– ?Hay otra mujer, no?

– No.

Puse todo el dinero junto y lo extendi sobre la mesa de la cocina. Habia 312 dolares y algo de cambio. Le di a Jan las llaves del coche y 150 dolares.

– ?Es Mitzi, no?

– No.

– Ya no me quieres.

– ?Vas a acabar con todas esas gilipolleces?

– ?Te has cansado de follar conmigo, no?

– Solo llevame hasta la estacion de la Greyhound. ?Te importa?

Se metio en el bano y comenzo a arreglarse. Estaba dolida.

– Todo se ha acabado entre nosotros. Ya no es como al principio.

Me servi otro trago y no respondi. Jan salio del bano y me miro.

– Hank, quedate conmigo.

– No.

Volvio a entrar y no dijo palabra. Saque mi maleta y comence a meter mis escasas posesiones en ella. Cogi el reloj. Jan no lo iba a necesitar.

Me dejo en la terminal de autobuses Greyhound. Apenas me dio tiempo a sacar la maleta y ya se habia ido. Entre y compre un billete. Luego di una vuelta por la estacion y me sente en los incomodos bancos junto a los demas pasajeros. Estabamos alli todos sentados, contemplandonos unos a otros y contemplando el vacio. Mascabamos chicle, bebiamos cafe, entrabamos en los retretes, orinabamos, nos dormiamos. Nos sentabamos en los duros bancos de espera y fumabamos cigarrillos que no queriamos fumar. Observabamos a los demas y no nos gustaba lo que veiamos. Mirabamos las cosas de los mostradores y de las maquinas expendedoras: patatas fritas, revistas, cacahuetes, bestsellers, goma de mascar, pastillas para el aliento, dulces de regaliz, silbatos de juguete.

53

Miami era lo mas lejos a donde podia ir sin abandonar el pais. Lleve a Henry Miller conmigo y trate de leerlo a lo largo del viaje. Era bueno cuando era bueno, y viceversa. Acabe con una botella de whisky, luego otra, y otra. El viaje duro cuatro dias y cinco noches. Aparte de un magreo de pierna y muslo a una jovencita de pelo castano cuyos padres le habian dejado de pagar el colegio, no ocurrio nada interesante. Ella se bajo en mitad de la noche en un lugar del pais particularmente arido y frio, y desaparecio para siempre. Yo siempre he padecido de insomnio y en un autobus solo me puedo dormir cuando estoy totalmente borracho. Ni siquiera lo intente. Cuando llegamos no habia dormido ni cagado en cinco dias y apenas podia caminar. Era pasado el mediodia. De todos modos, me gustaba estar de nuevo andando por las calles.

SE ALQUILAN HABITACIONES. Subi y llame al timbre. En estos casos, uno siempre coloca la maleta fuera de la vista de la persona que va a abrir la puerta.

– Busco una habitacion. ?Cuanto cuesta?

– Seis dolares y medio a la semana.

– ?Puedo verla?

– Claro.

Entre y subi las escaleras detras de ella. Tendria unos cuarenta y cinco anos, pero su culo se movia graciosamente. He seguido a tantas mujeres de este modo por las escaleras, siempre pensando que si una agradable dama como esta se ofreciera a cuidar de mi y alimentarme con guisos calientes y sabrosos y limpiarme los calcetines y los calzoncillos, aceptaria al instante.

Abrio la puerta y mire dentro.

– Muy bien -dije-, esta muy bien.

– ?Tiene usted algun trabajo?

– Trabajo propio.

– ?Puedo preguntarle que hace?

– Soy escritor.

– ?Oh, ha escrito usted libros?

– Oh, todavia no estoy preparado para una novela. Solo escribo articulos, colaboraciones para revistas. No muy buenas, pero me voy ganando la vida.

– Esta bien. Le dare la llave y le hare la ficha.

La segui escaleras abajo. El culo no se movia tan garbosamente bajando las escaleras como subiendolas. Le mire la nuca y me imagine besandola detras de las orejas.

– Yo soy la senora Adams -dijo-. ?Como se llama usted?

– Henry Chinaski.

Mientras me hacia la ficha, oi un sonido como si alguien estuviera aserrando madera proveniente de detras de la puerta que estaba a nuestra izquierda -las serradas eran interrumpidas por fuertes bocanadas para coger aire. Cada respiracion parecia ser la ultima, pero finalmente acababa por dar paso dolorosamente a otra nueva.

– Mi marido esta enfermo -dijo la senora Adams mientras me entregaba el recibo y la llave sonriendo. Sus ojos eran de un adorable color avellana y brillaban. Me di la vuelta y subi las escaleras.

Cuando entre en mi habitacion me acorde de que habia dejado abajo la maleta. Baje a recogerla. Cuando pase junto a la puerta del senor Adams, los sonidos respiratorios eran mucho mas fuertes. Subi la maleta, la tire encima de la cama y volvi a bajar las escaleras hasta la calle. Encontre un amplio bulevar yendo hacia el norte, entre en una tienda de comestibles y compre un tarro de mantequilla de cacahuete y una barra de pan. Tenia una navajita y con ella podria arreglarmelas para extender la mantequilla sobre el pan y de este modo comer algo.

Cuando volvi a la pension me quede un minuto en el vestibulo y escuche al senor Adams y pense, eso es la muerte. Luego subi a mi habitacion y abri la tarrina de mantequilla de cacahuete, y mientras escuchaba los sonidos moribundos del piso de abajo meti los dedos en ella. La comi directamente con los dedos. Estaba de puta madre. Luego abri el pan. Estaba verde y correoso y tenia un agrio olor a moho. ?Como podian vender pan asi? ?Que clase de sitio era Florida? Tire el pan al suelo, me desvesti, apague la luz, me eche las mantas encima y me quede alli tumbado en la oscuridad, escuchando.

54

Por la manana todo estaba muy silencioso y pense, que bien, se lo han debido llevar al hospital o a la morgue. Ahora puede que sea capaz de cagar de una puta vez. Me vesti y baje por las escaleras hasta el bano y cague largo y tendido. Luego volvi a subir a mi habitacion, me meti en la cama y dormi un rato mas.

Me desperto alguien llamando a la puerta. Me incorpore y dije: -?Adelante! -antes de poder pensarlo. Era una mujer vestida enteramente de verde. La blusa era escotada, llevaba la falda muy ajustada. Parecia una estrella de cine. Simplemente se quedo alli quieta mirandome durante algun rato. Yo estaba sentado en la cama, en calzoncillos, sosteniendo la sabana delante mio. Chinaski, el gran amante. Si yo fuera un hombre de verdad, pense, la violaria, le prenderia fuego a sus bragas, la obligaria a seguirme por toda la superficie del planeta, haria que se le saltasen las lagrimas con mis cartas de amor escritas en fino papel de seda de color rojo. Sus rasgos eran indefinidos; no se podia decir lo mismo de su cuerpo. Tenia la cara redonda, sus ojos parecian estar examinando los mios, pero su pelo estaba algo suelto y despeinado.

Tendria unos treinta y tantos anos. Algo habia, sin embargo, que la tenia excitada.

– El marido de la senora Adams murio la pasada noche -dijo.

– Ah -dije yo, preguntandome si se alegraria tanto como yo de que hubiese cesado el ruido.

– Y estamos haciendo una colecta para comprar flores para el funeral del senor Adams.

– No creo que las flores tengan el menor significado para los muertos, no las necesitan para nada -dije un poco desconcertado.

Ella titubeo.

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