»No me gusta pensar en ello. Es un hombre muy bondadoso, ?sabe?

Yo lo sabia.

»Es una pena.»

Charlotte vino por el pasillo y me abrazo. Dijo que Morrie seguia dormido, aunque eran las diez de la manana. Pasamos a la cocina. Le ayude a ordenar las cosas, observando todos los frascos de pastillas que estaban alineados en la mesa, un pequeno ejercito de soldaditos marrones de plastico con gorros blancos. Mi viejo profesor estaba tomando morfina para aliviarse la respiracion.

Meti en la nevera la comida que habia traido: sopa, tartas de verdura, ensalada de atun. Me disculpe ante Charlotte por haberla traido. Morrie llevaba meses enteros sin masticar comida como aquella, y los dos lo sabiamos, pero se habia convertido en una pequena tradicion. A veces, cuando estas perdiendo a alguien, te aferras a la tradicion que puedes.

Espere en el cuarto de estar, donde Morrie y Ted Koppel habian mantenido su primera entrevista. Lei el periodico que estaba sobre la mesa. Dos ninos de Minnesota se habian pegado un tiro mutuamente jugando con las pistolas de sus padres. Habian encontrado un nino recien nacido enterrado en un cubo de basura en un callejon de Los Angeles.

Deje el periodico y me quede mirando la chimenea vacia. Me puse a dar golpecitos suaves con el zapato en el suelo de madera. Por fin, oi que se abria y se cerraba una puerta y senti a continuacion los pasos de Charlotte que venian hacia mi.

– Bueno -dijo en voz baja-. Esta preparado para ti.

Me levante y me dirigi a nuestro lugar familiar, y entonces vi a una mujer desconocida que estaba sentada al final del pasillo en una silla plegable, con los ojos en un libro, con las piernas cerradas. Era una enfermera de hospital, del servicio de vigilancia de veinticuatro horas.

El despacho de Morrie estaba vacio. Yo me quede confuso. Despues volvi titubeando al dormitorio, y alli estaba el, acostado, bajo la sabana. Solo lo habia visto asi en otra ocasion, cuando estaba recibiendo el masaje, y empezo a sonarme de nuevo en la cabeza el eco de su aforismo: «cuando estas en la cama, estas muerto».

Entre con una sonrisa forzada. Llevaba puesta una chaqueta amarilla como de pijama, y lo cubria una manta hasta el pecho. La masa de su cuerpo estaba tan consumida que casi me parecio que le faltaba algo. Era tan pequeno como un nino.

Morrie tenia la boca abierta y tenia la piel palida y contraida sobre los pomulos. Cuando volvio los ojos hacia mi, intento hablar, pero solo oi un suave grunido.

– Aqui esta -dije, haciendo acopio de toda la emocion que pude encontrar en mi caja vacia.

El espiro, cerro los ojos, y despues sonrio, haciendo un esfuerzo que parecia cansarlo.

– Mi… querido amigo -dijo por fin.

– Soy tu amigo -dije.

– Hoy no estoy… muy bien…

– Manana estaras mejor.

Volvio a espirar y asintio con la cabeza forzadamente. Luchaba con algo bajo las sabanas, y me di cuenta de que intentaba llevar las manos hasta el borde.

– Cogeme -dijo.

Retire la manta y le cogi los dedos. Desaparecieron entre los mios. Me incline hacia el, hasta estar a pocos centimetros de su cara. Era la primera vez que lo veia sin afeitar; la corta barba blanca parecia fuera de lugar, como si alguien le hubiera esparcido cuidadosamente sal por las mejillas y por la barbilla. ?Como era posible que hubiera nueva vida en su barba cuando todo el resto de el la iba perdiendo?

– Morrie -dije suavemente.

– Entrenador -me corrigio.

– Entrenador -dije yo. Senti un escalofrio. Hablaba a fragmentos cortos, inspiraba aire, espiraba palabras. Tenia la voz delgada y ronca. Olia a unguento.

– Eres… un alma buena.

Un alma buena.

– Me has conmovido… -susurro. Llevo mis manos a su corazon-. Aqui.

Senti que tenia un nudo en la garganta.

– Entrenador…

– ?Eh?

– No se despedirme.

Me dio palmadas debiles en la mano, manteniendola en su pecho.

– Asi… es como decimos… adios…

Inspiraba y espiraba suavemente. Yo sentia la subida y la bajada de su caja toracica. Despues, me miro fijamente.

– Te… quiero -dijo con voz ronca.

– Yo tambien te quiero, Entrenador.

– Se que me quieres… se… otra cosa…

– ?Que otra cosa sabes?

– Que siempre… me has querido…

Entrecerro los ojos y despues se echo a llorar, haciendo gestos con el rostro como un nino recien nacido que todavia no sabe como funcionan sus conductos lacrimales. Lo estreche durante varios minutos. Le frote la piel flacida. Le acaricie el pelo. Le puse la palma de la mano sobre el rostro y senti los huesos proximos a la carne y las lagrimas humedas y minusculas, como si salieran de un cuentagotas.

Cuando su respiracion se normalizo relativamente, me aclare la garganta y le dije que sabia que estaba cansado, de modo que volveria el martes siguiente y esperaba que estuviera un poco mas atento, muchas gracias. Dio un resoplido leve, que era lo mas aproximado a una risa que podia hacer. De todos modos, era un sonido triste.

Tome la bolsa de la grabadora, que no habia llegado a abrir. ?Por que habia traido aquello siquiera? Sabia que no volveriamos a usarlo. Me incline sobre el y lo bese estrechamente, con mi rostro contra el suyo, barba contra barba, piel contra piel, manteniendolo asi, mas tiempo de lo normal, por si aquello le proporcionaba aunque fuera una fraccion de segundo de placer.

– ?De acuerdo, entonces? -dije, retirandome.

Parpadee para apanar las lagrimas, y el chasco los labios y levanto las cejas al ver mi cara. Prefiero pensar que fue un momento pasajero de satisfaccion para mi querido y viejo profesor: por fin me habia hecho llorar.

– De acuerdo, entonces -susurro.

Graduacion

Morrie murio un sabado por la manana.

Su familia mas cercana estaba con el en la casa. Rob habia venido de Tokio, llego a tiempo de dar un beso de despedida a su padre, y estaba Jon, y, naturalmente, estaba Charlotte, y Marsha, la prima de Charlotte que habia escrito la poesia que tanto habia conmovido a Morrie en sus funerales «extraoficiales», la poesia en que lo comparaba con una «secoya tierna». Se turnaban para dormir alrededor de su cama. Morrie habia entrado en coma dos dias despues de mi ultima visita, y el medico decia que podia irse en cualquier momento. Pero aguanto una dura tarde, una noche oscura.

Por fin, el dia cuatro de noviembre, cuando sus seres queridos habian salido un momento de la habitacion para tomar un cafe en la cocina -era la primera vez en que no estaba ninguno presente desde que habia entrado en coma-, Morrie dejo de respirar.

Y se fue.

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