afecto que sentia por su tia Lina; por eso acepto verla cuando ella entro sin cita previa y como una exhalacion en su oficina. Una decision que, como pensaria semanas mas tarde, solo le iba a causar problemas.

– Asad… -dijo ella al pasar a su despacho-. Tienes que venir enseguida.

Antes de hablar, Asad guardo el documento que tenia en el ordenador.

– ?Que ocurre?

Su tia, normalmente una mujer tranquila, temblaba un poco y estaba sofocada.

– De todo -respondio-. Tenemos problemas en el colegio. Un jefe de las tribus quiere llevarse a tres ninas. Ellas no quieren marcharse, los profesores empiezan a tomar partido y una de las monjas ha amenazado con tirarse desde el tejado si no vienes a ayudar.

Asad se levanto de la silla.

– ?Yo? ?Por que yo?

– Porque eres un lider sabio y razonable -respondio sin mirarlo a los ojos-. Tienes fama de ser justo y es normal que hayan pensado en ti.

Asad miro a su tia, que siempre habia sido una madre para el, y se pregunto si no lo estaria manipulando de algun modo; a Lina le gustaba salirse con la suya y no era extrano que echara mano del drama para conseguirlo. Pero no tenia forma de saberlo. Y por supuesto, no alcanzaba a imaginar por que necesitaba su ayuda en el colegio.

– Es un problema muy grave, Asad. Ven, te lo ruego.

Asad podria haberse resistido a sus exageraciones teatrales, pero no a una peticion directa y aparentemente urgente. Camino hacia ella, la tomo del brazo y salieron del despacho.

– Iremos en mi coche -dijo.

Quince minutos mas tarde, Asad lamento haber estado en el despacho cuando Lina fue a verlo. El colegio estaba en pie de guerra.

Alrededor de quince estudiantes se dedicaban a gritar mientras varios profesores intentaban contenerlos. Un anciano jefe del desierto y sus hombres estaban discutiendo acaloradamente junto a una ventana. Y una mujer pequena, de cabello rojo, intentaba tranquilizar a tres jovencitas lloriqueantes.

– Parece que no hay nadie en el tejado -dijo Asad.

– Las cosas se habran tranquilizado un poco -comento su tia-. Pero al margen de ese detalle, ya habras observado que efectivamente tenemos problemas.

Asad miro a la mujer que estaba con las tres chicas, contemplo su pelo de color fuego y su expresion obstinada y murmuro:

– A mi no me parece una monja.

– Kayleen es profesora del colegio -dijo Lina-. Y eso es casi como ser una monja.

– Asi que me has mentido…

– Solo he exagerado un poco.

– Tienes suerte de que ya no nos rijamos por las leyes antiguas -le dijo a su tia-. Ya sabes, las que definian la conducta apropiada en una mujer.

Lina sonrio.

– Me quieres demasiado para permitir que yo sufra algun dano, Asad…

Asad penso que tenia razon y se dirigio hacia el alto y anciano jefe, haciendo caso omiso de los ninos y de las mujeres.

– Tahir… -dijo, inclinando la cabeza en gesto de respeto-. No sueles dejar el desierto para venir a la ciudad. Verte por aqui es todo un honor… ?piensas quedarte mucho tiempo?

Tahir estaba furioso, pero sabia cual era su lugar y lo saludo con una reverencia.

– Principe Asad… por fin llega la voz de la razon. Esperaba que mi estancia en la ciudad fuera breve, pero esta mujer se empena en interferir -afirmo, apuntando hacia la pelirroja-. He venido porque era mi obligacion. Estoy aqui con la hospitalidad del desierto. Pero ella no entiende nada y me desafia constantemente.

La voz de Tahir temblaba de rabia y de indignacion; no estaba acostumbrado a que le llevaran la contraria, y mucho menos a que lo hiciera una simple mujer. Asad contuvo un bostezo. Lo unico que sabia de aquel asunto era que su solucion no iba a ser facil.

– Yo lo desafiaria hasta con mi ultimo aliento si fuera necesario -dijo la profesora en cuestion, mirando a Asad-. Lo que pretende es inhumano; es cruel y no lo voy a permitir. Y usted tampoco va a conseguir que yo cambie de opinion.

Las tres chicas se apinaron alrededor de la pelirroja. Sus rasgos parecidos y su cabello rubio las delataba como hermanas. Asad penso que eran guapas y que se convertirian en unas jovencitas tan bellas que causarian muchos quebraderos a su padre si lo hubieran tenido. Pero no lo tenian. A fin de cuentas, aquel colegio era un orfanato.

– ?Con quien tengo el gusto de hablar?

Asad lo pregunto con voz deliberadamente firme y seca. Lo mas importante en ese momento era imponer su autoridad y conseguir el control.

– Kayleen James. Soy profesora del colegio y…

La mujer abrio la boca para seguir hablando, pero Asad nego con la cabeza y dijo:

– Las preguntas las hago yo. Y usted, contesta.

– Pero…

Asad volvio a sacudir la cabeza.

– Senorita James, soy el principe Asad. ?Le dice algo ese nombre?

La profesora miro a Asad, miro a su tia y respondio:

– Si. Usted dirige el pais o algo asi…

– Exacto. Y digame, ?tiene un permiso de trabajo?

– Si.

– Pues ese permiso procede de mi despacho. Si quiere seguir en este pais, no me obligue a replantearme su situacion.

Kayleen James tenia docenas de pecas en la nariz y en las mejillas, que se hicieron mas visibles que nunca a medida que palidecia.

– ?Me esta amenazando con deportarme? ?Quiere echarme del pais por oponerme a que ese hombre haga algo tan terrible con estas ninas? ?Sabe lo que quiere hacer?

Asad penso que se le ocurrian mil formas mas interesantes de perder el tiempo. Se giro hacia Tahir y pregunto:

– Amigo mio, ?que te trae a este lugar?

Tahir apunto a las chicas.

– Ellas. Su padre era de mi tribu. Se marcho para estudiar en la ciudad y no volvio nunca, pero de todas formas era de los nuestros. La noticia de su muerte nos llego hace poco tiempo; y como su esposa tambien ha fallecido, las ninas no tienen a nadie. He venido para llevarmelas.

Kayleen dio un paso hacia el anciano.

– Pretende separarlas y convertirlas en criadas.

Tahir se encogio de hombros.

– Son ninas, no tienen mucho valor. Pero a pesar de ello, algunas familias estan dispuestas a albergarlas en sus casas. Debemos honrar la memoria de su padre -declaro el jefe, mirando a Asad-. Las trataran bien. Le doy mi palabra.

– ?Nunca! ?No se las llevara del colegio! ?No es justo! Solo se tienen las unas a las otras. Deben seguir juntas. Merecen una vida de verdad.

Asad empezo a echar de menos su tranquila y bien organizada oficina y los problemas sencillos del dia a dia, como los proyectos para levantar algun puente.

– Lina, quedate con las ninas -le dijo a su tia-. En cuanto a usted, Kayleen… venga conmigo.

Kayleen no estaba segura de querer ir a ninguna parte. Estaba muy nerviosa y su respiracion se habia acelerado, pero eso no importaba; era capaz de dar su vida por el bienestar de sus alumnas. Ya estaba a punto de decirle al principe Asad que no le interesaba mantener una conversacion en privado, cuando la princesa Lina camino hacia ella y sonrio carinosamente.

– Ve con Asad -le dijo su amiga-. Yo me quedare con las ninas y me asegurare de que no les pase nada

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