extrano en el pelo. Todavia era tupido y completamente blanco, pero durante el ultimo ano habia comenzado a ponerse de punta en la parte de delante como si estuviera siendo agitado por un fuerte viento desde atras.

– Ya no se hacen peliculas como estas -dijo Dewey sin apartar los ojos del televisor. Bajo el volumen antes de anadir-: con todos esos efectos especiales que usan hoy en dia los personajes no parecen creibles. John Wayne

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