luego los muros del tunel comenzaron a deslizarse. Mas y mas veloces cada vez, los muros corrian a cada lado, y los globos de fuego se convirtieron en un trazo de luz y el aire fetido y calido era un viento que sacudia la capucha de la mujer.

El carro se detuvo. Semley siguio a su guia por gradas de basalto hasta una vasta antesala y luego a una mas vasta camara, erosionada en la roca por el agua de los siglos o tal vez por los excavadores gredosos; aquel ambito, que nunca conociera la luz del sol, estaba iluminado con el misterioso brillo frio de los globos de fuego. En las paredes, tras amplias rejas, grandes paletas metalicas giraban y giraban para remover el aire viciado. En la enorme sala cerrada zumbaban las voces graves de los gredosos, el chirrido agudo y la vibracion de los metales. De todo ello la roca devolvia, una y otra vez, el eco intermitente.

Alli los gredosos cubrian sus rollizos cuerpos con prendas similares a las de los Senores de las Estrellas amplios pantalones, botas flexibles, tunicas con capucha, aunque las pocas mujeres que se dejaban ver, serviles enanas siempre apresuradas, estaban desnudas. La mayoria de los hombres eran soldados que portaban armas parecidas a los terribles lanzarayos de los Senores de las Estrellas, si bien Semley pudo advertir que se trataba de simples garrotes de metal. Lo que vio, lo vio sin observar; avanzo por donde la conducian, sin volver la cabeza ni a derecha ni a izquierda. Cuando hubieron llegado frente a un grupo de gredosos que lucian diademas de acero sobre sus cabellos, el guia se detuvo y con voz profunda anuncio:

— ?Los excelsos Senores de Gdemiar!

Eran siete y todos le habian clavado los ojos con tal arrogancia pintada en sus grises rostros terrosos que ella sintio deseos de reir.

— He venido hasta vosotros para buscar el tesoro perdido de mi familia, Senores del Reino de las Tinieblas — dijo en tono solemne —. Busco el botin de Leynen, el Ojo del Mar. — Su voz sonaba debil en medio del estrepito.

— Asi nos lo han dicho nuestros mensajeros, Semley, senora de Hallan. — Esta vez logro determinar quien le habia hablado: un individuo mas bajo que los otros, que apenas si le llegaria al pecho y lucia un resto fiero en el rostro —. No poseemos lo que buscas.

— En otro tiempo lo tuvisteis, se dice.

— Mucho es lo que se dice alli donde el sol centellea.

— Y las palabras son llevadas por el viento, alli donde el viento sopla. No pregunto como se ha perdido el collar ni como ha vuelto a vosotros, sus artifices de antano. Esas son viejas historias, antiguas habladurias. Solo intento encontrarlo ahora. Vosotros no lo poseeis, pero quiza sepais donde esta.

— No esta aqui.

— Estara, pues, en otro lugar.

— Esta donde tu no puedes llegar; no, a menos que cuentes con nuestra ayuda.

— Ayudadme, pues; os lo pido en mi condicion de huesped vuestra.

— Se ha dicho: los Angyar toman; los Fiia dan; los Gdemiar dan y toman. Si hicieramos esto por ti, ?que nos darias?

— Mi gratitud, Senores de la Noche.

Y permanecio firme y bella, sonriente entre ellos. Todos la contemplaban con asombro maligno, con hosco sentimiento.

— Escucha, Angya, grande es el favor que pides; no sabes cuanto; no puedes comprenderlo. Perteneces a una raza que no lo comprendera, porque solo os cuidais de cabalgar en los vientos, de levantar cosechas, pelear a espada y vocear juntos. ?Pero quien fabrica vuestras espadas de acero brillante? ?Nosotros, los Gdemiar! Vuestros jefes vienen aqui, a los Campos de Arcilla, compran sus espadas y se alejan sin mirar ni comprender. Pero ahora tu estas aqui, podras mirar, podras observar algunas de las maravillas infinitas de nuestra raza: las luces que arden por siempre, el carro que se impulsa a si mismo, las maquinas que hacen nuestras ropas y cuecen nuestros alimentos y purifican nuestro aire y nos sirven en todo. Debes saber que todas estas cosas estan mas alla de tu entendimiento. Y tenlo presente: ?nosotros, los Gdemiar, somos amigos de aquellos a los que llamais Senores de las Estrellas! Con ellos hemos ido a Hallan, a Roohan, a Hul-Orren, a todas vuestras mansiones, para ayudarlos a entenderse con vosotros. Los Senores a quienes los orgullosos Angyar pagais tributo son nuestros amigos. Ellos nos favorecen tal como nosotros los favorecemos. Pues bien, ?que significa para nosotros tu agradecimiento?

