– Supongo que no, si usted lo es.

– Vamos -dijo el tio- sube. Tengo un verdadero trabajo honesto para ti. Podras ganar algun dinero, vamos, muevete.

Subi otra vez. Nos pusimos en marcha.

– Lo siento -dijo el- tienes una cara muy ruda, pero esas manos. Tienes manos de senorita.

– No se preocupe por mis manos -dije.

– Bueno, veras, es un trabajo duro. Cargar traviesas. ?Has cargado alguna vez traviesas de ferrocarril?

– No.

– Es trabajo duro.

– He hecho trabajos duros toda mi vida.

– De acuerdo -dijo el tio- de acuerdo.

Marchabamos sin hablar, el camion moviendose ruidosamente. No habia otra cosa que polvo, polvo y desierto por todos lados. El tio no tenia mucha cabeza, no tenia mucho de nada. Pero algunas veces la gente insignificante que se queda en un mismo sitio por mucho tiempo, alcanza un cierto poder y prestigio. El tenia un camion y contrataba gente. De vez en cuando tenias que aguantar esas cosas.

Seguiamos en marcha y entonces vimos a un viejo caminando por la carretera. Debia tener unos cuarentaitantos anos. Vieja edad para la carretera. Este tio, el senor Bukhart -me habia dicho su nombre- freno el camion y le dijo al viejo:

– Eh, capullo. ?Quieres ganarte un par de pavos?

– ?Oh, si senor! -dijo el viejo.

– Correte y dejale subir -me dijo Burkhart.

El viejo subio y se sento a mi lado, despedia un verdadero hedor -a suciedad, sudor, agonia y muerte-. Seguimos hasta llegar a un pequeno nucleo de edificios. Bajamos del camion con Burkhart, entramos en un almacen. Habia alli un tio con una visera verde y un monton de gomas alrededor de su muneca izquierda. Era calvo, pero sus brazos estaban cubiertos de largo y abundante pelo rubio.

– Hola, senor Burkhart -dijo-. Veo que se ha encontrado a otro par de winos.

– Aqui esta la lista, Jesse -dijo el senor Burkhart, y Jesse la tomo y se puso a rellenar ordenes. Esto le tomo un cierto tiempo. Entonces acabo.

– ?Algo mas, senor Burkhart? ?Un par de botellas de vino barato?

– Nada de vino para mi -dije.

– Bueno -dijo el viejo- yo me quedare con las dos botellas.

– Seran descontadas de tu paga -le dijo Burkhart.

– No importa -contesto el viejo- descuentelas.

– ?Seguro que tu no quieres una botella? -me pregunto Burkhart.

– De acuerdo -dije- me quedo con una botella.

Teniamos una tienda de campana para nosotros. Y esa noche nos bebimos todo el vino y el viejo me conto sus penas. Habia perdido a su esposa. Todavia amaba a su esposa. Pensaba en ella todo el tiempo. Una gran mujer. Le habia abandonado. El solia dar clases de matematicas. Pero habia perdido a su esposa. No habia en el mundo otra mujer como ella. Bla, bla, bla, etc.

Cristo, cuando nos despertamos el viejo estaba enfermo y yo no me sentia mucho mejor y el sol estaba alto y afuera y teniamos que hacer nuestro trabajo: amontonar traviesas de tren. Las teniamos que amontonar en pilas. Las de abajo eran faciles, pero a medida que iba creciendo el monton y teniamos que subirlas mas arriba, entonces teniamos que contar «Una, dos y tres», y «Flop» subirla y tirarla sobre las demas.

El viejo llevaba un trapo atado alrededor de la cabeza y la mierda se mezclaba con el sudor y le caia por la cara y en el trapo, que se iba quedando mojado y oscuro. Asi una y otra vez, y entonces, una astilla de alguna traviesa atravesaba el guante podrido y se quedaba clavada en mi mano. Normalmente el dolor hubiera sido insoportable y yo debi sentir bastante, pero la fatiga atonta los sentidos, los atonta de verdad. Solamente me puse furioso, como si quisiese matar a alguien, pero cuando mire a mi alrededor no habia mas que arena y piedras y el sol seco, pesado y cegador y ningun sitio a donde ir.

