59

El autobus tardo cuatro dias y cinco noches en llegar a Los Angeles. Como de costumbre, no dormi ni defeque a lo largo de todo el viaje. Hubo un poco de diversion cuando una rubiaza subio en algun lugar de Luisiana. Aquella noche empezo a venderlo por dos dolares, y todos los hombres y una mujer del autobus se aprovecharon de la ganga, excepto yo y el conductor. Los negocios se ultimaban en la parte trasera del autobus. Se llamaba Vera. Llevaba los labios pintados de purpura y se reia mucho. Se me acerco durante una breve parada en un bar para tomar un cafe y un sandwich. Se paro detras mio y pregunto:

– ?Que cono pasa contigo? ?Te crees demasiao bueno pa mi?

Yo no conteste.

– Un maricon -la oi murmurar con disgusto, mientras se sentaba junto a uno de los chicos competentes.

En Los Angeles me recorri los bares de nuestro viejo barrio en busca de Jan. No la halle en ningun sitio hasta que me encontre con Whitey Jackson trabajando detras de la barra en el Pink Mule. Me conto que Jan estaba empleada de camarera de habitaciones en el hotel Durham en Beverly y Vermont. Me fui hasta alli. Estaba buscando la oficina del gerente cuando ella salio de una habitacion. Estaba esplendida, como si el haber estado apartada de mi durante algun tiempo le hubiese ayudado a mejorarse. Entonces me vio. Se quedo alli parada, sus ojos se agrandaron y se impregnaron de azul; siguio parada. Luego lo dijo:

– ?Hank!

Se vino hacia mi y nos abrazamos. Me beso salvajemente, yo trate de devolverle los besos.

– Hostia -dijo-. ?Crei que nunca te volveria a ver!

– He vuelto.

– ?Has vuelto para quedarte?

– Esta es mi ciudad.

– Echate hacia atras -me dijo-, dejame que te vea.

Me eche hacia atras, sonriendo.

– Estas flaco. Has perdido peso.

– Tu tienes buen aspecto -dije yo-. ?Estas sola?

– Si.

– ?No hay nadie?

– Nadie. Ya sabes que no aguanto a la gente.

– Me alegro de que estes trabajando.

– Ven a mi habitacion -dijo.

La segui. El cuarto era muy pequeno, pero era acogedor. Podias mirar por la ventana y ver el trafico, observar los semaforos cambiando de color, contemplar al chico de los periodicos en la esquina. Me gustaba el sitio. Jan se tumbo en la cama.

– Vamos, echate conmigo.

– Me da un poco de corte.

– Te quiero, so idiota -dijo-, hemos follado mas de 800 veces. ?Te vas a cortar ahora?

Me quite los zapatos y me tumbe. Ella levanto una pierna.

– ?Te gustan mis piernas todavia?

– Cono, si. Oye, Jan, ?has acabado tu trabajo?

– Todo menos la habitacion del senor Clark. Y al senor Clark no le importa. Me da propinas.

– ?Ah?

– No hago nada con el. Solo que me da propinas.

– Jan…

– ?Si?

– Me gaste todo el dinero en el billete de autobus. Necesito un sitio donde quedarme hasta que encuentre un trabajo.

– Te puedo esconder aqui.

– ?Puedes?

– Claro.

– Te quiero, nena -dije.

– Cabronazo -me dijo ella. Empezamos el meneo. Estuvo de puta madre. Estuvo de puta puta madre.

Mas tarde Jan se levanto y abrio una botella de vino. Yo abri mi ultimo paquete de cigarrillos y nos sentamos en la cama a beber y a fumar.

– Tu lo tienes todo -me dijo.

– ?Que quieres decir?

– Quiero decir que nunca conoci a un hombre como tu.

– ?Ah, si?

– Los otros solo tienen un diez por ciento o un veinte por ciento, pero tu lo tienes todo, todo lo tuyo es absoluto, es tan diferente.

– No se nada de eso.

– Tienes gancho, eres capaz de enganchar a las mujeres.

Eso me hizo sentir bien. Despues de acabar nuestros cigarrillos hicimos de nuevo el amor. Luego Jan me envio a por otra botella. Regrese. Era lo menos que podia hacer.

60

Me contrataron casi en seguida en una compania que fabricaba tubos fluorescentes. Estaba en lo alto de la calle Alameda, hacia el norte, en un complejo de almacenes. Yo era el encargado de facturacion. Era muy sencillo, cogia los pedidos de una cesta de alambre, rellenaba la ficha, empaquetaba los tubos en cajas de carton y los ordenaba en pilas afuera en el patio de carga, cada caja etiquetada y numerada. Pesaba las cajas, hacia una factura de envio y telefoneaba a la compania de transportes para que viniese a recoger el material.

El primer dia que pase alli, por la tarde, escuche un fuerte estruendo de cristales rotos detras mio, cerca de la linea de ensamblado. Las viejas repisas de madera que sostenian los tubos de neon acabados estaban soltandose de la pared y todo se iba cayendo al suelo -el metal y el vidrio chocaban contra el suelo de cemento, rompiendose en mil pedazos, un repiqueteo terrible. Todos los trabajadores de la linea de ensamblado salieron despavoridos hacia el otro extremo del edificio. Luego se hizo el silencio. El patron, Mannie Feldman, salio de su oficina.

– ?Que cojones esta pasando aqui?

Nadie respondio.

– ?Muy bien, parad de ensamblar! ?Que todo el mundo coja CLAVOS Y MARTILLO y vuelva a poner esas jo-didas repisas ahi arriba!

Feldman volvio a entrar en su oficina. Yo no tenia otra cosa que hacer mas que entrar y ayudarles. Ninguno de nosotros era carpintero. Nos tomo toda la tarde y parte de la manana siguiente el volver a clavar las repisas en la pared. Cuando acabamos, Feldman salio de su oficina.

– ?Asi que por fin lo hicisteis? Muy bien, escuchadme ahora… Quiero que los 939 sean apilados en lo mas alto, los 820 en la siguiente repisa, y las lamparillas y el cristal en las repisas mas bajas. ?Entendeis? ?Lo ha entendido todo el mundo?

No hubo la menor respuesta. Los del tipo 939 eran los tubos mas pesados -mas pesados que una madre- y el tio los queria arriba del todo. Era el jefe. Nos pusimos a ello. Los apilamos alli en lo alto, con todo su peso, y apilamos el material ligero en las repisas inferiores. Luego volvimos al trabajo. Las repisas aguantaron durante el resto del dia y toda la noche. A la manana siguiente empezamos a oir crujidos. Las repisas estaban comenzando a ceder. Los trabajadores de la linea de ensamblaje se fueron apartando, sonrientes. Diez minutos antes del descanso para el cafe, todo se vino de nuevo abajo. El senor Feldman salio corriendo de su oficina.

– ?Que cojones esta ocurriendo aqui?

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