cuartel del Prado Nuevo, y eso que voy de uniforme… Todo tiene un aspecto infame, se lo aseguro.

– ?Y no hay ninguna instruccion concreta?

– ?Concreta?… No sea infeliz, hombre. La junta de Gobierno parece un corral con la raposa dentro.

Estando en conversacion, los dos militares oyeron rumor de caballos y salieron a la puerta, a tiempo de ver una numerosa partida francesa que se dirigia al galope hacia el Buen Retiro, bajo la lluvia, para reunirse con los dos mil hombres que alli acampan con varias piezas de artilleria. Al ver aquello, Sexti se fue a toda prisa, sin despedirse, y Esquivel envio otro mensajero a sus superiores pidiendo instrucciones, sin recibir respuesta. En consecuencia, puso a los hombres en estado de alerta y extremo la vigilancia durante el resto de la noche, que se hizo larga. Hace un rato, al empezar a congregarse vecinos en la puerta del Sol, mando a un cabo y cuatro soldados a pedir a la gente que se aleje; pero nadie obedece, y los corrillos engrosan a cada minuto que pasa. No puede hacerse mas, asi que el alferez de fragata acaba de ordenar al cabo y los soldados que se retiren, y a los centinelas de guardia que, al menor incidente, se metan dentro y cierren las puertas. Ni siquiera en caso de que estalle un altercado los granaderos podran hacer nada, en un sentido u otro. Ni ellos, ni nadie. Por orden de la Junta de Gobierno y de don Francisco Javier Negrete, capitan general de Madrid y Castilla la Nueva, y para complacer a Murat, a las tropas espanolas se les ha retirado la municion. Con diez mil soldados imperiales dentro de la ciudad, veinte mil dispuestos en las afueras y otros veinte mil a solo una jornada de marcha, los tres mil quinientos soldados de la guarnicion local estan indefensos frente a los franceses.

«Lo mismo que la generosidad de este pueblo hacia los extranjeros no tiene limites, su venganza es terrible cuando se le traiciona.»

Jean Baptiste Antoine Marcellin Marbot, hijo y hermano de militares, futuro general, baron, par de Francia y heroe de las guerras del Imperio, que esta manana es un simple capitan de veintiseis anos asignado al estado mayor del gran duque de Berg, cierra el libro que tiene en las manos -El ultimo Abencerraje, del vizconde Chateaubriand- y mira el reloj de bolsillo puesto sobre la mesita de noche. Hoy no entra de servicio hasta las diez y media en el palacio Grimaldi, con el resto de ayudantes militares de Murat; de modo que se levanta sin prisas, acaba el desayuno que un criado de la casa donde se aloja le ha servido en la habitacion, y empieza a afeitarse junto a la ventana, mirando la calle desierta. El sol que atraviesa los vidrios ilumina, desplegado sobre un sofa y una silla, su elegante uniforme de oficial edecan del gran duque: pelliza blanca, pantalon carmesi, botas hannoverianas y colbac de piel a lo husar. A pesar de su juventud, Marbot es veterano de Marengo, Austerlitz, Jena, Eylau y Friedland. Tiene experiencia, por tanto. Es, ademas, un militar ilustrado: lee libros. Eso situa su vision de los acontecimientos por encima de la de muchos companeros de armas, partidarios de arreglarlo todo a sablazos.

El joven capitan sigue afeitandose. Una chusma de aldeanos embrutecidos e ignorantes, gobernada por curas. Asi ha calificado hace poco el Emperador a los espanoles, a quienes desprecia -con motivo- por el infame comportamiento de sus reyes, la incompetencia de sus ministros y Consejos, la incultura y el desinteres del pueblo por los asuntos publicos. Al capitan Marbot, sin embargo, cuatro meses en Espana lo llevan a la conclusion -al menos eso afirmara cuarenta anos mas tarde, en sus memorias- de que la empresa no es tan facil como creen algunos. Los rumores que circulan sobre el proyecto del Emperador de barrer la corrupta estirpe de los Borbones, retener a toda la familia real en Bayona y dar la corona a uno de sus hermanos, Luciano o Jose, o al duque de Berg, contribuyen a enrarecer el ambiente. Segun los indicios, Napoleon estima favorable para sus planes el momento actual. Esta seguro de que los espanoles, hartos de Inquisicion, curas y mal gobierno, empujados por compatriotas ilustrados que tienen puestos los ojos en Francia, se lanzaran a sus brazos, o a los de una nueva dinastia que abra puertas a la razon y al progreso. Pero, aparte conversaciones mantenidas con algunos oficiales y personajes locales inclinados a las ideas francesas -afrancesados los llaman aqui, y no precisamente para ensalzarlos-, a medida que las tropas imperiales bajan desde los Pirineos adentrandose en el pais, con el pretexto de ayudar a Espana contra Inglaterra en Portugal y Andalucia, lo que Marcellin Marbot ve en los ojos de la gente no es anhelo de un futuro mejor, sino rencor y desconfianza. La simpatia con que al principio fueron acogidos los ejercitos imperiales se ha trocado en recelo, sobre todo desde la ocupacion de la ciudadela de Pamplona, de las fortalezas de Barcelona y del castillo de Figueras, con tretas consideradas insidiosas hasta por los franceses que se dicen imparciales, como el propio Marbot. Maniobras que a los espanoles, sin distincion de militares o civiles, incluso a los partidarios de una alianza estrecha con el Emperador, han sentado como un pistoletazo.

