Robert A. Heinlein

Estrella doble

1

Si hace su aparicion un hombre vestido como un paleto y con aires de ser el amo del lugar, no cabe la menor duda de que nos hallamos ante un piloto espacial.

Se trata de una deduccion logica. Su profesion hace que se sienta el rey de la Creacion; para el, poner los pies en tierra significa codearse con patanes. Y por lo que respecta a su forma de vestirse, tan falta de elegancia, no es de extranar que un hombre que va de uniforme la mayor parte del tiempo y que esta mas habituado a vivir en el espacio abierto que en la civilizacion, ignore todo lo referente a la moda masculina. Obviamente, constituye una presa facil para los mal llamados “sastres”, que invaden todos los espaciopuertos vendiendo “trajes para tierra”.

Al momento me di cuenta de que el individuo alto y corpulento que acababa de efectuar su entrada habia sido vestido por Omar, el fabricante de tiendas de campana. No cabia error posible: hombreras acolchadas y demasiado grandes, pantalones tan cortos que al sentarse dejaban al descubierto buena parte de sus velludos muslos, y una camisa arrugada que le hubiera sentado mucho mejor a una vaca.

No obstante, me guarde mis opiniones y con el ultimo medio imperial que me quedaba le invite a un trago, pensando que hacia una buena inversion, ya que los pilotos espaciales tienen fama de no ser precisamente avaros con su dinero.

—?Calentemos los motores!—dije cuando entrechocamos nuestras copas. Me dirigio una rapida mirada de suspicacia.

Ese fue el primer fallo en mi relacion con Dak Broadbent. En lugar de responder “?Espacio despejado!” o “Buen aterrizaje”, como hubiera sido lo logico, me estudio un momento y dijo suavemente:

—Un buen brindis, pero dedicado a la persona equivocada. Jamas he estado en el espacio.

De nuevo debi mantener la boca cerrada. Los pilotos espaciales no suelen aparecer a menudo por el bar de Casa Manana. No se trata precisamente de uno de sus hoteles preferidos, y ademas queda a varios kilometros del espaciopuerto. Si uno de ellos se deja caer por alli vestido de paisano, se refugia en un rincon oscuro y no desea ser reconocido como piloto, eso es asunto suyo. Yo tambien habia elegido aquel rincon porque desde alli podia ver sin ser visto; debia algun dinero aqui y alla, nada importante, pero hubiera resultado embarazoso que mis acreedores me reconocieran. Debi imaginar que el tenia tambien sus razones, y haberlas respetado.

Pero mis cuerdas vocales tenian vida propia, y no pude retener las palabras.

—A otro perro con ese hueso, amigo —replique—. Si usted es un topo de tierra, entonces yo soy el alcalde de Tycho City. Apuesto a que ha tomado mas tragos en Marte que en la Tierra— anadi, notando con que cuidado alzaba su vaso, lo cual denotaba su costumbre de beber en lugares de baja gravedad.

—?No levante la voz! —me interrumpio, hablando entre dientes—. ?Por que esta tan seguro de que soy piloto? Ni siquiera me conoce.

—Mire, por mi puede ser lo que quiera —repuse—. Pero tengo ojos en la cara. Se descubrio en cuanto entro aqui.

Lanzo una maldicion en voz baja.

—?Que le hizo darse cuenta?

—No se preocupe por eso. Estoy seguro de que nadie mas se fijo. Pero yo veo lo que los demas no pueden ver —le entregue mi tarjeta, con un inocultable gesto de orgullo—. Solo existe un Lorenzo Smythe, el unico. Yo soy “el Gran Lorenzo”, cine, television, video, teatro clasico, “Extraordinario Actor y Mimo”.

Leyo mi tarjeta y se la guardo en un bolsillo, lo cual me molesto un poco, porque aquellas tarjetas me habian resultado bastante caras; eran una perfecta imitacion de grabado a mano.

—Comprendo —dijo tranquilamente, y anadio—: ?Y que hay de raro en mi forma de moverme?

—Se lo demostrare —dije—. Ire hasta la puerta como un topo de tierra y despues regresare caminando tal como lo hace usted. Observe.