— Esto lo debeis contestar vosotros — repuso Semley —, no yo. Te he hecho mi pregunta, contestala, Senor.

Por un instante los siete se agruparon para hablar y callar luego. Las miradas la buscaron, la evitaron, el silencio se adenso. Una muchedumbre se agrupaba en torno a ellos, crecia con rapidez y sin ruidos. Repentinamente Semley estuvo rodeada de centenares de opacas cabezas negras, hasta que se cubrio de gente todo el suelo de la caverna resonante, excepto un pequeno espacio cercano a la Senora de Hallan. La bestia alada se agitaba, entre el temor y el enojo demasiado tiempo reprimidos, y sus ojos se dilataban como cuando un animal de su especie se veia obligado a volar de noche. Semley acaricio la tibia piel de la cabeza, murmurando:

— Tranquilizate, mi valiente senor del viento…

— Angya, te llevaremos hasta donde esta el tesoro. — Una vez mas le habia hablado el gredoso de la cara blanca y diadema de acero —. No podemos hacer otra cosa. Deberas venir con nosotros en demanda del collar, hasta donde estan quienes ahora lo poseen. La bestia alada no podra acompanarte. Debes partir sola.

— ?Cuan largo sera el viaje, Senor?

El gredoso apreto los labios con fuerza.

— Sera prolongado, Senora. Aunque no haya de durar mas que una larga noche.

— Agradezco vuestra cortesia. ?Podreis cuidaros de mi montura por esta noche? Ningun dano debe ocurrirle.

— Dormira hasta tu regreso. Habras cabalgado en una bestia aerea mucho mayor cuando vuelvas a ver esta tuya. ?No preguntas adonde te llevaremos?

— ?Podremos emprender ya ese viaje? Quisiera no faltar por mucho tiempo de mi hogar.

— Si. En seguida. — Los labios grises se distendieron.

De lo ocurrido en las horas siguientes Semley no podria dar cuenta. Todo era prisa, confusion, estrepito, sorpresa. Mientras ella acariciaba la cabeza de su cabalgadura, un gredoso introdujo una larga aguja en la corva dorada de la bestia. Semley estuvo a punto de gritar, pero el animal se agito apenas y luego, entre ronroneos, quedo dormido. Con claras muestras de miedo, un grupo de hombres cogio a la bestia dormida para llevarsela. Mas tarde vio como una aguja se introducia en su propio brazo, quiza para probar su valor, porque no se sintio adormecida, aun cuando no estaba cierta de ello. Viajo en carros que atravesaban puertas de hierro innumerables cavernas abovedadas. Hubo un instante en que el carro rodo por una caverna estrecha, por completo sombria y la oscuridad estaba poblada de raras alimanas. Oyo sus chillidos, los gritos roncos, y vio grandes bandadas frente a las luces del carro; cuando pudo verlas a la debil luz blanca, comprobo que no tenian alas y que eran ciegas. Y cerro los ojos ante tal vision. Pero habia mas tuneles a recorrer, y siempre mas cavernas, mas cuerpos grites y feas caras y retumbantes voces graves, hasta que por fin llegaron al aire libre. Era noche cerrada; elevo la vista, feliz, hacia las estrellas y la unica luna resplandeciente, la pequena Heliki que brillaba en el oeste. Pero los gredosos estaban aun junto a ella y la hacian penetrar en otro carro o en otra cueva, no estaba cierta. Era un espacio pequeno, lleno de diminutas luces temblorosas, muy estrecho y claro, despues de las enormes cavernas humedas y de la noche iluminada de estrellas. Otra aguja penetro en sus carnes y le dijeron que tendria que dejarse atar en una especie de silla plana: ligaduras en la cabeza, manos y pies.

— No lo permitire — dijo Semley.

Pero al ver que sus cuatro acompanantes gredosos se dejaban atar, se sometio. Quedaron solos. Hubo un estruendo y luego un hondo silencio; un peso enorme, invisible, la oprimia; luego desaparecio todo: peso, sonido, todo.

— ?He muerto? — pregunto Semley.

— Oh, no, Senora — respondio lino voz desagradable.

Al abrir los ojos entrevio una cara blanca, inclinada sobre ella, una gran boca sumida, ojos como piedras. Sus ligaduras habian desaparecido y dio un brinco: no tenia peso ni cuerpo. Se sintio como una mera rafaga de terror en el viento.

— No te haremos dano — dijo la voz o varias de ellas —. Permitenos tan solo tocar tu cabello; dejanos tocarlo…

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