«Su venganza es terrible cuando se le traiciona.»

Las palabras escritas por Chateaubriand dan vueltas en la cabeza del capitan frances, que continua rasurandose con el esmero que corresponde a un elegante oficial de estado mayor. La palabra venganza, concluye sombrio, encaja bien con esos ojos oscuros y hostiles que siente clavados en el cada vez que sale a la calle; con las navajas de dos palmos que asoman metidas en cada faja, bajo las capas que todos llevan; con los hombres de rostro moreno y patilludo que hablan en voz baja y escupen al suelo; con las mujeres desabridas que insultan sin rebozo a los que llaman franchutes, mosius y gabachos sin disimular la voz, o pasean descaradas, abanicandose envueltas en sus mantillas, ante las bocas de los canones franceses apostados en el Prado. Traicion y venganza, se repite Marbot, incomodo. El pensamiento lo lleva a distraerse un instante, y por eso se hace un corte en la mejilla derecha, entre el jabon que la cubre. Cuando maldice y sacude la mano, una gota roja se desliza por el filo de la navaja de cachas de marfil y cae en la toalla blanca que tiene extendida sobre la mesa, ante el espejo.

Es la primera sangre que se derrama el 2 de mayo de 1808.

– Acuerdate siempre de que hemos nacido espanoles.

El teniente de artilleria Rafael de Arango baja despacio los peldanos de su casa, que crujen bajo las botas bien lustradas, y se detiene en el portal, pensativo, abotonandose la casaca azul turqui con vivos encarnados. Las palabras que acaba de dedicarle su hermano Jose, intendente honorario del Ejercito, le producen especial desasosiego. O tal vez no sean las palabras, sino el fuerte apreton de manos y el abrazo con que lo ha despedido en el pasillo de la casa familiar, al enterarse de que se encamina a tomar las ordenes del dia antes de acudir a su puesto en el parque de Monteleon.

– Buenos dias, mi teniente -lo saluda el portero, que barre el umbral-. ?Como andan las cosas?

– Te lo dire cuando vuelva, Tomas.

– Hay gabachos calle abajo, junto a la panaderia. Un piquete dentro del meson, desde anoche. Pero no asoman la gaita.

– No te preocupes por eso. Son nuestros aliados.

– Si usted lo dice, mi teniente…

Inquieto, Arango se pone un poco atravesado el sombrero negro de dos picos con escarapela roja, se cuelga el sable y mira a uno y otro lado de la calle mientras apura las ultimas chupadas del cigarro que humea entre sus dedos. Aunque solo tiene veinte anos, fumar cigarros de hoja es en el una vieja costumbre. Nacido en La Habana de familia noble y origen vascongado, desde que ingreso como cadete ha tenido tiempo de servir en Cuba, en el Ferrol, y tambien de ser apresado por los ingleses, que lo canjearon en septiembre del ano pasado. Serio, capaz y con valor militar acreditado en su hoja de servicios, el joven oficial es, desde hace un mes, ayudante del comandante de la artilleria de Madrid, coronel Navarro Falcon; y a recibir las ordenes de su cargo se dirige, preguntandose si las tensiones del dia anterior -manifestaciones contra Murat y acaloradas tertulias callejeras- iran a mas, o las autoridades controlaran una situacion que, poco a poco, parece escaparse de las manos. La Junta de Gobierno crece en debilidad mientras Murat y sus tropas crecen en insolencia. Anoche, antes de recogerse Arango en casa, por el Circulo Militar corria la voz de que en la fonda de Genieys los capitanes de artilleria Daoiz, Consul y Cordoba -Arango los conoce a los tres, y Daoiz es su jefe inmediato- habian estado a punto de batirse en duelo con otros tantos oficiales franceses, y que solo la intervencion energica de jefes y companeros de unos y otros impidio una desgracia.

– Daoiz, que ya sabeis lo templado que es, andaba como loco -conto el teniente Jose Ontoria, citando a testigos del suceso-. Consul y Pepe Cordoba lo apoyaban. Los tres querian salir a la calle de la Reina y matarse con los franceses, y a duras penas se lo impidieron entre todos… A saber que impertinencia dirian los otros.

El nombre del capitan Daoiz hace fruncir el ceno a Arango. Se trata, como dijo Ontoria y el propio Arango puede confirmarlo, de un militar frio y cabal, a quien no es facil que se le suba la colera al campanario; muy diferente del exaltado Pedro Velarde, otro capitan de artilleria que, ese si, anda por las salas de banderas predicando sangre y cuchillo desde hace dias. En cambio, Luis Daoiz, un sevillano distinguido, acreditado en

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