Arturo Perez-Reverte

Un Dia De Colera

© 2007, Arturo Perez-Reverte

Desdenaron su interes sin ocuparse mas que de la injuria recibida. Se indignaron con la afrenta y se sublevaron ante nuestra fuerza, corriendo a las armas. Los espanoles en masa se condujeron como un hombre de honor.

Napoleon Bonaparte, citado por Les Cases

Memorial de Santa Helena

Tengo por enemigo a una nacion de doce millones de almas, enfurecidas hasta lo indecible. Todo lo que aqui se hizo el dos de mayo fue odioso. No, Sire. Estais en un error. Vuestra gloria se hundira en Espana.

Carta de Jose Bonaparte a su hermano el Emperador

Los que dieron la cara no fueron en verdad los doctos. Esos pasaron todo el sarampion napoleonico, y en nombre de las ideas nuevas se hubieran dejado rapar como quintos e imponer el imperial uniforme. Los que salvaron a Espana fueron los ignorantes, los que no sabian leer ni escribir… El unica papel decoroso que Espana ha representado en la politica europea lo ha representado ese pueblo ignorante que un artista tan ignorante y genial como el, Goya, simbolizo en aquel hombre o fiera que, con los brazos abiertos, el pecho salido, desafiando con los ojos, ruge delante de las balas que lo asedian.

Angel Ganivet

Granada la bella

A Etienne de Montety, gabacho

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Siete de la manana y ocho grados en los termometros de Madrid, escala Reaumur. El sol lleva dos horas por encima del horizonte, y desde el otro extremo de la ciudad, recortando torres y campanarios, ilumina la fachada de piedra blanca del palacio de Oriente. Llovio por la noche y aun quedan charcos en la plaza, bajo las ruedas y los cascos de los caballos de tres carruajes de camino, vacios, que acaban de situarse ante la puerta del Principe. El conde Selvatico, gran cruz de Carlos III sobre el casacon cortesano, gentilhombre florentino de la servidumbre de la reina de Etruria -viuda, hija de los viejos reyes Carlos IV y Maria Luisa-, se asoma un momento, observa los carruajes y entra de nuevo. Algunos madrilenos desocupados, en su mayor parte mujeres, miran con curiosidad. No llegan a una docena, y todos guardan silencio. Uno de los dos centinelas de la puerta esta apoyado en su fusil con la bayoneta calada, junto a la garita, indolente. En realidad, esa bayoneta es su unica arma efectiva; por ordenes superiores, su cartuchera esta vacia. Al escuchar las campanadas de la cercana iglesia de Santa Maria, el soldado observa de reojo a su companero, que bosteza. Les queda una hora para salir de guardia.

En casi toda la ciudad, el panorama es tranquilo. Abren los comercios madrugadores, y los vendedores disponen en las plazas sus puestos de mercancias. Pero esa aparente normalidad se enrarece en las proximidades de la puerta del Sol: por San Felipe y la calle de Postas, Montera, la iglesia del Buen Suceso y los escaparates de las librerias de la calle Carretas, todavia cerradas, se forman pequenos grupos de vecinos que confluyen hacia la puerta del edificio de Correos. Y a medida que la ciudad despierta y se despereza, hay mas gente asomada en ventanas y balcones. Circulan rumores de que Murat, gran duque de Berg y lugarteniente de Napoleon en Espana, quiere llevarse hoy a Francia a la reina de Etruria y al infante don Francisco de Paula, para reunirlos con los reyes viejos y su hijo Fernando VII, que ya estan alli. La ausencia de noticias del joven rey es lo que mas inquieta. Dos correos de Bayona que se esperaban no han llegado todavia, y la gente murmura. Los han interceptado, es el rumor. Tambien se dice que el Emperador quiere tener junta a toda la familia real para manejarla con mas comodidad, y que el joven Fernando, que se opone a ello, ha enviado instrucciones secretas a la junta de Gobierno que preside su tio el infante don Antonio. «No me quitaran la corona -dicen que ha dicho- sino con la vida».

Mientras los tres carruajes vacios aguardan ante Palacio, al otro extremo de la calle Mayor, en la puerta del Sol, apoyado en la barandilla de hierro del balcon principal de Correos, el alferez de fragata Manuel Maria Esquivel observa los corrillos de gente. En su mayor parte son vecinos de las casas cercanas, criados enviados en busca de noticias, vendedores, artesanos y gente subalterna, sin que falten chisperos y manolos caracteristicos del Barquillo, Lavapies y los barrios crudos del sur. No escapan al ojo atento de Esquivel pequenos grupos sueltos de tres o cuatro hombres de aspecto forastero que se mantienen silenciosos y a distancia. Aparentan desconocerse entre ellos, pero todos tienen en comun ser jovenes y vigorosos. Sin duda se cuentan entre los llegados el dia anterior, domingo, desde Aranjuez y los pueblos vecinos, que por alguna razon -ninguna puede ser buena, deduce el alferez de fragata- no han salido todavia de la ciudad. Tambien hay mujeres, pues suelen ser madrugadoras: la mayoria trae la canasta del mercado al brazo y comadrea repitiendo los rumores y chismes que circulan en los ultimos dias, agravados por la tensa jornada de ayer, cuando se abucheo a Murat mientras iba a una revista militar en el Prado. Sus batidores incomodaban a la gente para abrir paso, y la vuelta tuvo que hacerla con escolta de caballeria y cuatro canones, con el populacho cantandole:

Por pragmatica sancion se ha mandado publicar el que al jarro de cagar se llame Napoleon.

Esquivel, al mando del peloton de granaderos de Marina que guarnece Correos desde las doce del dia anterior, es un oficial prudente. Ademas, la tradicional disciplina de la Armada equilibra su juventud. Las ordenes son evitar problemas. Los franceses estan sobre las armas, y se teme que solo esperen un pretexto serio para dar un escarmiento que apacigue la ciudad. Lo comento anoche en el cuerpo de guardia, hacia las once, el teniente general don Jose de Sexti: un italiano al servicio de Espana, hombre poco simpatico, que preside por parte espanola la comision mixta para resolver los incidentes -cada vez mas numerosos- entre madrilenos y soldados franceses.

– Sobre las armas, como le digo -contaba Sexti-. Los imperiales casi no me dejan pasar por delante del

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