Hice lo que le habia dicho, exagerando un poco a la vuelta su manera de andar, a fin de que pudiese captar la idea: los pies arrastrando ligeramente por el suelo, para no perder la estabilidad, el cuerpo un poco echado hacia adelante y equilibrado desde las caderas, las manos separadas del tronco, listas para asirse a cualquier parte a la menor oscilacion.

Habia una docena mas de detalles dificiles de precisar; uno tiene que ser un piloto espacial para hacerlo, con el cuerpo siempre alerta, manteniendo el equilibrio inconscientemente; es preciso vivirlo. El hombre de las ciudades se mueve toda su vida sobre suelos lisos y firmes, con una gravedad terrestre normal, y sin duda tropezara con el primer papel que encuentre a su paso. No asi el piloto espacial; este sabe donde pone los pies.

—?Comprende ahora?—pregunte, cuando volvi de nuevo a su lado.

—Me parece que si —admitio, sonriendo—. ?Es posible que camine de ese modo?

—Ya… Entonces, quiza convendria que me diese usted lecciones.

—En efecto, no le vendria mal —asenti.

Me contemplo con atencion y luego parecio que iba a decir algo, pero cambio de idea e hizo un gesto al camarero para que nos sirviera mas bebida. Cuando llegaron nuestras copas, las pago, se bebio la suya y se levanto, todo ello sin transicion.

—Espereme aqui—pidio en voz baja.

Con la bebida que el habia pagado ante mi, no podia negarme. Tampoco deseaba hacerlo; aquel hombre habia despertado mi interes. Me era simpatico, aunque apenas acababa de conocerle; era la clase de tipo fuerte y feo, pero atractivo, de quien se enamoran las mujeres y al que obedecen los hombres.

Atraveso el bar discretamente, pasando junto a una mesa ocupada por cuatro marcianos, proxima a la puerta. A mi no me gustan los marcianos. No consigo convencerme de que una cosa que recuerda a un tronco de arbol rematado por un salacot pueda ser objeto de los mismos privilegios que un hombre. Tampoco me gusta la manera como agitan sus seudomiembros; me parecen serpientes arrastrandose por el suelo. Ni su habilidad para mirar en todas direcciones a la vez sin mover la cabeza… si es que tienen cabeza, lo cual es muy discutible. Y otra cosa mas: ?no puedo soportar su olor!

Eso no significa que se me pueda acusar de tener prejuicios raciales. No me importa la religion, la raza o el color de un hombre. Pero los hombres son hombres; en cambio, los marcianos son solo cosas. A mi modo de ver, ni siquiera puede decirse que sean animales. Prefiero tener cerca a un jabali verrugoso que a uno de esos marcianos, y encuentro ofensivo que se les permita la entrada en los bares y restaurantes frecuentados por hombres. Pero existia el Tratado, asi que ?que podia hacer?

Aquellos cuatro marcianos no se encontraban en el bar cuando yo entre, de lo contrario habria reparado en ellos. Tampoco estaban sentados a su mesa hacia un momento, cuando lleve a cabo mi recorrido de ida y vuelta hasta la puerta. Sin embargo, ahora nadie podia negar que estaban alli, sentados en sus pedestales en torno a la mesa, tratando de pasar desapercibidos. Ni siquiera habia notado la aceleracion del aparato del aire acondicionado.

La bebida gratis que tenia ante mi no me apetecia demasiado; lo unico que deseaba era que mi nuevo amigo regresase, para poder irme de una manera cortes. De pronto recorde que habia lanzado una rapida mirada en aquella direccion antes de marcharse precipitadamente, y me pregunte si no serian los marcianos la causa de su partida. Volvi a mirarlos, tratando de averiguar si prestaban atencion a nuestra mesa, pero ?como podia uno decir hacia donde miraba un marciano o en que estaba pensando? Esa era otra de las razones de que no me gustasen los marcianos.

Segui alli sentado, jugando con el vaso y pensando en que podia haberle sucedido a mi amigo. Albergaba la esperanza de que su hospitalidad llegara hasta el punto de invitarme a cenar, y si nuestra amistad se consolidaba, incluso a que me hiciera un pequeno prestamo. Mi situacion en aquellos momentos era… digamos, bastante precaria. Las dos ultimas veces que habia intentado comunicarme con mi agente teatral, solo habia conseguido que su autosecretario grabase mi llamada, y a menos que pudiera introducir unas cuantas monedas en la puerta,

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