– No se.

– Contestame.

– Frotarte con los hombres. Cosas sucias.

La enana suspiro.

– Estoy trabajando. No es el mejor trabajo que puede tener una chica, pero gano un dinero. Y con ese dinero se podran marchar Amanda y el nino. ?Como creias tu que yo me ganaba los billetes que traigo por las mananas?

– No se. Pense que hacias embrujos y cosas de magia.

La enana se rio y encendio un nuevo palito de sandalo en el pebetero. Me olio un poco al olor de la abuela, a la habitacion de dona Barbara en la primera casa.

– Es algo parecido, en realidad. Embrujo a los hombres. Hago ilusionismo, porque meto ilusiones en sus cabezas… o un poco mas abajo.

Volvio a reir.

– Les hago desearme y cumplo sus deseos. ?Hay prodigio mayor que el cumplimiento de un deseo?

No conteste porque no comprendia la pregunta. Y porque sabia que no estaba hablando conmigo, sino con ella misma.

– Pero no, tienes razon, es un trabajo sucio. Y feo, y asqueroso, y a veces peligroso. Aunque se gana un buen dinero, mejor que en otros sitios. Y ademas, que demonios, hay cosas peores, eso te lo aseguro. En fin lo dejare en cuanto reuna lo suficiente.

– Yo se donde hay dinero. Mucho dinero -musite.

– ?Ah, si?

– Lo tiene Segundo. Una maleta llena. La tiene escondida en el camerino. En el armario de los focos. Hay que sacarlo todo, las baldas y todo, y quitar una madera que hay atras. Y ahi hay un agujero con la maleta.

– Asi que esta ahi… -dijo la enana, pensativa-. Todo el tiempo tan cerca.

Sacudio la cabeza con decision:

– Pero ese dinero no nos sirve. No podemos tocarlo. Esta lleno de sangre y tiene dueno. Amanda no puede usarlo para irse, asi que no tengo mas remedio que seguir unas noches mas en la ventana.

Cogi entre mis dedos un pico de la bata de seda. Tenia un tacto frio y suave, como la bola de cristal que colgaba de mi cuello.

– Airelai…

– ?Que?

– Airelai, cuando Amanda y Chico se marchen… Tu no te iras, ?verdad?

La enana suspiro y se froto la cara con las manos abiertas. Luego se inclino hacia mi y me miro a los ojos:

– No te preocupes -dijo suavemente-. Me quedare contigo hasta que tu padre vuelva.

– Yo se por que se escapo Chico de casa -me dijo un dia la enana-. Y no tiene nada que ver con lo que todos creeis.

Era la hora de la siesta y estabamos las dos en la cocina, yo haciendo recortables con las hojas de una revista vieja y Airelai, que se acababa de levantar, tomandose un cafe y una tostada. Habia colocado un cerro de cojines sobre la silla, como siempre, para poder alcanzar el tablero de la mesa. Tenia la enana la vida muy bien organizada para compensar lo menguado de su altura; ataba largos bramantes a los pestillos de las puertas y de las ventanas, por ejemplo, para no tener que empinarse al abrir y cerrar. Y poseia un pequeno y bonito escabel de madera pintada de rojo, con un agujero en el tablero superior para agarrarlo, del que siempre se servia cuando tenla que subirse a una silla o le era necesario alcanzar algo. En esta ocasion, sin embargo, y contra su costumbre, no se habia ido a buscar el escabel, que tal vez estuviera en el camerino, escaleras abajo, y me habia extendido los bracitos para que yo la alzara sobre la silla. Trague aire, la abrace, tire de ella con todas mis fuerzas y la sente facilmente en los cojines. No pesaba nada. Creo que me ruborice, porque era la primera vez que la cogia en volandas. A ella, en cambio, se la veia muy tranquila. Acabo Airelai su tazon de cafe, se arrellano en los almohadones y empezo a contar- me lo que sigue:

«Sucedio una manana, poco despues de que Segundo regresara. Vi entrar a Segundo en el cuarto de dona Barbara y cerrar la puerta; se estuvo alli dentro bastante tiempo, quiza media hora 0 quiza mas, y se oia el murmullo indistinguible de sus conversaciones. Al cabo se escucho gritar a Segundo: «?Pero que mas quieres que haga? ?Te libre del tipo ese, y lo hice YO› yo solo!”. Hubo unos pocos minutos mas de apretados susurros, y luego Segundo salio de la habitacion impetuosamente y con el rostro congestionado. Se fue a la cocina, agarro la botella de conac y se dejo caer en una silla. Pero no bebio. A decir verdad, estaba completamente sobrio. Se quedo un buen rato quieto, con la botella agarrada por el gollete, la mirada perdida en la pared.