Asi una y otra vez con las traviesas del carajo. La compania del ferrocarril quitaba las traviesas viejas y las reemplazaba por nuevas, las viejas las dejaban tiradas al lado de la via. No parecia que tuviesen nada malo, pero la compania del ferrocarril las dejaba por ahi tiradas y Burkhart tenia contratados a unos tios como nosotros que las amontonaban en pilas que el cargaba en su camion y vendia luego. Supongo que tenian muchos usos. En algunos ranchos las podias ver usadas como vallas, clavadas en el suelo y enrolladas con alambre de espino. Supongo que tenian tambien otros usos. No me interesaba demasiado.

Era como cualquier otro trabajo imposible, te cansabas y querias abandonarlo, te cansabas mas y te olvidabas de abandonarlo, y los minutos no pasaban, vivias siempre en el mismo minuto, encerrado en el, sin esperanza, sin salida, atrapado, demasiado confundido para abandonar y sin ningun sitio a donde ir en caso de hacerlo.

– Chico, perdi a mi esposa. Era una mujer tan maravillosa. No dejo de pensar en ella. Una buena mujer es la mejor cosa del mundo.

– Ya.

– Si por lo menos tuviesemos un poco de vino.

– No tenemos nada de vino. Tendremos que esperar hasta la noche.

– Me pregunto si alguien entiende a los winos.

– Solo otros winos.

– ?Crees que estas astillas de nuestras manos se iran arrastrando por dentro del cuerpo hasta clavarse en nuestros corazones?

– Sin duda; nunca hemos tenido mucha suerte. Dos indios pasaron por alli y se quedaron mirandonos. Nos observaron durante bastante tiempo. Cuando el viejo y yo nos sentamos en una traviesa para fumar un cigarrillo, uno de los indios se acerco.

– Ustedes hombres estan haciendo todo mal -dijo.

– ?Que quieres decir? -pregunte.

– Estan trabajando con todo el calor del desierto. Lo que hacer es levantarse temprano y acabar el trabajo mientras hace fresco.

– Tienes razon -dije-, gracias.

El indio tenia razon. Decidi que nos levantariamos temprano. Pero nunca lo conseguimos. El viejo estaba siempre enfermo de la borrachera nocturna y nunca consegui levantarlo a tiempo. -Cinco minutos mas -decia el- solo cinco minutos mas. Finalmente, un dia, el viejo se rindio. No podia levantar una sola traviesa mas. Se puso a disculparse y a pedirme perdon.

– No te preocupes, viejo.

Volvimos a la tienda y esperamos la tarde. El viejo se tumbo y hablaba. Estuvo hablando de su ex mujer. Estuve oyendole hablar de su esposa durante toda la manana y parte de la tarde. Entonces llego Burkhart.

– Leches, no habeis hecho mucho trabajo hoy ?eh, tios? ?Os creeis que vivis en el ombligo del mundo?

– Estamos fuera, Burkhart -dije- estamos esperando a que nos pague.

– No sere tan imbecil de pagar a unos vagos.

– Mira, tio, si no eres un imbecil sera mejor que pagues.

– Por favor, senor Burkhart -dijo el viejo-. ?Por favor, por favor, hemos trabajado tan condenadamente duro, hemos sido honestos…!

– Burkhart sabe lo que hemos hecho -dije-, ha llevado la cuenta de las pilas y yo tambien lo he hecho.

– 72 pilas -dijo Burkhart.

– 90 pilas -conteste.

– 76 pilas -dijo Burkhart.

– 90 pilas -dije yo.

– 80 pilas -dijo Burkhart.

– Vendido -conteste.

Burkhart saco papel y lapiz y nos desconto dinero por el vino y la comida, transporte y alojamiento. Salimos cada uno con 18 dolares por cinco dias de trabajo. Bueno, era tan hermoso olvidarse del trabajo. Los cogimos. Y conseguimos un viaje gratis de vuelta al pueblo. ?Gratis? Burkhart nos habia jodido desde todos los angulos. Pero

Вы читаете Mujeres
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×