»Yo estaba en la cocina y tambien Chico, a quien la entrada de su padre habia pillado desprevenido. El nino se encontraba jugando en el suelo, junto a la ventana, con sus coches metalicos. Cuando vio llegar a Segundo se puso en tension; comprendi que hubiera deseado irse de la habitacion, pero para ello tenia que pasar junto a su padre, una proximidad no siempre prudente. Ademas se encontraba a las espaldas de Segundo, de modo que debio de pensar que podria pasar inadvertido si no armaba bulla y se quedaba quieto.

»Transcurrio asi algun tiempo sin que ninguno nos movieramos, hasta que Segundo, sin cambiar de postura, dijo claramente: «Chico». El nino se agito pero no hizo nada. «Chico”, repitio el padre con una voz tranquila, «ven aqui». Vi como el nino empalidecia. Se puso en pie y dio la vuelta a la mesa, lento y tembloroso, hasta colocarse al otro lado del tablero, frente a Segundo. Entonces este carraspeo y se froto con incomodidad las grandes manos: los nudillos le crujian como maderas secas. Miro a su hijo y sonrio. ?Segundo sonriendo! Creo que es la primera vez que he visto algo asi. Chico tampoco debia de haberlo visto nunca, porque puso todavia mas cara de susto. «Ven aqui», dijo Segundo palmeandose las rodillas. El nino avanzo un pasito muy pequeno. «Aqui», repitio el y Chico dio otro paso rernolon. «Si quieres te puedo contar un cuento», dijo Segundo; y el nino seguia todo rigido y aferrado con ambas manos al borde de la mesa, como un pajarito. “No tengas miedo, ven aqui y te contare una historia muy bonita”, insistio Segundo, aun sonriendo. Chico avanzo otra pizca hacia el; medio centimetro de aire, apenas nada, el menor desplazamiento imaginable. “Mira, para que te quedes tranquilo, puedes escoger. Si quieres puedes irte, y si no, si te quedas conmigo, te contare un cuento muy divertido. Dime, ?que prefieres, quedarte o marcharte? Venga, hombre, contesta, nadie te va a hacer nada…» El nino torcio timidamente la cabeza hacia la puerta. «?Que dices? ?Que quieres? ?Irte o quedarte?”, insistia el risueno Segundo. “Irme», balbucio Chico en un tono de voz casi inaudible. «?Y si ademas de contarte la historia te doy este dinero?”, dijo Segundo, sacandose un billete del bolsillo y mostrandoselo a su hijo alegremente. Chico repitio: «Irme. Por favor”. Y entonces sucedio algo pavoroso: Segundo se quedo mirando al nino y comenzo a llorar. Primero fueron unas lagrimas redondas y silenciosas, unas gruesas lagrimas que resbalaban por sus mejillas mientras sus labios seguian petrificados en una sonrisa. Y despues se derrumbo todo el como un globo pinchado, le cayo la pesada cabezota sobre el pecho, se le desplomaron los hombros, la abrumada espalda comenzo a sacudirse con los sollozos. Tenia la cara retorcida, la expresion monstruosa; el llanto le salia a chorros por los ojos, nunca vi llorar a nadie de ese modo. Mire a Chico: estaba aterrorizado, con una mirada de incredulidad y horror fija en su padre. Le llame, intentando calmarle, serenarle: «Chico”, le dije, «Chico, no te preocupes”; pero el nino ni siquiera me oyo. De pronto parecio recuperar la movilidad: se despego de la mesa y salio corriendo de la cocina, con la rapida agilidad de la ardilla que escapa de un peligro. Y a la manana siguiente se marcho de casa.

»No le he contado esta escena a nadie hasta ahora, y tal vez no hubiera debido contartela a ti. No se lo dije a Amanda porque no habria entendido nada: ni el porque de las lagrimas de Segundo ni la huida del nino. Tu tampoco lo entiendes, pero, como eres una nina, el no entender aun no te hace dano.

»Los adultos, en cambio, no soportan no entender una cosa porque no son capaces de admitir el misterio; y se inventan miles de explicaciones estupidas para llenar el vacio de lo que no comprenden. Se afe- rran a esas explicaciones tontas de un modo fanatico, cuanto mas estupidas mas ciegamente las defienden, y llegan hasta a matar por ellas, a degollar por su miedo al vacio y por sus errores.

»Conozco a Segundo desde hace mucho tiempo, desde aquellos anos remotos en que yo trabajaba en el espectaculo de magia de su padre. No era un muchacho feo. Siempre fue muy distinto a su hermano, hasta en el fisico: Segundo, ancho y carnoso; Maximo, correoso y huesudo. Pero los dos eran altos, buenos mozos. Maximo se parecia mas a su padre, incluso tenia sus ojos azules; el rostro de Segundo, en cambio, siempre me recordo la

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